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Foto: Florencia Cajide

“Vamos”, le dice una al resto. Dudan de entrar al recinto del TOC N°25 en la primera audiencia en el juicio a Cristian Aldana. Es la primera vez que estarán cara a cara con él. Se toman las manos y entran. El gesto se repite mientras Cristian Aldana escucha por primera vez y frente a sus siete denunciantes los delitos que cometió por diez años. C. y F. se dan la mano por detrás de sus sillas. Ya no somos las niñas que él pudo manipular, hoy somos mujeres que vamos a defender a esas niñas que las obligaron a callar”, dice F. “Vamos a liberar una oscuridad que no es la nuestra”.

A. declaró durante las primeras dos jornadas del juicio, que empezó el 22 de mayo. Los defensores de Aldana, Rodolfo Patiño y Cecilia Parodi, hurgaron hasta el cansancio para quebrar el discurso de A. y apuntaron a una supuesta vulnerabilidad devenida del trauma. Intentaron humillarla. Apelaron a  tragedias familiares. El presidente del Tribunal debió interrumpir a la defensa varias veces para explicarles que estaba haciendo mal su trabajo. Aldana se mantuvo inmutable a lo largo de toda la interpelación, mirando a un punto fijo en el suelo.

Lo que sí lograron los defensores es hacer evidente que su estrategia será patologizar a las víctimas. “Pero con los testimonios que dan no van a poder entrarles por ningún lado, ¿por qué?: porque están diciendo la verdad. Es lo que vivieron”, dice  Gabriela Cónder, abogada de una de las víctimas.

“Esto me liberó. Que él diga lo que quiera, yo ya me liberé. Que el juez diga lo que quiera, yo soy libre. Poder sentarme con las chicas agarrada de la mano el otro día y verlo, me hizo caer la ficha: estamos todas unidas”, dice C. Y él está solo. Para cada una de las audiencias Aldana es transferido 68 kilómetros desde el Penal de Marcos Paz, donde cumple prisión preventiva desde 2016. Si participa de todas las audiencias deberá escuchar el testimonio de 102 testigos.

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En la primera jornada del juicio lo acompañaron algunos amigos y en la segunda su mujer. Del otro lado del recinto, las bancas se llenaron de amigas, amigos y familiares de las denunciantes. Y, por fuera del Tribunal, son muchas más: a partir de la visibilización de las violencias desatada por la emergencia pública a las denuncias de Miguel del Pópolo y Aldana, el movimiento feminista engendró nuevas retóricas y formas de romper con el silencio obligatorio impuesto a las mujeres y feminidades.

“Ya no nos callamos más” es el lema bajo el cual hoy decenas, cientos, miles de mujeres enuncian sus experiencias. Como ilustra C., “en esta lucha, lo importante es prevenir. Ese fue el primer eslabón de la cadena que me llevó a denunciar: que esto no le pase nunca a nadie más. Ir contra un sistema que no nos permite ver con claridad, que no nos permite elegir”. Y A. agrega, “porque aún es posible nuestra autonomía”.

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Siete mujeres se organizan para hacer justicia por las niñas que fueron. Niñas que, la mayoría a partir de sus 13 o 14 años, fueron abusadas sexualmente, violadas con objetos, obligadas a hacer orgías, contagiadas enfermedades de transmisión sexual y humilladas sistemáticamente por un varón con protagonismo social. Un varón que tejió una red de silencios minuciosa: “Esto no se lo podés decir a nadie, nadie lo entendería”.

Ante toda posible revictimización, ante los vaivenes violentos del sistema judicial, dan batalla con imágenes de resistencia: un primer plano del mimo de una sobre la otra en la espalda mientras se leen las acusaciones. La espalda firme de A. durante su sexta hora consecutiva de declaración. Los mates entre amigxs esperando en el hall. Los abrazos a la salida.

El ruido revolucionario que hacen los silencios al quebrarse.