La periodista Lydia Cacho investigó la trata de personas en varios países. El resultado es el libro “Esclavas del poder”, un relato certero sobre como funciona el comercio sexual del que son víctimas mujeres y niñas en todo el mundo. El capítulo dedicado a Argentina y México comienza con la historia de Raúl Martins. Cacho llegó a Cancún poco después del huracán Wilma. El lugar estaba vacío: la mayoría los turistas había escapado de la cuidad. La periodista ya había estado en Maxim, de Playa de Carmen y fue con un grupo de amigos a The One. Allí, al pie de una botella de 300 dólares, trabó relación con tres mujeres. Mientras bailaban, y más tarde, logró que le contaran sus historias.


En enero de 2007, el diario La Reforma publicó una nota donde se denunciaba a Raúl Martins regenteaba la prostitución VIP en Cancún y Playa del Carmen, mientras vivía en México con el permiso de residencia vencido. La nota citaba el testimonio del Claudio Lifschitz. “El abogado -decía el artículo- aseguró a Reforma que los mejores clientes de Martins son narcotraficantes, empresarios y políticos de (el estado de) Quintana Roo, que visitan sus locales o solicitan les sena enviadas jovencitas para fiestas privadas en mansiones, yates o cruceros”. Según ese testimonio, Martins se ufanaba de tener línea directa con el delegado de la PGR (Procuraduría General de la República) de Cancún, de importantes empresarios y hasta del gobernador local.

En algún momento, Martins pareció caer en desgracia. Hasta se decía que había pasado a la clandestinidad. Sin embargo, pronto volvió a escena.

¿Nadie ha actuado en contra de Martins?”, se pregunta Cacho en su libro. “ ¿Ni por la trata de personas, falsificación de documentos, fraude, sospechas de homicidio?” pregunté a todas las autoridades implicadas. “Nadie, ningún juez quiere tocarlo”, respondieron”.

“La explicación a la repentina parálisis de las autoridades y al posterior silencio sobre el caso me la dio una de las jóvenes argentinas que fue llevada a Plaza del Carmen con engaños para trabajar como prostituta: “Aquí y en Buenos Aires, los gorilas de Raúl Martins controlaban el sistema de grabación de todo, incluidas nuestras visitas a las habitaciones de hoteles cinco estrellas en Playa del Carmen y Cancún. Las visitas de los capos de la droga a los apartados, sentados al lado de políticos y empresarios, ese es su seguro de vida”.

En Buenos Aires, explica el libro, hacía lo mismo:

Sandro Ossipof, un ex socio de Martins, confesó a los jueces con lujo de detalles todos los lugares donde Martins ocultaba cámaras de video en sus locales para filmar a los clientes mientras tenían sexo con las prostitutas.”

En ese mismo capítulo del libro se explica como solía trabajar Martins:

Algunos han escuchado que México se ha convertido en la Tailandia de Latinoamérica. Estadounidenses y canadienses encuentran en Playa de Carmen y Cancún los lugares perfectos porque allí no se hace efectiva la ley que castiga a los clientes de prostitución forzada y la explotación sexual infantil”.

Raúl Martins administra los prostíbulos y table dance conocidos como The One y Maxim. En estos sitios, mujeres jóvenes, no mayores de veintitrés años, de origen argentino, colombiano, cubano y brasileño, bailan y venden servicios sexuales bajo la cautelosa miradas de un fuerte dispositivo de seguridad. Supuestamente, la oferta de prostitución en el área vetada por la ley municipal; sin embargo, las amistades y las redes de protección de Martins rebasan incluso el poder del actual gobernador del estado, Felix González Canto”.

Una brasileña de veintidós años había sido llevaba a México a los diecisiete bajo la falsa promesa de convertirla en modelo. Llegó al The One enviada por los dueños de los bares que controlan el circuito desde la ciudad fronteriza de Tijuana. Una chica de diecinueve años de rostro aniñado, que era hija de un colombiano y una argentina, llegó a Cancún de vacaciones y se quedó sin dinero. Entonces su tía le recomendó a una conocida que le daría trabajo y arreglaría sus papeles: esa mujer resultó ser la esposa de Raúl Martins. Otra joven cubana de veinte años dejó con sus padres a dos pequeños y estaba convencida de que comenzaría a mandar mucha plata a casa en cuanto le pagara su deuda a Martins”.

La seguridad de The One bajó la guardia y las chicas pudieron encontrarse conmigo antes de volver al apartamento donde vivían bajo una vigilancia poco eficaz. Martins les había retenido todos sus documentos, pero ellas no mostraban signos de querer rebelarse ante un contrato verbal que , a pesar de considerar injusto, les parecía mejor que estar en las calles de sus países sumidas en la pobreza, sin opciones.(…) El equipo de abogados de Raúl Martins les arregló los papeles, incluidos el pasaporte y los permisos de inmigración: no sabían si eran falsos o legales, pero tampoco les preocupaba. Me dijeron que el único hombre agradable que habían conocido entre los que recibían para el papeleo se llamaba Claudio”.

Al despedirnos, Nina, la brasileña, me pidió: “No vayas a dar nuestros nombres, dicen que Martins mató a su yerno, es un hombre muy cruel”. Según el jefe de la policía judicial, la joven decía la verdad. En 2004 el noruego Peterson Kenneth Turbjorn, alias Mike Arturo Wilson García, que era novio de Lorena Martins, apareció asesinado en la zona hotelera de Cancún. El informe policial demostraba que el principal sospechoso era el padre de Lorena, pero nunca se resolvió el caso y la joven se refugió en España. Fuentes de la policía local me aseguraron que los estudios forenses revelaron que Kenneth Turbjorn fue torturado antes de ser asesinado. Ante la pregunta expresa, el jefe de la policía judicial me confimó que uno de los sospechosos era Martins, pero que el argentino era intocable. Cuando inquirí a qué se refería, con “intocable”, la respuesta del policía fue: “Ni se meta, es la mafia”.

 

 

El libro Esclavas del Poder (un viaje al corazón de la trata sexual de mujeres y niñas en todo el mundo), de Lydia Cacho, fue editado por Debate y se consigue en varios países de América Latina.