Explosión en Rosario: una madrugada entre rescatistas y escombros

Hoy se cumplen ocho años de la explosión del edificio en Rosario en la que murieron 22 personas y más de 60 resultaron heridas. Compartimos una crónica de esa noche en la que los rescatistas trabajaban sobre los escombros buscando sobrevivientes.

Explosión en Rosario: una madrugada entre rescatistas y escombros

06/08/2021

La mañana del 6 de agosto de 2013 se escuchó un zumbido parecido al de una turbina de avión. Unos minutos después, a las 9:38, la explosión. La torre 2 del edificio de Salta 2141 quedó convertida en una montaña de hierros retorcidos y cemento. Veintidós personas murieron y más de 60 resultaron heridas. El gasista Carlos García fue condenado a cuatro años de cárcel. Los otros 10 imputados fueron absueltos.

El día de la explosión el periodista rosarino Sebastián Ortega volvió al barrio de su infancia y pasó la primera noche junto a los rescatistas que buscaban vida debajo de los escombros. Escribió esta crónica que se publicó en Infojus Noticias:

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Uno de los jefes de la división de Bomberos se acercó hasta la esquina y dio la orden: apagar todos los celulares, los motores de los vehículos y extender el vallado de Gendarmería a tres cuadras a la redonda. Era la una y media de la madrugada y estaban por poner en marcha la sonda sísmica para detectar movimientos bajo los escombros. Después de diecisiete horas de rescate, era la última esperanza de rescatar con vida a los 15 desaparecidos de la explosión del edificio en Rosario. Afuera, la ciudad se dormía entre el dolor y el asombro de haber vivido la tragedia más grande de su historia.

Por la madrugada, entre los vecinos y curiosos que se acercaron a la zona de la tragedia corrían rumores de que la cifra de muertos reales duplicaba la oficial. En el centro del operativo de rescate, detrás del celoso control montado por la Guardia Urbana Municipal, nadie se animaba a hablar de sobrevivientes ni de muertos. Esta mañana la cifras oficiales decían: de 12 fallecidos, 15 desaparecidos y 62 heridos.

A las 21 horas el juez Juan Curto había llegado al lugar de la tragedia para dar algunas informaciones: habían sido detenidas dos personas, un gasista matriculado y su ayudante. Ambos habían trabajado en el edificio a la mañana temprano, antes de la explosión. La causa está caratulada como estrago doloso, un cargo que tiene una pena de un mes hasta cinco años de cárcel. Otro funcionario judicial, en estricto off the récord, aportó más detalles. Creen que los trabajadores dejaron mal cerrada una llave de gas y escaparon del lugar. De ser así, explicó, la causa pasaría del Juzgado en lo Correccional de Curto al Juzgado de Instrucción a cargo de Javier Beltramone.

En la sala de espera del Cemar (Centro de Especialidades Médicas Ambulatorias de Rosario), unas cincuenta personas esperaban noticias de sus familiares. El teléfono detrás del mostrador no paraba de sonar. “Mañana a la mañana, con DNI y tres horas de ayuno”, repetía el empleado a quienes llamaban para donar sangre. A pocos metros, un hombre abrazaba a una mujer recostada en una silla que lloraba. Delante de ellos, un joven caminaba con la mirada perdida y una botella de gaseosa en la mano. Dos veinteañeras repasaban la lista de heridos pegada en la puerta de ingreso. “Hace un rato llamaron a los familiares de dos heridos que habían sido identificados”, contó una de ellas. Buscaban a la prima de una amiga. Entre familiares y conocidos se habían distribuido en diferentes puntos de la ciudad. Entrada la noche, seguían sin novedades.

A pocas cuadras del Cemar, la llamada zona de exclusión lucía como un territorio bombardeado. Ruidos de sirenas, ambulancias y gente desconcertada caminando en todas direcciones entre escombros y vidrios rotos. Policías, gendarmes, prefectos, agentes de la Guardia Urbana Municipal, bomberos, enfermeros, periodistas, vecinos que pedían volver a sus casas y cientos de curiosos se agolpaban frente a las cintas de peligro que cruzaban las calles de lado a lado.

El edificio donde se originó la explosión y su onda expansiva estaba a menos de un kilómetro del río Paraná, en una de las zonas donde se concentró gran parte del crecimiento inmobiliario impulsado por los agrodólares. En el sitio en el que se levantaba la torre quedó un hueco cubierto de escombros. Un amasijo de restos de cemento, cables, alambres retorcidos y cuerpos humanos.

Sobre el histórico Boulevard Oroño, símbolo emblemático de la aristocracia rosarina y acceso principal para quienes arriban de Buenos Aires, se montó el centro de operaciones de rescate. El estacionamiento del supermercado La Gallega, lindante con la parte trasera del bloque de tres edificios afectados que dan a la calle Salta, fue el lugar donde desde las primeras horas de la tarde trabajaron unas doscientas personas: rescatistas, agentes del Servicio Integrado de Emergencias Sanitarias (SIES), funcionarios, bomberos, fuerzas de seguridad y voluntarios que asisten sirviendo comida y bebida.

Bajo los escombros aún quedan personas por rescatar. “Dicen los rescatistas que se escuchan gritos”, contó una mujer. En la puerta de entrada al estacionamiento un funcionario judicial se mostró esperanzado: “se está trabajando con mucho cuidado, intentando no remover en algunos sectores para que los perros puedan seguir los rastros”, explicó. Se refería a la división de canes especializados enviados por el Ministerio de Seguridad de la Nación.

Del hueco donde antes había un edificio un tractor pequeño con una pala mecánica juntaba los escombros y los apilaba junto a la pared del supermercado que fue derribada en parte para trabajar con mayor comodidad. Otro tractor más grande, guiado por un hombre robusto de brazos tatuados y gorra azul con el logo de la Municipalidad de Rosario, era el encargado de trasladar el amasijo de cemento -del que sobresalía una cocina y el rodete de una persiana- hacia un camión.

Un grupo de unos quince hombres cargaban las vigas y los hierros doblados y los apilaban en un costado. Más allá, excombatientes de Malvinas servían la cena en bandejas de plástico y ofrecían agua mineral.

De a ratos, los dos tractores detenían su trabajo para que entraran los rescatistas con los perros. Cubiertos de pies a cabeza con trajes de amianto, botas, casco, linterna en la frente y guantes, los rescatistas caminaban iluminados por sus linternas en busca de sobrevivientes. El ministro de Gobierno provincial, Rubén Galassi, junto a su par de Seguridad, Raúl Lamberto, miraban en silencio.

A las dos de la madrugada el movimiento en las calles laterales había mermado. El grupo de vecinos y curiosos que observaban detrás de los vallados policiales se redujo a unas pocas decenas de personas. Casi el mismo número de gendarmes se había apostado en la esquina de Catamarca y Boulevard Oroño, a media cuadra de la entrada al supermercado. Hasta ahí llegó uno de los jefes del cuerpo de Bomberos y dirigiéndose a los gendarmes dijo: “que no haya ningún auto en marcha ni gente a tres cuadras a la redonda. Vamos a poner en marcha una sonda sísmica para detectar vibraciones”.

Bien entrada la madrugada los rescatistas seguían trabajando. La ciudad, entre el dolor y la incredulidad, intentaba dormir después del día más trágico de su historia.