Por Esteban Rodríguez Alzueta*

Anoche, la policía “reventó” un comedor donde cenaban niños y adolescentes, como en los viejos tiempos. El operativo estaba guionado por el Secretario de Seguridad de Lanús, Diego Kravetz. Dos jóvenes estuvieron desaparecidos durante unas horas: después de que vecinos y militantes se juntaran en la puerta de la comisaría, aparecieron detenidos en una dependencia de esa localidad bonaerense, donde también fueron torturados.

La metodología fue la misma que se usó el viernes 10 de marzo, cuando otros cuatro jóvenes, entre ellos dos militantes del Movimiento Evita, fueron detenidos por la Bonaerense después de una represión con balas de goma a una protesta de vecinos que reclamaban por los cortes sistemáticos del suministro eléctrico en el barrio Néstor Kirchner de la localidad Romero, en la ciudad de La Plata. Estuvieron en la Comisaría 14 hasta el domingo. Ese día, Elías Salles, de 25 años, fue trasladado a la Comisaría 2° de Ensenada, Carlos Eduardo Alfredo Cabrera, de 22, a la Comisaría 4° de Berisso, Carlos Altamirano, también de 22, a la Comisaría 6° de La Plata y a Matías Altamirano a la Comisaría 2° de esa misma ciudad.

En esas dependencias estuvieron hasta el martes a la noche cuando fueron finalmente trasladados, los cuatro jóvenes, a la Alcaidía Departamental de La Plata Roberto Pettinato. A Matías no sólo le robaron las zapatillas y la ropa, también recibió palizas y amenazas por parte de una de las personas detenidas que contaba con dos cuchillas, seguramente provistas por la propia policía. Estuvo despierto durante 48 hs porque cuando se dormía lo empezaban a golpear. Lo mismo les sucedió a Carlos Eduardo y a Elías. Todo eso bajo la mirada atenta de los guardias que nunca intervinieron, del Juez de Garantías, Guillermo Atencio, y los fiscales intervinientes, Betina Lacki y María Eugenia Di Lorenzo, que estaban disfrutando del fin de semana y mirando para otro lado, y también de la defensora Sofía Rezzónico que no le creyó a los jóvenes a pesar de que estaban visiblemente todos golpeados.

Hace rato que las comisarías en la Provincia de Buenos Aires se convirtieron en lugares de detención ilegal, sobre todo cuando las personas alojadas en sus calabozos no están registradas en el libro “Entradas y salidas” que cada comisaría debe llevar en tiempo real. Una persona que es trasladada a cualquier comisaría y su estancia no se registra o se registra con una demora de cuatro horas, se encuentra en ese lapso de tiempo detenida desaparecida. La “parada de los libros” es una práctica habitual de la policía y se utiliza para negociar la libertad o los términos de la causa que eventualmente puede le imputar, pero también para propinarle una paliza a la persona, antes devolverla a la calle llena de moretones en el mejor de los casos. La “parada de los libros” transforma a las comisarías en centros clandestinos de detención.

Los calabozos, además, están sobrepoblados. Las personas vivirán su estancia en condiciones indignas. Son instalaciones preparadas para alojar por un breve período, hasta que el juez decida el traslado a una alcaidía y luego a una unidad penitenciaria. Las comisarías tienen celdas muy chicas. Las personas están hacinadas, casi siempre sin luz y sin ventilación, sin baños, no tienen duchas, solo letrinas. No disponen lugares para comer, no hay patios ni lugares de recreación y carecen de espacios para las visitas. Lugares, entonces, muy poco higiénicos, llenos de humedad, insalubres, lugares que transforman la convivencia en una bomba permanente, una bomba que a veces desactivan rotando a la población allí alojada.

La capacidad para alojar y custodiar personas en los calabozos de todas las seccionales bonaerenses llega a 1105 personas. Pero según datos del Ministerio de Seguridad de la Provincia, hoy hay 3100.

La situación de superpoblación y hacinamiento suele ser reutilizada por la policía para modelar otra práctica novedosa que aquí llamaremos, “paseo de terror”. Consiste en la rotación de las personas detenidas por distintas comisarías donde se encuentran alojadas otras con distintas trayectorias criminales. Alguna de ellas, incluso, suelen ser aprehendidas al solo efecto de “asustar” a alguien determinado, marcado por la policía, que eventualmente es traslado a esa seccional.

Lo que les sucedió a esos jóvenes no es un hecho aislado. Hace rato que desde el Colectivo de Investigación y Acción Jurídica venimos advirtiendo esta práctica que se ha convertido en otra rutina para disciplinar a los jóvenes que “hacen ruido” en los barrios y que hoy empieza a ser utilizada para amedrentar a los militantes sociales. Una práctica abusiva que se sostiene en el descontrol de los funcionarios judiciales.  

*Investigador de la UNQ. Autor de Temor y control y La máquina de la inseguridad. Integrante del CIAJ y la Campaña Nacional Contra la Violencia Institucional.