juez causas bru y nuñezSebastián Pellegrino. Andar-. Antes de comenzar a grabar, Ricardo Szelagowski, juez de la sala 2 de la Cámara de Apelaciones de La Plata, pide que sus declaraciones sean chequeadas “porque ya han pasado muchos años y hay datos que no recuerdo, al menos con seguridad”. En rigor, han transcurrido 20 y 23 años, respectivamente, desde las desapariciones de Miguel Bru y Andrés Núñez, dos jóvenes platenses que, en similares circunstancias y con notorias coincidencias, fueron víctimas de la violencia sistémica de la Maldita Policía en tiempos de democracia.

Está sentado en un sillón del pequeño vestíbulo de la sala 2. El edificio de tribunales de 8 y 57 ya ha cerrado las puertas y Szelagowski agudiza su mirada como si se dispusiera a recuperar de su memoria los recuerdos relevantes de cuando asumió la instrucción de aquellas dos causas.

En 1995 era el titular del juzgado penal 8 del Departamento Judicial La Plata. Aquel año, el juez platense Amílcar Vara, a cargo del juzgado 7, realizó varios pedidos de excusaciones ante los tribunales superiores para que, entre otras causas penales de su juzgado, las de Miguel Bru y Andrés Núñez fueran pasadas a la competencia de otro juzgado. Por continuidad numérica, esas causas fueron remitidas al de Szelagowski. Faltaba poco más de dos años para que Vara fuera destituido por graves irregularidades, especialmente por indicios de connivencia con policías implicados en ambas desapariciones.

-Cuando recibió las causas sobre las desapariciones de Miguel Bru y Andrés Núñez, ¿con qué se encontró?

-La primera que recibí fue la de Núñez. Hasta que nos sentamos a leer el expediente con el secretario del juzgado, Javier Guzmán, no conocíamos detalles del caso ni percibíamos la magnitud y trascendencia que tendría. Entre las dos causas había un gran paralelismo: dos instancias policiales implicadas –la Brigada de Investigaciones en una y la Comisaría 9 en la otra-, dos desapariciones, el mismo juez, fiscal y defensor de los imputados. El juez Vara terminó siendo destituido por irregularidades que yo mismo pude detectar en los expedientes. Recuerdo que la primera sensación que me surgió tuvo que ver con los familiares de las víctimas. Pensaba: ‘Pobres familias, dónde están metidas’. Había muy pocas posibilidades de que las causas finalizaran con el esclarecimiento de lo que había ocurrido si es que seguían actuando los mismos personajes.

-¿Recuerda alguna de esas irregularidades que detectó?

-Sí, recuerdo especialmente una. Según el libro de guardia de la Brigada de Investigaciones, la noche en que mataron a Núñez hubo un ingreso de Vara a las 7 de la madrugada. El crimen se había producido aproximadamente a las 2 de esa noche ¿Qué hacía ese juez allí, pocas horas después del hecho y sin haberse registrado en el libro ninguna circunstancia relevante relacionada con la investigación? Eso era altamente sospechoso.

-¿Y por la causa de Miguel Bru?

-También. En el expediente se consignaba que las ropas del joven habían sido halladas en Punta Blanca, en el Río de La Plata. Había un testimonio de un señor de apellido Rojas que vivía en esa zona, en una especie de casa rodante, y creo que se dedicaba a la venta de carnada para pescadores. En su testimonio, Rojas decía que lo había visto pasar a Miguel en bicicleta en dirección al río y que después no lo había visto salir. Con ese dato, fuimos a tomar nueva declaración a Rojas para confirmar su testimonio, y en esa nueva ocasión el hombre fue muy reticente, no quería declarar. Entonces, lo advertí de las consecuencias de su negativa hasta que finalmente declaró. Ya no estaba tan seguro de si la persona que había visto pasar en bicicleta había sido Miguel Bru, lo que desdibujaba por completo el panorama de la investigación. Se había querido hacer aparecer al joven como alguien que se había quitado sus ropas y tirado al río, sólo en base a un testimonio que con un mínimo interrogatorio se descubrió como improbable.

Szelagowski recordará, en distintos pasajes de la entrevista, haber pensado recurrentemente en los familiares de las víctimas: ‘Pobre gente, dónde está metida’. Dirá que Rosa Schöenfeld y Mirna Gómez, la madre de Miguel Bru y la pareja de Andrés Núñez respectivamente, se toparon con una “jauría de lobos”. Y también hablará sobre el exjuez Vara, con la aclaración de que eso implica “hacer leña del árbol caído”.

-¿Cómo llegaron al hallazgo de los restos de Andrés Núñez?

-Hubo una persona, el policía de la Brigada Daniel Ramos, que inicialmente trajo unos datos acerca de dónde estaba el cuerpo de la víctima. Luego yo terminaría ordenando la detención de Ramos porque surgió una altísima sospecha de que había sido partícipe material de la detención, tortura y muerte de Andrés Núñez. A pesar de que la información brindada por Ramos era confusa e inexacta, fue la que nos permitió hallar los restos de Núñez y allí el azar tuvo mucho que ver con el hallazgo. El presunto testigo nos había mandado a un campo cuyo cuidador era una persona de apellido Geréz, que coincidía con el de uno de los prófugos. Los restos de Núñez, afirmaba, habían sido arrojados dentro de un aljibe.

-¿Fue el apellido mencionado lo que les permitió llegar al lugar exacto?

-Sí. Preguntando por ese apellido, nos informaron que había un campo en el que un cuidador llevaba ese apellido, por lo que fuimos hasta allí. No encontramos ningún aljibe. Lo más parecido a eso fue un tanque australiano abandonado, con pastos y maderas dentro, y un perro atado. Todo indicaba que ese no sería el lugar. Estábamos con Javier Guzmán y un integrante de Antropología Forense de apellido Incháurregui, y en ese momento dijimos: ‘Ya que llegamos hasta acá, vamos a cavar’. Cavamos en distintos lugares dentro del tanque hasta que hallamos un elemento determinante: debajo de las chapas habían quedado unos restos de material plástico que los rotulamos y los guardamos en bolsas. Luego, en el juzgado, les tomamos declaración a varios familiares de Núñez y les preguntamos detalles sobre el momento de la desaparición, por ejemplo, qué llevaba puesto. Allí surgió que llevaba una mochila dentro de la cual siempre había dos jaboneras y, en una de ellas, parches de bicicleta. Cuando descascaramos esa masa de plástico retorcido, encontramos las dos jaboneras y, en una, los parches y el adhesivo de cubiertas. Fue prácticamente tan contundente como un examen de ADN.

-Usted tuvo que citar a declarar como imputados a muchos policías en el marco de las dos causas, ¿cómo fue esa interacción?

-Por el caso de Miguel Bru, hubo una cantidad considerable de policías de la comisaría 9 que, al no tener elementos de prueba, las cité a declarar como testigos. En todos los casos, las declaraciones eran iguales: no sabe, no contesta. No se obtuvo ninguna información relevante de esas declaraciones. Las informaciones importantes llegaron desde los testimonios de los detenidos en la comisaría y especialmente, sobre el crimen de Núñez, de la Brigada de Investigaciones. En aquel momento, muchas declaraciones de detenidos fueron cuestionadas desde todo punto de vista por integrantes de la Cámara Penal. Después se corroboró que todo lo que habían dicho era cierto.

A medida que avanza, el juez de la sala 2 de la Cámara platense se acuerda de otras irregularidades detectadas en ambas causas: por el caso de Núñez, en la Brigada llegaron a rehacer completamente el libro de ingresos para que no quedara consignada la detención de David Guevara, un joven que resultó ser un testigo importante para la causa. En el caso de Bru, fue tachado del libro de la Comisaría 9 el registro de la detención del estudiante de Periodismo.

-Mientras usted estuvo a cargo de las causas, ¿recibió presiones o amenazas?

-No, al menos de forma directa. Lo que sí ocurrió es que me denunciaban sistemáticamente ante la Suprema Corte con fundamentos disparatados. La primera denuncia me desconcertó porque yo recién había comenzado a desempeñarme como magistrado. Acerca de las dos causas, todas las diligencias y las citaciones de testigos las realizaba personalmente porque si delegaba las notificaciones sabía que los testigos vendrían condicionados. En esa tarea minuciosa, tenía muchas veces charlas previas con ellos para averiguar si sabían algo o no, de modo que en varios casos ni siquiera llegué a tomar declaración. De otra forma, hubiera sido imposible realizar semejante tarea. Y hubo un caso de un testigo que fue aprovechado por uno de los imputados en la causa de Bru y por el que yo fui denunciado con pedido de juicio político.

-¿Por qué motivos lo denunciaban?

-El fundamento era que yo citaba a personas a las que luego no tomaba declaración o seducía para que declarasen en contra de los imputados. Como dije, la primera vez me preocupé pero después ya no me interesó. Coleccionaba denuncias formuladas por el abogado defensor de las dos causas, Alejandro Casal, sobre quien no voy a hablar porque falleció y no se puede defender de lo mucho que tengo para decir de él. También de aquella época recuerdo que un día llegó a mi casa una persona conocida de la familia y me dijo que sabía que varios imputados estaban un poco preocupados y que me darían un susto con alguno de mis hijos. En ese momento, me preocupé un poco y empecé a tomar recaudos familiares pero finalmente no pasó nada.

-Hace algunos días comenzó la investigación penal sobre el exmagistrado Amílcar Vara. ¿Cuál es su opinión acerca de los magistrados del sistema penal en la Provincia?

-Durante los años 90 hubo un grupo de jueces –aunque no era la mayoría- que tenían la tendencia de mantener vínculos muy sólidos con la policía. Eran jueces que de derecho no sabían mucho, les gustaba el ejercicio del poder y mantener el vínculo con la policía reforzaba ese poder, el cual ya era muy amplio de por sí porque antes de la reforma procesal los jueces concentraban muchas tareas que hoy se han delegado en diversas instancias. Antes el juez investigaba, decía qué investigar y cómo, ordenaba la detención y no tenía que pedirle permiso a nadie, hacía allanamientos, la instrucción y la sentencia, es decir, la competencia y el poder eran amplísimos.

-¿Podría dar algún ejemplo sobre aquellos vínculos?

-Recuerdo un hecho puntual, aunque puedo contar muchos: yo era defensor y, estando de turno el juez Vara, ocurrió un robo con armas y tiroteo en la ciudad de Quilmes. En aquellos años el departamento judicial La Plata incluía a esa ciudad. Uno de los autores del robo estaba internado en un hospital de Quilmes, por lo que el juez decidió tomarle declaración allí. Entonces Vara me avisa que iría en el auto oficial y que, si quería, me llevaba. Antes de llegar a Quilmes, el juez me dice que, si no me molestaba, tenía que pasar por una comisaría, creo que la 1ra de esa ciudad. Cuando llegamos, pasamos al patio y había un costillar asándose, creo que cordero, y muchas personas sentadas a largas mesas dispuestas para la ocasión. Allí había varios de esos jueces que conformaban la camada que mencioné antes. Durante ese almuerzo hubo conversaciones tales como: ‘che, fulanito, ya te conseguí el arma que me habías pedido’, y expresiones de intercambios de favores que, entre amigos, estaría bien, pero en esta tarea tan delicada me hizo sentir muy incómodo. Uno imagina que ese tipo de escenas se pueden repetir en otros ámbitos y cuando, por ejemplo, en la Brigada de Investigaciones muere Andrés Núñez se lo puede relacionar con el ingreso de Vara a las 7 de la mañana: ‘mirá, pasó esto, ¿qué hacemos? ¿Contamos con tu ayuda?’.

-¿Cuál es su opinión sobre Vara?

-Esa pregunta es difícil porque es hacer leña del árbol caído. Vara, antes de ser sometido al jury, me llamó por teléfono y me preguntó si podía ofrecerme como testigo. Yo le dije que cualquiera me puede ofrecer como testigo pero que mi testimonio iba a estar determinado por la remisión a los hechos consignados en las causas y las resoluciones que tomé. Él fue sometido a un proceso legal y fue expulsado del poder judicial. No podría decir más que eso.

-Usted habló sobre los vínculos estrechos entre magistrados y policías durante los años 90. ¿Eso cambió con el paso de los años?

-Eso ahora no lo veo. Tampoco estoy muy en contacto con la policía. Aclaro que había policías excelentes incluso en aquella época. Creo que desde que se impuso el sistema de concursos por parte del Consejo de la Magistratura se han superado muchas cuestiones de la organización.

Un nuevo recuerdo interrumpe el rumbo de la conversación: el hecho que narrará sucedió mientras Szelagowski era defensor oficial del Departamento Judicial La Plata. El escenario, curiosamente, la Brigada de Investigaciones.

-Me notificaron que se iba a realizar una rueda de reconocimiento respecto de un detenido que estaba alojado en ese lugar. Creo que la víctima del robo había sido un policía de esa fuerza. El reconocimiento sería un sábado, entonces fui un rato antes de la hora fijada y pedí hablar con el detenido. Él me dio los motivos por los cuales era imposible que fuera reconocido. Luego salimos al lugar de la diligencia, que sería en un patio de la Brigada. El testigo que tendría que reconocer al presunto autor del robo había sido alojado en una oficina con un ventanal que daba al patio. Luego, el testigo fue aislado para que no hubiera posibilidad de que alguien le dijera la posición del detenido, y se ubicaron a las personas en fila, entre las cuales estaba el sospechoso que quedó tercero. Todos ellos sostenían un papel para la identificación. Cuando al testigo lo vuelven a llevar a la oficina con ventanal hacia el patio, le piden que diga si entre esas personas identificaba a quien la había hecho víctima del delito. Dice ‘el número 2’. El policía que estaba entre el testigo y las personas de la rueda le responde: ‘Fíjese bien’. Y el testigo insistió: ‘el número 2’, pero yo pude ver que él no estaba mirando hacia la fila de personas sino hacia abajo, cerca suyo, donde el policía que le hablaba tenía apoyados sus puños sobre el marco del ventanal. Con una de sus manos, el policía tenía tres dedos apoyados sobre el marco –el índice, el mayor y el pulgar- pero de un modo que, desde la perspectiva del testigo, el pulgar quedaba oculto detrás de los dedos índice y mayor. De allí la confusión del testigo –repetía 2, en vez de decir 3- y la insistencia del policía. Cuando advertí la maniobra, estaba el jefe de la Brigada junto a mí.

-¿Y qué hizo usted?

-Le ordené al jefe que llamara al juez, y cuando éste llegó me preguntó qué era lo que había pasado. Le cuento lo sucedido y entonces el juez se reúne con el jefe de la Brigada y con el policía que había hecho la seña al testigo. Al salir, se acerca el magistrado y me dice: ‘Ricardo, vamos a dejar constancia de que el sospechoso no fue identificado. Lo único que te pido es que no denuncies al policía’. Le hice saber que eso no era posible y me fui, pero antes de salir me cruzo con el policía de la maniobra, quien me preguntó qué iba a hacer. Lo único que alcancé a decirle es que se buscara un abogado. Dos días después, el lunes a primera hora, hice la denuncia en el juzgado que en ese momento llevaba adelante Héctor De Castelli.

-Volviendo sobre la investigación penal recientemente iniciada en torno al accionar del exjuez Vara, ¿cuál sería el significado de una eventual condena?

-Sería un mensaje de que los anticuerpos funcionan. Así como en su momento funcionó el jury, en caso de probarse su responsabilidad penal en delitos concretos sería satisfactoria la condena para el perfeccionamiento del sistema.

-¿Qué dificultades para el avance de las causas sobre las desapariciones de Bru y Núñez recuerda?

-En la causa por la desaparición y muerte de Núñez, habíamos reunido pruebas suficientes como para ordenar la detención de una cantidad importante de policías de la Brigada, varios de ellos de alto rango. Conversando con el secretario del juzgado, no sabíamos a quién ordenar esa detención, por la cantidad de efectivos involucrados. Resolvimos llamar al jefe de Policía, a quien yo no conocía pero que suponía que lo podría resolver. Entonces lo citamos al juzgado y apareció allí el mismo día. Era Klodczyk. La anécdota que voy a contar refleja lo que era la policía en aquél momento. Llega Klodczyk, se sienta en el despacho y empiezo a explicarle el motivo de la citación. Yo siempre acostumbré a preparar el equipo de mate bien temprano. Mientras le explicaba la orden detención, yo agarro el termo para servir el mate y en ese momento Klodczyk me frena y me dice: ‘No, doctor. Usted no se ceba mate’. Y tomó el equipo y empezó a cebar él. Le di la orden de detención, creo que de 17 miembros de la Brigada, de los cuales 12 fueron detenidos.

-¿Y el resto?

-Quedaron prófugos quienes habían tenido alguna responsabilidad. Los que habían sido detenidos, fueron siendo liberados con el paso de los días. Sobre uno de ellos recuerdo que comprobamos que no había participado del hecho. Cuando lo cito al juzgado para notificarle su liberación, me pide hablar conmigo sobre algo que sabía: ‘Usted citó al jefe de la Policía para darle la orden de detención. Cuando él salió del juzgado, nos mandó a preguntar, uno por uno a los miembros de la Brigada, si nos queríamos presentar o si queríamos escapar’. Entonces, todas las personas que fueron detenidas se habían quedado porque no tenían nada que ver con el hecho o habían tenido una participación secundaria, y el resto se fue porque el jefe les había dado la opción.

-¿Cree que hechos similares de torturas y desapariciones pueden volver a ocurrir?

-Es cada vez más difícil porque existen mayores instancias de control, pero yo no lo descarto.

La sentencia final, dicha por un magistrado en actividad, parece temeraria. Sin embargo, un instante después, aparece un nombre y, con él, la posibilidad: Julio López. El grabador ha dejado de registrar. Otra vez la mirada aguda de Ricardo Szelagowski: “Saber que ambas causas, al menos en parte, se resolvieron con la condena de los responsables me hizo sentir útil y me dio cierta satisfacción. Todos hubiéramos deseado que nunca existieran esas causas”.