La melodía de piano llena de a poco la cochera. Una mujer en zapatillas y pantalón deportivo mira a diez personas que están sentadas en sillas de jardín y de comedor. Micrófono en mano, espera y cuando la música toma un respiro, ella suelta: “El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del espíritu”. Recita el salmo Juan 3:8 para explicar que estamos acostumbrados a ver para creer y que Dios sólo es real si hay fe. “No se impone. Le tenés que dar permiso. No es como quienes nos imponen lo que es bueno, lo malo o lo normal”, traduce. La música crece. Un chico trans, una chica gay, una pareja con su hija y cuatro mujeres siguen la sagrada escritura en sus teléfonos celulares. Karen la escucha, acaricia las cicatrices en sus brazos y admite después de misa que pensó en suicidarse más de una vez. Su familia no aceptaba que le gustarán las chicas. Brandon dice con vergüenza que se peleó con su hermana y compañeros de colegio cuando descubrieron que no quería usar vestidos. Darío habla de la culpa que circula en las iglesias y siente que encontró el lugar donde vivir su religiosidad. Sin llegar al metro ni los 12 años, su hija lo mira.

Contra la pared de la cochera dos palos abren una bandera arcoiris que en letras blancas dice: “Dios me ama como soy”. Hace dos años fue el fondo de las reuniones del grupo religioso en el bar Inicio, de los primeros que abrieron las puertas a personas LGTBI en Rosario. Estaba en el centro de la zona roja en el barrio Abasto. “Ahí es donde se hubiera puesto a trabajar Jesús”, cuenta a El Ciudadano la pastora y alma mater del grupo religioso, Laura Villagra. Al año siguiente se mudaron a la Casa LGTB de la municipalidad, que está a metros de la estación de ómnibus. Pegado está la plazoleta Sandra Cabrera, en memoria de la meretriz y activista del trabajo sexual asesinada por la Policía.

GÉNESIS

A los 30 años Villagra veía que sus compañeros de teología se casaban y tenían hijos. Se sentía vacía. Fue célibe por 13 años. Leyendo descubrió que la Biblia no se lo exigía, pero sabía que la iglesia evangélica, sí. “Me enamoré. Hasta ese momento sólo confiaba en Dios. Descubrí que me iba a aceptar como era. Tenía que aprender a confiar en las personas”, cuenta.

Hace 12 años dejó la iglesia evangélica, pero no la fe ni el sentido de tener una misión. La madre, la tía y la novia de Villagra fueron las primeras integrantes de un grupo religioso que no expulsa ni intenta “enderezar” a nadie. Lo bautizó Alma con Identidad Cristiana (ACIC). Alentada por las iglesias metodistas de Estados Unidos, de las pocas en el mundo que aceptan a gays, encontró en blogs y las redes sociales que no estaba sola. En agosto de 2016 juntó a unos 100 integrantes de ministerios LGTBI de Argentina, Chile y Paraguay en Rosario para celebrar lo que hasta el momento era pura virtualidad. Brasil y Puerto Rico también tienen grupos parecidos.

UNA MANO

“No nos metemos con la vida privada de nadie. No predicamos el libertinaje. La libertad sexual no es usar el cuerpo del otro para destruirlo o hacerte mal. Es amar a quien vos quieras sin culpa”, dice Villagra a la comunidad adentro de la cochera. Entre cantos y manos que buscan el cielo, los feligreses no esconden lágrimas y sonrisas. La pastora sólo trabaja con lo espiritual. Si alguien necesita saber cómo empezar un cambio de sexo, de documento, denunciar que fue víctima de discriminación o capacitarse en un oficio, Villagra los pone en contacto con el Área de la Diversidad municipal.

“Dios no le pertenece a ninguna iglesia. La fe es libre e independiente. Tenemos libertad de culto. La palabra está. Depende de los lentes que tengas”, defiende la pastora. Ella usa pasajes de la Biblia Reina Valera, una de las 400 versiones de los textos antiguos. Son la base de las misas protestantes y evangelistas. Elige partes que traten del amor, del dolor del rechazo, de la falsa sensación de inferioridad y del perdón.

Cuando estaba en la iglesia evangelista, Villagra sufría porque le pedían que fuera más femenina. “Son tolerantes, pero esperan el cambio y empiezan las presiones. Si sos un varón gay, tenes que ir pensando en buscar una chica. De entrada, no te dicen que no”, recuerda. Las personas LGTBI sólo son aceptadas en las iglesias si enderezan el deseo, la ropa y la forma de hablar.

El subsecretario Diversidad Sexual de Santa Fe, Esteban Paulón dice que a diferencia de cualquier otro grupo perseguido en la historia por raza o ideología, las personas LGBTI no tienen un refugio asegurado en casa. Abuelos, tíos, padres y madres pueden presionar consciente o inconscientemente para que sus hijos asuman una forma que los ponga menos incómodos. Los fuerzan a retiros espirituales o charlas de grupos religiosos que desde hace décadas militan en secreto la cura contra la homosexualidad. Los tratamientos para “enderezar” están prohibidos y el gobierno de Santa Fe creó un programa donde denunciarlos. Se llama Infancia Trans.

“EL PADRE IGNACIO PERIES HIZO MUCHO POR LA DIVERSIDAD”

A principio de 2014 Villagra prendió la tele. Vio cómo el padre Ignacio Peries, el cura de Sri Lanka que convocó a más de 200 mil personas al Vía Crusis de Rosario 2017, charlaba con una pareja de lesbianas. Era el especial de Navidad del religioso que cierra todos los días la programación de uno de los dos canales abiertos de la ciudad. Con menos presupuesto, Villagra se paró delante de una tela oscura y condujo en 2016 una serie de programas cortos para Televisión Regional llamado “La oveja no era negra. Era multicolor”. Como otros pastores usa Twitter y Facebook para predicar.

La pastora explica el rechazo de la religión tradicional al colectivo LGTBI desde el lenguaje. “No hay mención del concepto «gay» o «trans» en la Biblia. La mujer es un recipiente o propiedad. Es imposible preguntarse por su deseo y llegar al lesbianismo”, cuenta. “En los varones hay una prohibición de acostarse con otro varón cómo con mujer. Significaba someterlo. No hablaba de amor o consentimiento. De ahí el término «sodomita»”, explica.

Como todo pastor, Villagra trabaja con un objetivo y cuenta: “Quiero que tengan la misma libertad que viven acá, pero afuera en la calle. Que puedan abrazarse y cada día puedan llevar el amor a una acción práctica y genuina”.

(*) Esta nota fue escrita en el marco de la beca Cosecha Roja y fue publicada tanto en diario El Ciudadano.