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Esta semana muchos se sorprendieron con la muerte de Griselda Blanco. Quienes no la conocían, pues había sido famosa hace muchos años, no podían creer que una colombiana tuviera un prontuario digno de Vito Corleone: dueña de la mafia en Miami, asesina inmisericorde, ‘verduga’ de sus amantes. Tampoco era claro para muchos que libros como Las mujeres más perversas de la historia la incluyeran al lado de Cleopatra, María Tudor y Catalina la Grande, ni que miembros de la DEA declararan que ella era la criminal más fascinante que esa organización persiguió en el siglo XX. Quienes la conocían se asombraron de algo muy diferente: que todavía estuviera viva. Había salido de circulación cuando fue condenada en Estados Unidos en 1985 a 20 años de cárcel y cuando matrona y peliblanca había sido deportada a Colombia en 2004, desapareció inmediatamente y nadie sabía de su paradero. Como el negocio del narcotráfico es ante todo machista y los protagonistas por lo general son hombres jóvenes, desconcertó el asesinato en manos de sicarios en moto de lo que parecía una abuelita de 70 años.

Ni la más espectacular serie de mafia gringa hubiera podido inventarse un guión con tanto poder, tanta traición y tanto sexo como fue la vida de Griselda Blanco. Era tal su fascinación por el cruel mundo de la mafia que por la película El Padrino se refería a sí misma como la Madrina y bautizó a su hijo como Michael Corleone. Su perro pastor alemán se llamaba Hitler. Con ese carácter y a punta de lo que muchos llaman “malicia indígena”, Blanco levantó un imperio que alcanzó a mover miles de millones de dólares, a emplear a más de 1.500 traficantes, a planear el secuestro de John Kennedy Jr, a iniciar a Pablo Escobar en el negocio de la droga en Estados Unidos, a ser responsable de cerca de 250 asesinatos y a poner en jaque a la DEA. Tanto que el narcotraficante Max Merlmestein dice en su libro El hombre que vio llover coca que “si Griselda Blanco no hubiese existido, no habría habido guerras de cocaína”.

Si su prontuario criminal fue convulsionado, su vida personal lo fue aún más. Su madre Ana Lucía Restrepo era la criada de una finca en Cartagena, pero fue despedida cuando quedó embarazada de su patrón. Por eso, ambas pasaron muchas necesidades y tuvieron que irse a vivir a las comunas de Medellín, donde Griselda se convirtió en carterista profesional a sus escasos 11 años. Como robar no era tan rentable, a un grupo de amigos se le ocurrió secuestrar un niño adinerado de 10 años. Lo llevaron a la comuna y lo dejaron amarrado. Cuando vieron que no podían sacar fácilmente la recompensa que querían, los demás le pidieron a Griselda que lo matara. A pesar de que tenían casi la misma edad, ella le dio un tiro en la frente. Fue su primera víctima.

Se fue de su casa a los 14 años luego de una brutal pelea con su mamá y años después se casó con Carlos Trujillo, un delincuente especializado en falsificar visas a Estados Unidos con el que tuvo tres hijos. Cuando este se murió de una cirrosis, ella se adueñó del negocio y se fue a vivir con su amante, Alberto Bravo, sin experimentar mayor duelo. “Más que el amor, a Griselda la movía el interés”, cuenta Susana Castellanos en el libro Mujeres más perversas de la historia. Alberto era un hombre más ambicioso y por eso, juntos comenzaron en Nueva York sus pinos en el incipiente negocio de la coca. En poco tiempo la Madrina era ya el contacto ineludible para cualquier narco colombiano que quisiera expandir sus redes a Estados Unidos. A Alberto lo mató en Medellín en un tiroteo de película porque desconfiaba de cómo manejaba las ganancias. Ella le dio varios tiros en la cabeza y él uno en el estómago. Griselda se salvó de milagro y luego se casó con su amante Darío Sepúlveda, a quien también mató. Desde ahí la llaman la Viuda negra.

La forma como se deshizo de Sepúlveda, el papá de su hijo Michael Corleone, es mucho más trágica. La pareja se había separado porque no estaban de acuerdo con la manera de educar al niño de apenas 4 años. La Madrina no lo dejaba ir a la escuela pues quería que solo se formara en el negocio de la familia. Por eso, el papá huyó con él a Colombia. Griselda tenía una obsesión por sus hijos, casi enfermiza. Tanto que uno de sus peores crímenes, el asesinato de Johnny Castro, un bebé de 2 años, fue ordenado porque el padre de Johnny le dio una patada a uno de sus retoños. El sicario falló en el tiro y mató al bebé que iba con él. Cuando Griselda se enteró “dijo que estaba contenta, que estaban a mano”, relató un narco al diario Miami Herald.

La suerte de Sepúlveda fue por el estilo. Griselda desplegó un operativo para recuperar a Michael. La Policía lo detuvo en Medellín y este, temiendo repetir la historia de Castro, salió corriendo para que su hijo no fuera víctima de los tiros que venían. Terminó baleado por la espalda. “El pequeño Michael corrió hacía el cuerpo destrozado de su padre y lo abrazó, pero ya era tarde. Darío estaba muerto”, cuenta Merlmestein. Se rumoró que el soborno a la Policía y a las autoridades de inmigración para recuperar a Michael costó varios millones de dólares.

A pesar de estos episodios y de que Griselda revolucionó el negocio de la coca, en un principio las autoridades no se habían percatado de su existencia. La Madrina había logrado algunas innovaciones que la mantenían a salvo de la justicia. Para que las mulas no fueran detectadas diseñó tacones y brassieres con compartimentos secretos. Sus técnicas para llenar a Miami del polvo blanco eran tan osadas que, según Richard Smitten, autor del libro La viuda negra, en 1976 en los 200 años de la independencia de Estados Unidos, metió en los revestimientos interiores del buque Gloria que asistía a esa celebración 1.000 kilos de cocaína avaluados en más de 40 millones de dólares. Esta semana el diario The Sun reveló que también fue ella la que metió la cocaína al Reino Unido.

Hay tres episodios de su vida que cambiaron ese anonimato. El más publicitado fue el asesinato en 1979 de dos narcotraficantes en un centro comercial en Miami. Este desencadenó allí una guerra entre bandas al estilo de Scarface que puso a esa paradisiaca ciudad como sede de la mafia en el mundo. Los otros dos son más íntimos, pero fueron los que permitieron capturarla. Griselda rompió una de las reglas de oro del tráfico de la cocaína: el que la negocia no la consume. La mujer se volvió adicta y cuando se drogaba contaba orgullosa los detalles de sus crímenes. Apenas la DEA empezó a apretar al cartel de Medellín, muchos narcos intercambiaron esas historias por beneficios judiciales. Por último, estaba el factor venganza. El sobrino de su primer exmarido asesinado empezó a buscarla con francotiradores para matarla. Así, a la Policía le quedó más fácil seguirle el rastro.

Acosada por la cacería que las fuerzas legales e ilegales habían montado con ella como presa, se fue de Miami y se instaló en una modesta casa en California. En la madrugada del 10 de febrero de 1985 la DEA la capturó allí. Estaba con su mamá y con su hijo Michael Corleone. Su prontuario daba para pena de muerte o cadena perpetua, pero el juicio sufrió un revés. El principal testigo del caso, su exguardaespaldas Jorge Rivi Ayala, confesó haber tenido conversaciones sexuales con miembros de la Fiscalía. Las declaraciones de Ayala perdieron credibilidad y Griselda fue condenada a 20 años de prisión. Los medios registraron que había caído la Reina de la cocaína, pero se equivocaron.

La Madrina siguió con el negocio desde prisión por medio de su amante, Charles Cosby. Se habían conocido de una manera particular. Él, un delincuente menor que la consideraba su ídolo, le mandaba decenas de cartas de admiración a la cárcel. Griselda lo mandó llamar y apenas lo vio le dio un beso en la boca. Pronto Cosby se volvió millonario dirigiendo esa industria. En 1994, cuando Griselda se enteró de que la justicia gringa seguía buscando testigos contra ella, le propuso a Cosby dar el golpe de sus vidas: secuestrar al hijo del presidente John F Kennedy, John Jr. Ella creía que teniendo en su poder al delfín iba a lograr negociar con la Fiscalía un trato más favorable que la dejara libre. Cuando Cosby le dijo que el plan era una locura, Blanco lo acusó de traidor. Muerto del susto, Cosby envió un equipo de secuestradores a Nueva York en busca de John Jr. Para darse tiempo tomó un avión a la Florida, se entregó a la justicia y declaró contra ella. El secuestro nunca se produjo.

Desde allí fue muy poco lo que supo de Blanco, aunque por los testimonios de narcos capturados se comenzaron a revelar historias increíbles. Se dijo que tenía un joyero avaluado en más de 10 millones de dólares (entre ellos un diamante rosado de 25 quilates que fue de Eva Perón), que en su ajuar había más de 300 pares de zapatos y que tomaba té en una vajilla que fue de la reina Isabel. También que andaba siempre en varias limosinas negras o en lujosos Ferraris con un grupo de pistoleros que no la dejaban sola porque nunca aprendió a manejar, ni a leer, ni a escribir. Sus excompañeros contaron que su casa era una especie de templo dentro de la mafia de Miami, en donde no solo se realizaban fiestas con orgías sexuales sino que se bendecía la mercancía. Antes de despachar un cargamento ellos solían frotar una estatua de la Madrina que les garantizaba la suerte. También se supo que no había nada que le sacara más la piedra a que la llamaran gorda. Según el libro de Mermelstein, por ese comentario mandó descuartizar a un hombre, lo metió en una caja y lo dejó a las afueras de Miami.

Después de que fue liberada y deportada a Colombia el 6 de junio de 2004 a Griselda parecía como si se la hubiera comido la tierra. Se decía que vivía en Medellín, que tres de sus hijos habían sido asesinados por cuentas del pasado y que la mujer se había aferrado a la Iglesia. Como no tenía antecedentes judiciales en Colombia, las autoridades nunca se preocuparon por saber en qué andaba. Esta semana cuando se conoció que había sido asesinada en Medellín con la misma técnica de sicarios en moto que ella inventó, el mundo volvió a recordar su historia. La llamada Reina de la cocaína, que durante décadas parecía indestructible, recibió dos impactos de bala en la cabeza cuando salía de una carnicería en el barrio Belén de la capital paisa. El mito de la Madrina había llegado a su fin.