Prueba hoja negra

Julia Varela y Agustina Sulleiro – Cosecha Roja.-

Desde que Esteban empezó a militar, dejó de tomar cocaína y jalar pegamento. Ahora sólo consume porro. A Martín le dijeron: “las pastillas te queman la cabeza”. Ahora su mamá le cuida las plantas de marihuana cuando él no está en la casa. Diego empezó a escribir canciones de hip hop y pudo dejar el poxirrán. Lo que los tres autogestionaron se llama reducción de riesgos y daños, una mirada desde la salud para una nueva política de drogas.

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“¿Con qué me drogaba? Con qué no”. Esteban tiene 21 años, vive en una villa del norte de Buenos Aires y fumó porro, tomó cocaína y jaló pegamento desde los 14. Vio a muchos pibes darse vuelta y a él mismo le pasó una vez: “Te agarran como ataques de epilepsia y te da un poco de miedo”, contó a Cosecha Roja. Pero ése no fue el detonante. Empezó a repensar su consumo cuando le fracturaron la rodilla en una pelea en el barrio: sintió el dolor en el cuerpo y funcionó como señal de alerta. “Dejé de drogarme por lo que me pasó en la pierna y también porque mi vieja andaba re nerviosa. No me podía ver en la calle, no dormía”, dijo.

El año pasado Esteban se anotó en un taller, empezó a militar y de a poco dejó de consumir, aunque sigue fumando marihuana. “Le encontré el sentido a la droga”, explicó. Lo hizo por su cuenta, porque está ocupado y tiene algo para hacer durante el día: “Llego a mi casa recién a las 7, 8 de la noche y a esa hora ya no hay nada para comprar. Y así más o menos me voy controlando”.

El primer paso para desarmar los mitos alrededor de “las drogas” es dejar de usar el término “drogadicto” y reemplazarlo por el de “consumidor”. Hay una relación entre un sujeto -siempre y ante todo portador de derechos- y un objeto: la sustancia. Hay personas que las usan, hay quienes abusan y quienes dependen de ellas. O sea, los consumos pueden ser problemáticos o no problemáticos. Pero en ninguno de estos casos, son delincuentes.

La nueva ley nacional de Salud Mental 26.657, reglamentada en 2013, lo dice claro en el artículo 4 del capítulo II: “Las adicciones deben ser abordadas como parte integrante de las políticas de salud mental. Las personas con uso problemático de drogas, legales e ilegales, tienen todos los derechos y garantías que se establecen en la presente ley en su relación con los servicios de salud”. El código penal y las fuerzas de seguridad no tienen nada que hacer acá: el abordaje debe ser desde la salud. Y por eso, el tratamiento no puede ser el encierro.

“La primera política para implementar la reducción de riesgos y daños es dejar de tratar a los consumidores como delincuentes. Esa es la única manera de que un pibe se acerque al sistema de salud”, dijo a Cosecha Roja Sebastián Basalo, director de la revista THC. Y agregó: “La despenalización es lo primero que hay que llevar adelante”.

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José es referente de un barrio de Mar del Plata y conoce tanto el territorio que se da cuenta cuando llega un cargamento de psicofármacos: “Un día tuve que llevar a tres pibes al hospital en una misma noche. Uno se había querido ahorcar, al rato otro se quiso matar y el tercero se pegaba la cabeza contra la pared. En el hospital les pasan suero hasta que se recuperan y después los mandan para la casa”.

Para José, los adultos pueden controlar su consumo mejor, pero los más chicos, los que tienen entre 12 y 15 años, no. Entonces, él prefiere que fumen marihuana y que no se acerquen a las pastillas y la cocaína: “No queremos que usen esas drogas porque les detonan la cabeza”, dijo.

A Martín el hermano le dijo que si quería que tomara vino, merca o que fumara marihuana pero que no hiciera la gilada de las pastillas porque “te queman la cabeza”. Un día, Martín mezcló clonazepam con cerveza pero no le gustó el efecto porque se sacó mucho. “Cuando tomo pastillas estoy re tranquilo y de repente tengo ganas de cagarme a trompadas”, contó a Cosecha Roja.

Ahora tiene dos plantas de marihuana en su casa, en un barrio en las afueras de La Plata. Él las cuida, pero su mamá es la que más se hace cargo: ella las saca al sol porque Martín no está nunca. Su hermano también cultiva: juntó las semillas del prensado y ya tiene casi treinta plantas. Una vez consiguió que una diera muchos cogollos: “Cada vez que quería fumar, le arrancaba un par de flores. Una noche unos vecinos se cruzaron y le robaron la planta entera, se la cortaron de raíz. Se quedó sin nada”, contó Martín.

“La política de salud oficial que está vigente se basa en el abstencionismo. Presupone que el consumidor tiene que dejar todas las sustancias de un día para el otro y una vez que eso pasa, hay que atacar los síntomas de abstinencia”, explicó Basalo.

Este modelo no es el único. En Uruguay, la ley de Regulación Responsable de cannabis, sancionada el año pasado, legalizó su producción, distribución y comercialización y determinó que el Estado es el que regula la industria. Esta normativa se enmarca en una política de reducción de riesgos y daños que, para la Junta Nacional de Drogas uruguaya, incluye a todas las estrategias de tratamiento, prevención y reinserción social que tengan como fin la disminución jerárquica y variada de los efectos negativos del uso de drogas. La legislación va a tono con el nuevo paradigma en política de drogas que se discute en el mundo: del fin del prohibicionismo al enfoque de salud.

Circula en el imaginario popular la idea de que si una persona consume hay que internarla. “Controlámelo, guardámelo, sacámelo de encima”, dicen las familias de los consumidores cuando no saben qué hacer con ellos. Para Basalo, la perspectiva prohibicionista supone que el encierro termina con el consumo. “Está comprobado que, después de este tratamiento, el regreso al contexto y a las relaciones que allí habían tejido, los lleva a consumir otra vez”, dijo.

Por eso, el modelo de reducción de riesgos y daños implica múltiples dispositivos de intervención. En primer lugar, este enfoque no exige a los usuarios un consumo cero: la abstinencia no es un objetivo en sí mismo sino un resultado que llega por añadidura. No sirve decirles “no consumas”. Lo más importante es mantenerlos con vida, que accedan al sistema de salud y que encuentren un espacio de contención interdisciplinario.

Según los expertos, si alguien fuma paco, hay que decirle que no lo queme con una pipa de plástico ni con una de metal porque puede lastimarse los labios. Y que no puede compartir los canutos con otros consumidores. A los que toman cocaína es necesario explicarles que no usen billetes; los que consumen inyectables, que no compartan jeringas o no se piquen el cuello o la ingle. “Una manera es universalizar los instrumentos que posibiliten un mejor acceso al consumo. Dejar de fumar porro y poder comprar un vaporizador de cannabis no tiene que ser sólo una opción para un tipo de clase media o alta que puede acceder a eso”, dijo Basalo.

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Hace dos años que en nuestro país el consumo de sustancias pasó a ser parte de la órbita de los sistemas de salud. La nueva ley de Salud Mental tiene en cuenta la historia de cada persona que demanda un tratamiento, su condición socioeconómica y el acceso a los derechos fundamentales. Si bien las sustancias siguen siendo ilegales y los consumidores son perseguidos por las fuerzas de seguridad, la legislación dice que las personas intoxicadas deben ser atendidas con una perspectiva más integral, en los hospitales, como cualquier traumatismo.

Para Cristina Otondo, coordinadora del Observatorio Social y Legislativo del Concejo Deliberante de Chascomús, hay cosas que debemos cambiar. “Si hoy seguimos hablando de adicciones y no de consumos; si no hablamos de otro tipo de socializaciones como el alcoholismo, con la mirada que requiere; si seguimos haciendo operativos por una planta de marihuana en una maceta y no vemos que el conflicto con nuestros jóvenes es por otras cosas, estamos fallando”, dijo a Cosecha Roja.

La implementación de la normativa trajo tensiones hacia adentro de los organismos sanitarios: los debates no están saldados y los presupuestos, en algunos casos, no alcanzan. Por ejemplo, el Centro Provincial de Adicciones (CPA) de Chascomús -que asesora, atiende y deriva por consumos problemáticos de sustancias- está compuesto por dos psicólogas y dos administrativos: cuatro personas para 40 mil habitantes.Para Otondo, “demandar acción cuando la estructura es chica es un inconveniente. Si la comunidad no tiene planteada el ala de salud mental para aquellos que tienen que ser atendidos u hospitalizados, con la requisitoria que la ley dice, seguimos saltando partes”.

El CPA es parte de la estructura de la ley de Salud Mental. Por eso, si bien los familiares y referentes demandan internación, los profesionales buscan una respuesta más integral: “En Chascomús hay bastante consenso al momento de abordar una situación de consumo, ya no se los deriva a un clínico o a un CPA sino que hay un trabajo más integral y colectivo entre las instituciones”, explicó Eugenia Zuccatti, psicóloga del CPA.

El equipo se reúne con docentes para trabajar desde una mirada preventiva: “A veces nos dicen ‘bueno, pero si la droga ya está instalada, ¿qué podemos hacer?’. Cuando descubren su potencial, cuando se marca que la escuela puede hacer un trabajo colectivo, se suman al trabajo interdisciplinario”, contó Zuccatti.

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El modelo de reducción de riesgos y daños no sólo se ocupa de las prácticas individuales de los usuarios de sustancias. También tiene en cuenta las condiciones de vulnerabilidad de las personas: la escala comunitaria es clave y los dispositivos incluyen educación, trabajo, cultura y deportes.

Diego tiene 23 años y dice que la música le cambió la cabeza. Antes de sumarse a una banda de hip hop, consumía marihuana, cocaína, pegamento y psicofármacos. “Vivía re empastillado, andaba re perdido jalando, tomando merca. No me importaba nada, le robaba al que veía caminando por el barrio. Si me buscaba la policía, tampoco me importaba”, contó a Cosecha Roja.

Hace ocho meses Diego sólo consume marihuana: “Empecé a escribir canciones y dejé el poxirán y la merca. Con lo único que puedo andar tranquilo es con el fasito. Sigo haciendo mis cosas y me alegra la vida, te cagás de risa con amigos. Las otras drogas me alejaban de todo. La merca no la podés controlar, te pide, te da vuelta los bolsillos”.

Esteban opinó parecido: “El mambo del porro es en el momento, te vas a dormir y cuando te levantás estás fresco, sos una persona normal”. Sabe que la marihuana puede tener un uso medicinal. “Es como curativa, a algunos los ayuda con el asma o con el dolor de huesos”, dijo. Por eso, desconfía de los tratamientos de las comunidades terapéuticas: “Los que se fueron a esas granjas están internados como un año y después vuelven peor. Antes se fumaban un porro o tomaban merca, ahora agarran hasta la nafta de los autos”.

El cannabis es una opción en el momento de reducir riesgos y daños. Sirve como alternativa para dejar de consumir otras sustancias. “Algunos comienzan a fumar marihuana y se alejan de la cocaína o la pasta base. Si bien los efectos no son los mismos, los daños que produce el cannabis son mucho menores”, dijo Basalo.

FOTO: Camila Chaia