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Por Bernardita Castearena

Marcelo estaba volviendo a su casa después de animar un cumpleaños infantil cuando su hija le dió la noticia. Emma, la amiga de Cata a la que conocía desde los 3 años había sido asesinada. El impacto fue tan grande que tuvo que parar para abrazar a Catalina y ponerse a llorar. “Siento que me mataron una hija”, dice desconsolado desde la Facultad de medicina de La Plata.

“Emmita”, como la apodaban sus compañeros, tenía 26 años y una gran pasión por la medicina. Estaba cursando su cuarto año y era ayudante en la cátedra de Biología. Además, hacía prácticas dentro del hospital Cestino, en Ensenada.

El sábado 8 de julio llamó a su amiga Ana Laura y le propuso que fuera a su casa porque iba a estar sola. Hacía varios años que Emma había decidido dejar la localidad de Los Hornos para mudarse con su papá a Punta Lara. Las amigas comieron y se pusieron a estudiar. Emma tenía tenía que rendir un parcial el lunes.

A las 3 de la mañana aproximadamente, Emma le abrió la puerta al perro y se encontró con su vecino queriendo entrar por la fuerza. A partir de ese momento se desató el horror: Baez las violó y asesinó a Emma. Ana Laura está internada. Fue su declaración la que ubicó al vecino como único responsable. Cuando la policía llegó a la casa de Ariel Baez, se encontró con el femicida durmiendo junto a su mujer y su hija de un mes.

La noticia del femicidio provocó la organización inmediata de los estudiantes de medicina. El domingo se juntaron en una casa y elaboraron un comunicado. La UNLP brindó facilidades académicas para que los alumnos de todas las facultades pudieran asistir la marcha, pero la facultad de medicina decidió dictar clases y tomar los exámenes que habían sido pautados para la fecha. Ante la indiferencia de las autoridades, todas las agrupaciones de la facultad pasaron por las aulas y le pidieron personalmente a cada profesor que suspendiera las clases.

Mientras alumnos y profesores usan el hall de entrada para hacer carteles, una decena de agrupaciones platenses se organiza sobre la avenida 60 para esperar que empiece la marcha prevista para las 17hs. El portón principal está lleno de carteles con la cara de Emma. Las dos placas doradas que muestran los honores fueron tapadas con dos lazos negros. Si la facultad está de luto, es porque así lo dispusieron los estudiantes.

Joaquín era compañero de Emma en la secundaria. En sus recuerdos aparece como una chica dulce y solidaria, siempre con una sonrisa. Desde un rincón, observa la producción de los carteles. Llegó acompañado por dos alumnitas que pertenecen al grupo artístico que coordina.

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Mientras las organizaciones cantan y dan inicio a la marcha, el núcleo íntimo observa desde la vereda. A la hora de caminar, los hermanos prefieren no estar al frente. La bandera violeta que pide justicia por Emma la sostienen amigos, compañeros y autoridades de la Universidad de La Plata. Emma era la tercera de cuatro hermanos. El primer golpe duro que sufrieron como familia fue la muerte de su madre en 2010. A partir de ahí su vínculo se volvió inquebrantable.

Agustina, al igual que muchas de sus compañeras, escribió NI UNA MENOS en su guardapolvo de cursada. Lleva una vela en la mano y un cartel colgado en el cuello que dice “somos el grito de las que ya no tienen voz”. La noticia del femicidio de Emma le provocó un nudo en la garganta. Por un lado, porque había cursado con ella y por otro porque cree que los hechos de violencia patriarcal se naturalizan cada vez más: “Todos los días aparece una mujer asesinada en los medios. La gente se olvida y sigue con su vida como si nada”, dice.

Desde una combi se lee el comunicado que difundió la Universidad de La Plata y al que adhirieron agrupaciones estudiantiles, gremios docentes y organizaciones sociales.

Valeria siente angustia e impotencia por saber que después de cada marcha y de cada grito feminista, las mujeres siguen muriendo como si nada. Llegó a la movilización con dos compañeras del espacio de mujeres platense que se gestó hace unos meses dentro de La Cámpora. Las tres caminan con una foto de Báez en la mano.

La primer parada de la marcha es en el ministerio de Justicia, en 7 y 57. Desde el megáfono piden la inmediata sanción de una ley de emergencia nacional y la implementación de políticas públicas que estén al servicio de las mujeres.

“No salir a la calle es acostumbrarse y naturalizar los hechos”, dice Florencia. Tiene 21 años y es estudiante de Psicología. Desde que llegó a La Plata, estuvo presente en todas las marchas que reclamaron justicia por el asesinato de sus compañeras. “Me aberra que cada vez sea más violento todo y estemos tan desprotegidas”, dice y llora desconsolada.

La columna rodea plaza San Martín y llega a la gobernación.

Josefina agarra el micrófono pero no puede hablar. Además de ser la presidenta del centro de estudiantes de la facultad, fue compañera de Emma desde primer año.

“Le arrancaron la vida a una de las mejores humanas. Una persona solidaria, alegre, a la que le pasaban muchas cosas pero siempre se levantaba a luchar”, dijo y agregó “que el miedo se convierta en impulso. Seamos miles en la próxima marcha y millones en el próximo encuentro”.