Cosecha Roja .-

En Argentina, es casi un lugar común decir que la Policía Bonaerense es una de las más corruptas del continente. Muchos investigadores la consideran como un ente regulador del delito. Sin embargo, el ranking -al menos a nivel nacional- podría estar cambiando. La renuncia del ministro de Seguridad santafesino, Leandro Corti, y varias denuncias volvieron a poner sobre la mesa el debate sobre la policía de Santa Fe, calificada como una de las más corruptas de país.

La última víctima fue César, un cartonero que discutió con un soldado narco que vendía en su barrio y terminó con un tiro en el pecho. El dealer estaba drogado y armado. César, que militaba en el Frente Popular Darío Santillán, quería evitar una tragedia. Jeri, el Mono y Patón, también militantes de esa agrupación, fueron fusilados a principios de este año por un grupo de barrabravas. Los barras, buscando revancha, atacaron a quien se cruzara en su camino. Cada uno de los chicos asesinados tenía entre cinco y ocho balas en su cuerpo. Roberto, Lucio y Martín fueron torturados en una comisaría durante una semana. Los golpearon y les aplicaron submarino seco y picana eléctrica.
Ninguno de ellos se conocía pero todos tenían en común algo: vivían dentro de los límites de una misma provincia. Un territorio que agudiza sus niveles de violencia al tiempo que da lugar a que crezca cada vez más el negocio del narcotráfico. Se trata de Santa Fé, al noroeste de Argentina.

El control por el territorio es la raíz de la mayoría de las disputas entre narcos. La policía tiene su cuchara metida en el negocio de la venta de drogas y por ello no interviene. Los enfrentamientos suelen resolverse con una balacera. Los “ajustes de cuentas” entre narcos se habrían cobrado la vida de más 60 víctimas, cálculo que arroja una decena de muertos por mes.

“La policía santafesina es una de las más bravas, de las menos reformadas, de las más corruptas y más regulatorias del negocio del narcotráfico” asegura Marcelo Sain, especialista en seguridad y ex jefe de la Policía de Seguridad Aeroportuaria, en una entrevista reciente.

El epicentro del conflicto parece estar en las villas que rodean a la ciudad Rosario, la segunda metrópoli más poblada de Argentina. El cordón del gran Rosario es el escenario de una guerra cotidiana y silenciosa entre narcos y policías. Muchas de estas bandas están relacionadas a los barrabravas de los equipos de fútbol. Cada tanto un asesinato por “ajuste de cuentas” sale a la luz y asoma la punta del iceberg.

El mapa de la violencia no solo se concentra en el sur de la provincia. Tampoco está relacionado únicamente al narcotráfico. El abuso policial también se encuentra a la orden del día. En un pueblito del norte de Santa Fé, llamado Florencia casi en el límite con Chaco, se denunciaron en este mes una serie de torturas y apremios ilegales a los cuales eran sometidos jóvenes detenidos en una comisaría. El nudo se desató cuando un diputado provincial elevó a la Corte Suprema de Justicia de Santa Fé la denuncia de tres jóvenes que, acusados de robar unas motocicletas, fueron detenidos durante una semana, golpeados y torturados con picana eléctrica. También fueron obligados a firmar declaraciones sin la presencia de un abogado e incomunicados por siete días.