• El mismo lo confiesa: “Acá estoy mejor que en la calle”. (…)Farré, dentro de la cárcel, se siente como en su casa.
  • Zapatillas, jean, camisa y chaleco, el hombre que asesinó a su mujer de 66 puñaladas aparece con una taza de té caliente que acaba de prepararse. No está esposado. (…) Es el mismo Farré el que invita a pasar al cuarto (…) “Sentate tranquilo” dice, como si fuera el dueño del lugar.
  • Cuenta que trabaja dentro del penal como administrativo: “Controlo todas las donaciones que entran y salen a la cárcel, me tiene activo (…)” Dice que mira la serie Game Of Thrones “que me tiene enganchado” y estudia sociología “todos los lunes, martes y miércoles”.
  • Los oficiales penitenciarios consideran que Farré es un “bocho”, un tipo que no causa problemas: “Es uno de los más inteligentes que hay acá”. No es común que un preso tenga un máster en Negocios (MBA) en los Estados Unidos y hable tres idiomas: inglés, francés y portugués.
  • Comparte celda con otro asesino y con un ladrón (…)
  • “Acá estoy contenido, me curaron y estoy mejor que cuando llegué”.

 

Entrevista a Fernando Farré

Supongo que varixs de ustedes recordarán la película “El silencio de los inocentes”. En ella hay un momento en que el Dr. Hannibal Lecter es “castigado”: le sacan sus pinturas y sus elementos para pintar. El hombre tenía una cierta afición por morder y a veces era un tanto excesivo: como le había arrancado la nariz y otras partes a una persona, lo dejaron sin sus elementos distintivos: la pintura, la música clásica. Esa “cultura”, más sus títulos universitarios, lo diferenciaban de sus pares, los asesinos “incultos”. Sin posgrados, sin idiomas, sin título, detrás de la reja había un hombre que mataba.

Un asesino.

Las entrevistas que brindó Farré luego de ser condenado a cadena perpetua por femicidio contra su esposa en medio del proceso de divorcio sólo pueden ser leídas bajo el espectro de lo siniestro.

Freud intentó distinguir la angustia de lo siniestro, y la vuelta que encontró es que es a la vez “íntimo y hogareño”. “Algo que –debiendo quedar oculto- se ha manifestado”.

Eso es Farré: un “bocho” que mira series Premium (sospecho que el abono saldrá de nuestros impuestos) mientras toma té caliente y recibe periodistas.

Hace menos de dos años la imagen era otra: un tipo con traje, camisa celeste, tirado en el piso, esposado y cubierto de la sangre de su ex esposa.

En menos de dos años Farré convenció a sus custodios y a todo un sistema de que es una persona “de bien”: estudia, no se pelea, circula y escribe cartas a unos hijos a quienes no llamó ni una vez desde que asesinó a su madre.

La diferencia con el Dr. Lecter tal vez sea que éste no se jactaba ni alardeaba de sus crímenes. No aludía a brotes “psicóticos” ni a lagunas mentales “productos de emoción violenta”. No, Lecter apenas pudo montó el show y demostró que la inteligencia no tiene que ver con títulos ni posgrados: se fugó y adiós. Además, claro, era un personaje de ficción.

Lo que Farré hace escribir a los periodistas (ya que las condiciones incluyen no grabarlo) tiene más que ver con esas personas minúsculas que no pueden sobrellevar los contratiempos: el gerente que jugaba tenis con Trump y se fotografiaba con Paris Hilton fue despedido de sus anteriores trabajos mientras su esposa desarrollaba una carrera profesional en crecimiento. Así, en la cárcel es un “bocho”. No en las multinacionales donde trabajaba, en la cárcel.

Es peligroso darle tanta letra a estos tipos: sus juegos de poder (“yo pongo las reglas”),  su sonrisa –apenas seis días después de haber sido condenado-, su crítica a los jurados, las “comodidades” de las que disfruta, suenan más a carcajada en nuestras caras que a rigor periodístico.

Es notable como hay toda una movida sutil que pone en tapa y pasea por Internet a personas que “tocan la guitarra y rezan” (Cristian Aldana), hacen subir a menores de edad para que lo manoseen al final de su show luego de sufrir el repudio generalizado cuando dijo suelto de cuerpo “que hay mujeres que necesitan ser violadas para tener sexo” (Gustavo Cordera) o asesinan a su esposa, madre de sus hijos, de 66 puñaladas.

Mientras tanto en un penal de Mendoza, un niño encarcelado junto a su madre duerme entre cucarachas en una cama mínima.

Capaz cuando cumpla 10 años tenga suerte de salir en el diario tras ser linchado o asesinado.

Bebé en la cárcel de Mendoza