Por Juan D’Alessandro -Diario Día a Día .-

El cura se acercó al micrófono y, mientras acomodaba su cuello romano, miró a la concurrencia: el sol de la tarde caía con fuerza en la Plazoleta del Fundador y resplandecía en las camisas blancas, impolutas, de los jefes policiales, en los instrumentos de la banda de la Policía y en las chombas de los agentes del Cuerpo de Vigilancia Especial, que formaban columnas cerradas frente al orador. A sus espaldas, la Catedral de Córdoba proyectaba una sombra inmensa. El sacerdote, en el medio, estaba rodeado.

Pero ese día –que fue el pasado viernes 9 de marzo– Javier Eduardo Fernández (34), el hombre que se hacía pasar por cura y que está siendo investigado por estafas, salió airoso: bendijo a la Policía y ofició una misa tranquila, sin contratiempos, y se retiró de la Plazoleta enfundado en su disfraz de sacerdote, a bordo de un Ford Fiesta que, se supo ayer, tenía los números de motor y chasis adulterados.

La propia Policía documentó la ceremonia, y en su página web se puede leer que “la invocación religiosa estuvo a cargo del padre Javier Fernández”. Incluso, colgaron una foto en la que se ve al falso cura hablando y, de fondo, a altos mandos policiales –como el comisario general Ramón Frías, director de Seguridad Capital– oyendo atentamente la palabra divina. También escucharon la misa algunos invitados especiales, como el representante de la Daia Córdoba, Yoel Visotsky; y el director de la Agencia Córdoba Turismo, el ex piloto Gabriel Raies.

Salvo por un puñado de jefes, la mayoría de los uniformados que participaron del aniversario del Cuerpo de Vigilancia Especial no sabían que “el padre” Fernández estaba siendo investigado por una denuncia anónima que había ingresado a Tribunales en diciembre. “Lo mirábamos hablar y sabíamos que era un impostor, pero no podíamos detenerlo ahí porque aún no habíamos recabado pruebas que lo incriminen”, contó uno de los jefes, según comentaron fuentes judiciales.

Pero el hermetismo de los investigadores de Delitos Económicos se desmoronó cuatro días más tarde –el 13 de marzo–, cuando el Arzobispado de Córdoba difundió entre sus fieles un comunicado que advertía: “El señor Javier Eduardo Fernández, que en algunas oportunidades se presenta como sacerdote y en otras como seminarista, no reviste ni una ni otra condición. El uso del hábito eclesiástico es, por tanto, impropio”.

Los investigadores tuvieron que apurarse: no habían podido detenerlo antes, ya que “el Código Penal no sanciona el hecho que una persona se haga pasar por sacerdote; y tampoco se daban las características de estafa, porque las ceremonias religiosas que brindaba eran gratuitas”, según explicó el fiscal del caso, Rubén Caro.

Pero comprobaron que Fernández, además, decía estar a cargo de la mutual San José Obrero, ubicada en calle Rosario de Santa Fe al 500, donde podría haber cometido estafas contra socios, y que en su auto –de dudosa procedencia– había dos obleas: una de la Municipalidad, para libre estacionamiento, que habría sido lograda con documentación falsa; y otra de la Policía, totalmente trucha, para obtener beneficios por “uso de vehículo policial”.

Esto permitió a la Justicia imputarle “Falsificación y Adulteración de Documento Público”, que tiene una pena de seis años. Lo detuvieron el martes pasado en pleno centro –11 días después de que diera misa para los uniformados–, y allanaron la casa en la que vive junto a su familia en barrio Jardín, donde secuestraron documentación y parafernalia religiosa.

¿Por qué lo convocó la fuerza? Llegó un día al Cuerpo de Vigilancia Especial, en el pasaje Santa Catalina, vestido con sotana, y los jefes lo invitaron a tomar un café. Él les dio su tarjeta (trucha) del “nuncio apostólico” y comenzó a visitarlos frecuentemente. El día del aniversario, los capellanes policiales no podían asistir y un comisario sugirió llamar al “curita Fernández”. A ojos de los jefes policiales, el hábito hizo al monje.