Brian Nuñez - Facundo NívoloJulia Muriel Dominzain – Cosecha Roja.-

Brian está preso desde 2009. En 2011 lo torturaron física y psicológicamente, quedó sordo de un oído y pasó 40 días en una silla de ruedas. En junio la Justicia encerró a cuatro penitenciarios y fue la primera condena a miembros del Servicio Penitenciario Federal. Ni bien terminó el juicio, a Brian le pusieron las esposas y volvió al maltrato silencioso de la prisión: no le daban la medicación, no lo dejaban salir al patio y le llevaban la comida fría en una camilla. Ayer la Justicia tomó en cuenta las torturas y le dio la libertad condicional.

El Tribunal Oral en lo Criminal 27 de la Capital Federal consideró los golpes, piñas y patadas que le dieron en julio de 2011 y el hecho de que, después, quedó a cargo de la misma fuerza de seguridad que lo maltrató. Brian ya había cumplido en prisión preventiva las dos terceras partes de la condena no firme dictada por el TOC 27, y la Sala III de Casación Nacional había resuelto hacía pocos días que no correspondía aplicarle la declaración de reincidencia y que podía acceder a la libertad condicional.

Tras la resolución de la Cámara de Casación, la Defensa Oficial solicitó al Tribunal la excarcelación. El Defensor Público Hernán Santo Orihuela planteó que la situación de Brian debía ser analizada “de un modo muy particular, tanto por las torturas a las cuales fuera sometido durante la condena anterior, como por las condiciones especiales de detención en las que se encuentra, que si bien resultaban necesarias para resguardar su integridad física, le impedían desarrollar normalmente diferentes actividades”.

Durante los últimos años, Brian recibió el apoyo y acompañamiento de la Procuración General de la Nación a través de la Procuraduría de Violencia Institucional, la Defensoría General de la Nación a través del Programa de Asistencia y Patrocinio Jurídico y Procuración Penitenciaria de la Nación y de la Campaña Nacional Contra la Violencia Institucional.

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El 8 de julio de 2011, los penitenciarios le prometieron un regalo. “Es hermoso, nunca te lo vas olvidar”, le dijeron.

La familia consiguió permiso para festejar los 20 de Brian en el penal Marcos Paz. El 15 los papás, las dos hermanas y dos de sus sobrinos estuvieron con él durante dos horas: un tercio del tiempo que les cuesta visitarlo -tres horas de ida y otras tres de vuelta-. Liliana, la mamá, se ocupó de comprar los sandwichitos, las gaseosas y una torta en un lugar en el que le dieran ticket. Sabe que si no presenta el papelito, la comida no entra al penal.

Al día siguiente, Liliana volvió a ir porque le faltaba llevar lo que su hijo necesita todas las semanas: milanesas, fideos, ensalada de papa y huevo, jabón para el cuerpo, otro para lavar la ropa, fiambre, frutas. Cuando estaba llegando vio que había mucho movimiento, gente que corría y humo.

– ¿Qué pasa acá? ¿Qué festejan? – le preguntó al hombre que manejaba la combi que entra al complejo.

– Hoy es el día del servicio penitenciario. – Ah, felicitaciones – respondió Liliana con desgano y algo de ironía.

Ese día vio a su hijo contento porque había conseguido permiso para ver el partido Argentina-Uruguay por la Copa América. Los agentes les pidieron a los familiares que la visita terminara antes que lo previsto. Liliana se fue cerca de las cinco con una fea sensación: por el vidrio a través del que controlan las visitas había visto a dos penitenciarios tomando vino. En el viaje de vuelta le agarró taquicardia, se le secaba la boca, se puso pálida y le tuvieron que ceder el asiento. Algo andaba mal.

Tenía razón. En palabras de Brian: “Me llevaron en el aire, me pusieron contra la pared y me hicieron el famoso pata-pata. Estaban todos en pedo porque era el día del penitenciario y habían tomado. Me pegaron en la planta de los pies. Se secaban la frente, tomaban tereré y me seguían pegando. Me engancharon los pies con las manos en posición de chanchito. Se acercó uno y me puso un encendedor. ‘Esto es para vos’, me dijo mientras mantenía la llama prendida. Me dieron palazos. Yo no sentía las piernas. Solamente trataba de seguir respirando”.

“Después me alentaban para que me parara y me abuzone. Tenía que caminar un trayecto de casi dos cuadras. Lo llaman la carrera del toro: me pusieron la frente contra el piso y me llevaban, para que me duelan más las piernas. Me desvistieron y me mandaron a duchar. ‘¿Cómo hago?’, pensé. Me empecé a arrastrar sentado y haciendo con las manos como si fueran un remo hasta que llegué a la ducha. (…) Me tiraron como una bolsa de basura. Yo seguía sin sentir las piernas. Insulté, grité y me puse en posición fetal bajo la ventana” [Relato de Brian a Cosecha Roja].

Al día siguiente había visita y Brian no sabía qué hacer. En general, solía mentir cuando los penitenciarios lo golpeaban.

– ¿Qué te pasó? – No, nada, es que jugamos al fútbol. No le quería decir a su mamá que, antes de cada visita, lo molían a palos. “Cuando me enteré me arrepentí de ir a verlo. Pobre, era un suplicio para él”, dijo Liliana a Cosecha Roja. Brian estaba amenazado: si contaba, le pegaban más. Entonces se bancaba los bastones en los tobillos, las manos y la cabeza. Se bancaba que lo pusieran contra la pared y que presionaran hasta que gritara que no tenía más aire. Pero ese día fue el peor.

– Soy yo, mami- dijo Brian.

Liliana lo miraba. No lo reconocía: el joven de la silla de ruedas, la cara desfigurada, los ojos ensangrentados y la boca rota era su hijo. Le daba miedo tocarlo, no quería que le doliera. Pero no aguantó y lo abrazó. “¿Qué pasó, hijo?”, le dijo al oído. Él bajó la mirada. No podía decir nada porque un agente del servicio penitenciario controlaba la conversación.

“No me entraban las zapatillas. Tenía el pie rojo, azul, amarillo, negro. Tenía coágulos de sangre, quemaduras, ampollas. Los ojos los tenía oscuros de las patadas que me dieron. No sabía qué decirle. Entonces me quedé callado y ella me empezó a revisar” [Relato de Brian a Cosecha Roja] Liliana hizo la denuncia y Brian logró llevar a juicio a los oficiales que lo torturaron. Contó todo lo que había pasado y las fotos de las heridas lo comprobaron.

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El 15 de junio el TOC 1 de San Martín sentenció a tres penitenciarios a penas de entre 8 y 9 años y a un cuarto a dos de prisión en suspenso. El fallo fue histórico: por primera vez los agentes del SPF fueron condenados por torturas. Juan Pablo Martínez, Roberto Fernando Cóceres y Víctor Guillermo Meza, quienes lo torturaron, fueron condenados. A Juan José Mancel le dieron dos años de prisión en suspenso por encubrimiento. A Martín Vallejos, Javier Enrique Andrada y Juan Fernando Moriñigo los absolvieron. El tribunal inhabilitó a los penitenciarios condenados a ejercer cargos públicos.

Foto: Facundo Nívolo

[Nota publicada el 17/09/2015]