Los Espíritus: tres mujeres abusadas y ningún abusador

El primer comunicado de Los Espíritus rompió con la tradición de las denuncias por abusos en el rock: prudencia, reflexión y una medida preventiva de desvincular al líder. Pero a los pocos días dieron marcha atrás. El discurso masculino se apropió del debate sobre punitivismo para cerrar la discusión. "Y una vez que eso sucede, volvemos al punto cero: infinita cantidad de mujeres abusadas, pero ningún abusador", escribe Lucía Cholakian.

Los Espíritus: tres mujeres abusadas y ningún abusador

Por Lucia Cholakian Herrera
21/03/2019

En un bar porteño suena una canción de los Espíritus, la banda independiente del momento. Una chica se levanta y pide que la cambien. “Sentí que el tiempo de callarme había terminado”, cuenta unos días después en las redes sociales. Ese testimonio anónimo inaugura la serie de tres que componen el Blog “Abusos Prietto” de denuncias de abuso sexual contra el líder de la banda Maxi Prietto.

Tras la publicación de los testimonios comenzó a girar la rueda: el cronómetro imaginario inauguró la espera de un mensaje por parte del acusado y su banda.

La cronología de los comunicados de bandas escrachadas no es compleja de resumir: conspiraciones paranoicas con persecuciones políticas, pedidos de perdón por haber sido soberbios, acusaciones de falso testimonio e incluso un inolvidable “no hubo abuso, repetimos: no hubo abuso”. El primer comunicado de Los Espíritus rompió con esa tradición. Ni negación ni ataque: prudencia, reflexión y una medida preventiva acertada, la de desvincular al líder triplemente acusado de abuso sexual.

Poco después comenzó la debacle. En un comunicado dijeron que estaban “en shock”, que se habían reunido de urgencia y que no supieron expresarse bien. “Maxi no fue expulsado sino que su alejamiento fue de común acuerdo entre todos”, agregaron. Dos semanas después, la postura inicial terminó de invertirse: “no fueron testimonios que buscaban alguna forma de reparación, sino un linchamiento”, dijeron. Y le pidieron disculpas a su público, a Maxi y a sus familiares.

Este giro dejó una pregunta difícil de responder: ¿cómo se volvió legítimo el proceso de Los Espíritus? ¿qué condiciones acompañan a su decisión como banda?

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A lo largo de muchos artículos y conferencias, la antropóloga Rita Segato planteó preguntas sobre los escraches. Su inquietud está enfocada a pensar de manera colectiva los sentidos que se construyen al circular denuncias no judicializadas pero que demandan, socialmente, una pena para el acusado. Que se lo aparte de una banda, por ejemplo.

Las preguntas que propone Segato son necesarias en tiempos en los que la urgencia minimiza todo. Sin embargo, en varios casos, fueron simplificadas en lo público para volver a la estrategia del escrache en contra de los mismos movimientos, justificando la anulación tajante de los testimonios. Cerrando la escucha.

Pero las preguntas de Segato no las hace sólo ella: muchas corrientes dentro de los feminismos proponen hace tiempo debates acerca de cómo atender los testimonios que circulan por fuera de un método penal, e incluso descartando como solución una condena social. Sin embargo, estas discusiones no deberían ser tomadas como argumentos de defensa por los varones acusados de violencias, que fue lo que sucedió.

¿Qué pasó con las mujeres que hablaron? Los comunicados de los Espíritus vuelven a poner en el centro de la cuestión el comportamiento o validación de los varones hacia la ruptura de silencios de mujeres y disidencias. El anonimato es un gesto político de protección elegido por quienes hablan, pero la identidad es anulada cuando se insiste en atender la narrativa masculina. El plano judicial es hostil, pero el cierre de la escucha en la esfera pública es fatal para los procesos que se desarrollan en sus márgenes.

Hay, por un lado, una responsabilidad histórica que toca hoy a los feminismos de contener oleadas de testimonios en los que aparece las nuevas formas en las que nos narramos, pero es también una responsabilidad política cambiar la forma en la que nos leemos. Porque por fuera del castigo que recaiga sobre el varón, del otro lado de la orilla, hay una persona que habla. Y ni las viejas fórmulas sirven para atender esas voces, ni los debates feministas deben ser la letra con la que se anulen los relatos.

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En los últimos años, algunas consignas sirvieron como una manera de acelerar procesos políticos postergados: #YaNoNosCallamosMás, #MiraComoNosPonemos, #YoTeCreoHermana, entre otros. Cargados de un sentido político muy complejo, operaron también como una bandera al frente: primero creer, después todo lo demás. Primero hacer eco, después todo lo demás. E incluso, primero acusar y después todo lo demás.

Pero creer como postura política no es necesariamente coincidir con las sanciones sociales -diversas e inaprensibles, además- dirigidas hacia quien es acusado. A pesar de esto, el discurso masculino se apropia del debate sobre punitivismo para cerrar la discusión. Y una vez que eso sucede, volvemos al punto cero: infinita cantidad de mujeres abusadas, pero ningún abusador.

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En “La guerra contra las mujeres”, Rita Segato llama a pensar a la política en clave femenina. “Se trata definitivamente de otra manera de hacer política, una política de los vínculos, una gestión vincular, de cercanías, y no de distancias protocolares y de abstracción burocrática”.

Este planteo condice con la urgencia de encontrar una salida por fuera de la estructura conocida que el patriarcado propone: imaginar nuevas formas de contarnos, sin la necesidad de operar con los métodos de competencia y legitimación masculinos.

No es cambiar sólo una canción en un bar. Es hacer que la música sea otra.

Lucia Cholakian Herrera