María Florencia Alcaraz – Cosecha Roja.-

A 200 metros de la cancha de Boca hay una cuadra con varios conventillos. Si hace calor, las familias que viven en esos edificios de chapa y madera salen a la calle. Esos días los juegos de los chicos, los mates, las cervezas frescas, las charlas de fútbol y las peleas se mudan a la vereda.

Hasta hace poco el líder de la cuadra era Leandro. Como era hincha de Independiente, de chico a Leandro le daba lo mismo vivir o no cerca de la Bombonera. Esto, hasta que algunos años atrás descubrió que podía salir a robar menos durante la semana si se hacía trapito. Los domingos empezó a cobrarle  $40 a cada auto que estacionaba en la cuadra. Trabajaba con amigos de otros conventillos y juntaban $2000 por partido. No todo iba a sus bolsillos: una parte debía llegar a la barrabrava de Boca, comandada por Mauro Martín, y otra ala Brigada de la Comisaría 24.

En agosto, todo cambió. El nuevo protocolo de actuación policial en espectáculos futbolísticos del Ministerio de Seguridad le quitó poder a las comisarías cercanas a los clubes de primera división. Antes, las dependencias de la jurisdicción eran responsables por la seguridad en el interior del estadio, en las entradas al lugar y en los alrededores. Ahora, para terminar con los negocios ilegales, la seguridad está centralidad. Entre otras cosas, el nuevo operativo de seguridad agrandó el perímetro al que no se pude entrar con autos. El negocio de estacionar autos en esas cuadras se acabó.

“Todos adornaban a la Brigada de la Comisaría 24 para poder trabajar: los puestos de choripanes, los trapitos o los mismos vecinos que tienen un baldío y hacen entrar autos. No te dejan estar si no pasas por ellos”, dijo a Cosecha Roja un comerciante de la zona.

En ese escenario nuevo, con esos negocios reducidos, en el barrio apareció gente que nadie conocía y se instaló en el conventillo de la esquina cercana al estadio. El ambiente se volvió raro. Los hombres controlan el movimiento de la cuadra desde el balcón. Vigilan como desde un panóptico. A la noche se ven autos de alta gama en la esquina. Los pibes fisuran en colchones sobre las veredas. A una vecina le robaron la cartera y a otro chico que iba a trabajar le arrebataron el celular. La gente del barrio no duda: los nuevos vecinos venden pasta base.

Los mismos policías que antes le cobraban a Leandro comenzaron a hostigarlo. “La Brigada los verduguea. Antes trabajaban para ellos, pero cerraron el paso de los autos y los pibes no le sirvieron más. Entonces puso a estos transas para que recauden de otra forma”, explicó una vecina que tiene un comercio en la cuadra.

“Antes, los pibes les servían. Desde que dejaron de poder estacionar ahí, la policía los persigue. El otro día estaban en la puerta de sus casas, pasó un patrullero y los levantó. Se los llevó ala Comisaría y los largó en unas horas. Después me contaron que les dijeron que no los querían ver más en el barrio”, agregó la mujer.

Hace un mes, Leandro salió del conventillo decidido. Apuntaba con la mirada hacia el balcón.

—Ustedes, transas, están vendiendo falopa. Están matando a los pibes con la base—gritó.

En menos de dos minutos los hombres del balcón estaban en la vereda. En total eran seis. Uno llevaba una faca en la cintura.

—Guacho quedate piola que se va a pudrir todo con vos. Nosotros somos de Mauro y tenemos todo arreglado —dijo el hombre del cuchillo.

Leandro sacó un arma de la cintura y disparó dos veces al aire.

—Vivo acá hace 27 años. Vengan a buscarme cuando quieran.

Los transas retrocedieron. Leandro dio media vuelta y se metió en su conventillo.

*

Todos los negocios negocios ilícitos que se despliegan alrededor dela Bombonera se conectan entre sí y desembocan en las arcas de los barrabravas. El último partido de Boca como local,  un revendedor de entradas pasó por el conventillo de los dealers y se quedó parado frente al balcón.

— ¿Lo vieron a Mario? —preguntó desde abajo.

—Lo agarraron hasta las manos con marihuana. Un gil—contestó uno de los transas desde el balcón.

El mismo hombre corrió toda la tarde, previa al partido, yendo del estadio hasta la esquina del conventillo de los dealers. En ese lugar organizaba la reventa de entradas. “No me mandes pibes chicos que no me los están dejando pasar. Hoy no está con el que arreglo siempre”, se lo escuchó discutir con un muchacho. Mientras tanto tres hombres con identificación dela Policía Federalcaminaban, handy en mano, por la vereda. Un policía de civil patrullaba a pie.

Los vecinos de la cuadra estaban acostumbrados a los puestos de comida, trapitos y barrabravas que vendían entradas. Eran la rutina del domingo. Muchas veces ellos mismos ponían sus puestos de choripanes. Cada negocio le tributaba ala Comisaría24, que ahora perdió una de sus cajas negras más lucrativas. Con el cambio del esquema, la posibilidad de hacerlo se redujo a los superclásicos, que son muy de vez en cuando.

Los vecinos sospechan que la entrada en escena de los transas y la protección policial de la que parecen gozar tiene que ver con eso: la búsqueda de nuevas fuentes de ingreso.  Más cerca del rio, dicen, hay hasta 8 kioscos de venta de drogas en un perímetro de cinco cuadras. Algunos de los compradores son amigos de Leandro. Otros se tuvieron que ir del barrio. Todos, lo saben, son piezas descartables en el esquema de negocios de la zona.