Semana.-

Muchos están sorprendidos con el talento del actor que encarna a Pablo Escobar en la serie más vista de la televisión colombiana. Pero pocos conocen el camino que tuvo que recorrer para llegar a interpretar al mayor narcotraficante de todos los tiempos.

Desde que Andrés Parra supo que iba a interpretar a Pablo Escobar se obsesionó con parecerse a él. Aceptó someterse a una dieta estricta para perder 16 kilos y no descansó hasta conseguir el mismo timbre de voz, el mismo acento y las mismas pausas en la respiración. Recopiló un archivo de 24 minutos con declaraciones del capo, lo guardó en su celular y se dedicó a escucharlo día y noche. “Me la pasaba imitándolo todo el tiempo. A veces me grababa a mí mismo y luego comparaba ese audio con el original”, le contó a SEMANA. El ejercicio le dio resultado y hoy ya no es solo Andrés, sino uno de los mayores criminales en la historia de Colombia. Al menos en la televisión.

Esa habilidad para meterse en la piel de todos sus personajes le ha permitido ganarse el aplauso del público y de la crítica durante las últimas semanas. Ya hay quienes aseguran que su papel en el seriado El patrón del mal, el programa más visto en la actualidad, es el máximo logro al que podía aspirar en su carrera. De hecho, mucho antes de que el proyecto -ideado por Juana Uribe y Camilo Cano- despegara, Andrés había dicho en una entrevista que soñaba con caracterizar a Escobar algún día. Ahora que lo consiguió queda claro que no se trató de una simple coincidencia, sino que le exigió años de preparación y disciplina.

“Yo no tenía ningún interés en hacer televisión; no era algo que estaba buscando, simplemente se dio. La vida me puso en el lugar y momento indicados”, dice Andrés, de 34 años. Recuerda que descubrió su amor por la actuación el día que vio a un estudiante disfrazado de rey en una obra del Gimnasio Campestre. “Tenía 8 años y desde entonces empecé a participar en cuanto montaje aparecía”. Quedó tan fascinado con los escenarios que, dos años después de su primer protagónico como Sancho Panza en El hombre de La Mancha, se retiró del colegio para dedicarse de lleno a las tablas.

Por fortuna contó con el apoyo de sus papás, quienes lo animaron a validar el bachillerato y presentarse a la Escuela de formación del Teatro Libre. Allí actuó en clásicos como Marat/Sade y En la diestra de Dios padre y tuvo el privilegio de trabajar al lado del cineasta Clive Barker. Cuando se graduó decidió probar suerte en varios oficios: fue desde profesor de colegio e integrante del grupo de actores del restaurante Andrés Carne de Res, hasta mayordomo de una mansión y lavador de carros en Estados Unidos.

“Después de un tiempo me aburrí de la inestabilidad y de que nunca me quedara ni un peso. Yo no soy hijo de actores ni de productores, así que me puse a hacer mi propio ‘book’. Lo curioso es que el mismo día que lo terminé me encontré con Humberto Rivera, el entonces jefe de ‘casting’ de Caracol Televisión”. Humberto le propuso que fuera a una audición de la novela Por amor a Gloria, donde obtuvo el papel de reparto de un abogado petulante y arribista llamado Lorenzo de la Pava. “Al principio los productores y el director casi no lo tienen en cuenta porque no tenía palanca de nadie. Por poco y lo sacan del ‘casting’, pero demostró que era capaz de ponerle cierta mística al personaje”, dijo Humberto a esta revista.

Y es que Andrés tiene un método específico para preparar sus papeles. “Compro un cuaderno donde anoto todos sus detalles físicos y mentales. Me lleno de toda la información posible y cargo esa bitácora a todos lados”. A la hora de representar a Escobar, le fue muy útil revisar archivos históricos y ver documentales que se han hecho sobre él, pero cuando se trata de alguien que no existe la técnica es distinta, pues no requiere tantas horas de estudio frente a un computador, sino más trabajo de campo.

Ese es el caso de Wilson Tenorio, el policía mediocre que interpreta en Sanandresito, su más reciente película. Como es un personaje ficticio, se valió únicamente de su imaginación para crearlo y lo máximo que hizo fue hablar con un par de coroneles que le enseñaron la jerga de la institución. Algo parecido le sucedió con Gabriel, el cura de vereda con el que ganó el premio a Mejor Actor Iberoamericano en el Festival de Cine de Guadalajara en 2009. En esa ocasión acompañó a un sacerdote de pueblo durante semanas porque le intrigaba entender qué hace que una persona se levante un día y decida entregarse a Dios.

“Me causa curiosidad la gente, esa es la esencia de mi actuación. Me interesa saber qué se siente ser tú”, esa frase de Meryl Streep, que Andrés copió en su cuenta de Twitter hace unos días, es quizás la mejor explicación de la forma en que suele aproximarse a sus personajes. Antes de Escobar, en el medio ya era conocido por interpretar a narcos y villanos como Anestesia del Cartel de los sapos y Jaime Cruz de La bruja. “Los buenos al fin y al cabo tienen una sola misión: la de ser buenos. Los malos, en cambio, viven en mundos más complejos”, admite.

Su apariencia ha sido una ventaja para ganarse ese tipo de roles en sus cerca de 20 años de carrera. “Mi fisonomía no la tienen muchos actores, entonces siempre voy a la fija. Si fuera un galán de telenovela, tendría que pelearme el papel con otros 5.000. Yo compito por talento, no por músculos ni por número de horas en el gimnasio”. Las verdaderas maratones empiezan cuando se le cruzan las sesiones de rodaje con las temporadas de teatro. Porque, pese a que se ha hecho famoso en la televisión, Andrés se niega a abandonar sus orígenes.

The Pillowman, dirigida por Pedro Salazar, es su obra más reciente. Se estrenó en 2010 y tuvo tanto éxito que volvió a presentarse el año pasado en el Teatro La Castellana. “Andrés es un actor con una organicidad animal espontánea y una inteligencia escénica anormal -explicó Salazar a SEMANA-. Para hacer de Katurian, el protagonista, se aprendió unos relatos largos y difíciles con una disciplina casi militar”. Pero así como se obstina con cada personaje nuevo, también lo olvida con facilidad. Cuando termina, solo queda un poco desubicado porque pasa de trabajar entre 12 y 15 horas diarias de lunes a sábado, incluidos festivos, a no hacer nada. “Después de grabar Escobar, supongo que al otro día me levantaré sin saber qué hacer”.