Por Alejandra Guillén
Don Nepo nunca había estado en un territorio donde se prohíbe la siembra de drogas y el tránsito de vehículos ilegales. Ni siquiera imaginaba que existía algo así en México. Esa leyenda la leyó al ingreso a Oventik, Chiapas, donde él y otras víctimas del Movimiento por la Paz lo esperaban para la reunión que tendrían con autoridades de la Junta de Buen Gobierno.
El sonorense comenzó a platicar de su hijo desaparecido, Jorge Mario Moreno, a los zapatistas que resguardaban el acceso de aquel lugar lleno de neblina y con olor a leña.
Después de la reunión, don Nepo salió hablando de la dignidad de los pueblos zapatistas y presumió a todos los que pudo las fotos que se tomó durante la reunión. Ellos con pasamontañas, él con el cartón con la foto de su hijo. Las imágenes que guardó eran el testimonio del encuentro de las rebeldías del Norte con las del Sur. Intentó enviarlas de su celular al correo electrónico, pero por más que lo intentó, no pudo.
De regreso a San Cristóbal de las Casas hubo una parada en una tienda de autoservicio. Nos despedíamos con un abrazo y antes de irse escribió por cuarta vez su correo en mi libreta (nepomucenomoreno@hotmail.com).
– Cuando publiques de mi hijo, me mandas un correo. Y luego le escribes al Gobernador de Sonora que ya sabes lo que pasó… ¿Pero no se te olvida? Tal vez si ven que más gente sabe lo que pasó, me digan dónde está mi hijo.
Nepomuceno le pidió ayuda a Felipe Calderón. También a los reporteros. A los zapatistas. Al Movimiento por la Paz. Y a todos los que conoció en su andar de frontera a frontera.
Don Nepo era de las pocas víctimas que provocan el llanto hasta el ahogo y la risa hasta que hay molestia muscular. Era un hombre en el que cohabitaba el dolor y la esperanza. Era tal vez el único que hacía reír a carcajadas a don Roberto -a quien conoció en este peregrinar de buscar a sus hijos, ambos desaparecidos por autoridades municipales- con cientos de ocurrencias, chistes y relatos de aventuras, tanto de cuando correteaba y le exigía a las autoridades que lo escucharan como de sus baños vaqueros en los lugares donde pernoctaba la Caravana del Sur y que no había regaderas.
La noche en la frontera con Guatemala, Nepomuceno y Roberto cenaron tamales y atole, como todos. Don Nepo contaba nuevos recuerdos de su hijo, las muchachas que lo buscaban, el hermano con el que siempre andaba, las cosas que le gustaban.
“Yo me llamo como el pintor de su tierra, Juan Rulfo”, reflexionó cuando nos acercamos a cenar con él. ¿Cómo que pintor, don Nepo? “Ah, sí, sí, era escritor y se llamaba como yo, Nepomuceno, pero su nombre completo era Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno”. Todos se rieron y don Nepo pidió permiso para un maratón de chistes “pelados”. Apenas contaba uno, se acordaba de otro.
Ah, y cómo extrañaba los mariscos. Pero de los de veras. Como en su tierra y como en su pequeña carreta donde vendía la mejor mariscada de todo México, “verdá de Dios”. Se habló de una caravana a su casa para comer mariscada y, de paso, “vamos con el Gobernador”.
En la rueda de prensa que Javier Sicilia dio en la Feria Internacional del Libro, recordó a don Nepo como “un hombre ejemplar, afable, dulce… Después del diálogo en el Castillo, habló de sí mismo, habló de su hijo y se quebró en llanto delante de otro. Eso habla de la bondad de su corazón. Este hombre consolaba y era valiente. Me duele mucho su muerte”, remató con un llanto que le explotó en todo el cuerpo.
Varios de nosotros A don Nepo también lo conocimos llorando, pero conmovido por la historia de sus compañeros peregrinos. La “invencible” María Herrera acababa de hablar sobre la desaparición de sus cuatro hijos. Al acercarnos, accedió de inmediato, “sí me permite poquito, es que estuve llorando por el testimonio de la señora. Está bien duro eso, y me aflojó el moco, como dicen”.