Más de 600 docentes peruanos abandonan su libertad unas horas para dictar clases a 8 mil internos carcelarios con estudios inconclusos.

carcel-3

 Milagros Berríos – La República – Perú.-
Fotografía Michael Ramón

Montoya, nueve años de cárcel, robo agravado, ahora amigo de Dios, abandona su asiento y avanza despacio. De niño quiso ser policía o abogado, pero terminó en el penal Miguel Castro Castro de San Juan de Lurigancho. Allí está ahora, caminando lento hacia una pizarra blanca.

-Es América- dice.

La profesora Sara Ramírez dice que Montoya tiene razón. Sus compañeros del nivel Intermedio del Centro de Educación Básica Alternativa (CEBA) del penal lo aplauden. El interno, de 37 años, ganador de un diploma por buenas calificaciones sigue frente a la pizarra con la respuesta en la boca. Luego con letras mayúsculas y caligrafía infantil escribe: A-M-É-R-I-C-A.

En ese salón, los 25 internos sin uniformes, con sentencias judiciales y reingresos, ya saben leer y escribir. El nivel Intermedio equivale al tercer grado de primaria de los colegios regulares. “Saben sumar, restar, pero fallan un poco en la multiplicación y en la división”, dice Sara Ramírez, de 43 años, la nueva profesora de Castro Castro.

Sara, la más pequeña del salón, dejó sus 15 años de experiencia con niños de primaria para compartir por unas horas la falta de libertad con hombres entre 19 y 74 años en la escuela de la prisión.

Sus alumnos han preparado para hoy un homenaje por el Día del Maestro en el auditorio del CEBA Manuel González Prada. Marco Yachi, 45 años, seis reingresos, pabellón La Pampa, cuenta que habrá una actuación. “Y seguro alguien recitará una poesía”, agrega mientras dibuja un mapa enorme en su cuaderno.

En el Perú, 621 profesores enseñan en prisión. Dictan clases de Sociales, Comunicación, Ciencias y Matemática a internos que las abandonaron cuando ni siquiera tenían 10 años. Les dan lecciones a más de 8 mil hombres que cumplen condenas o están a la espera de juicio.

Desde las 8 de la mañana, o las 2 de la tarde, los 26 profesores del Instituto Nacional Penitenciario del Perú (INPE) y del Ministerio de Educación (Minedu) aparecen en Castro Castro para enseñarles a 315 internos de primaria y secundaria. Muchas veces llegan sobre un mototaxi, junto al chofer, empolvados. En la puerta de la cárcel dejan su celular, los USB y su libertad.

carcel-per
Escolta en el penal

A las 2 de la tarde el profesor Jackson Carhuapuma ingresa al aula del Nivel Avanzado. Allí estudia la promoción, en un salón de dos ventanas con barrotes. Hoy los alumnos, entre 22 y 60 años, llevan clases de Ciencias hasta las 5 de la tarde. Saludan a los visitantes, se mantienen en silencio, levantan la mano para hablar.

El maestro Carhuapuma lleva 15 años en prisión aunque esté libre. Primero enseñó en el penal de Lurigancho, a unas cuadras de Castro Castro. “Estoy más seguro aquí dentro que en la calle. Afuera alguien me puede asaltar”, dice.

Violeta Arenas, la directora del área de Educación del penal, no le resta razón. Hace diez años, durante un motín en Lurigancho, sus alumnos la rodearon en medio de los ataques. La llevaron escoltada por el denominado “Jirón de la Unión” y la alejaron de los amotinados. “Si no fuera por ellos…”, respira.

En el aula de Carhuapuma se filtra la voz de Sara Ramírez. La maestra de al lado sigue su clase sobre los continentes. Los alumnos Jesús Montoya y Dany Arbañir (con el nombre de su hija tatuado en el brazo) ya salieron a escribir en la pizarra: AMÉRICA y ÁFRICA.

Las clases en el CEBA son opcionales y cuestan 4,20 soles. Los alumnos firman asistencia, llevan un carné, les dan notas por su comportamiento y por los exámenes. Según los internos, este es un camino para reducir su pena: pueden acogerse a beneficios como el 2×1, 5×1 o 7×1. Más días de clases, menos días en la cárcel.

-Pero para sicariato no hay, aclara Carlos Garibay, 19 años, voz afónica, y con 19 “vueltas” (años) por cumplir en la cárcel. -Yo vengo a distraerme.

La profesora Sara dice que se arrepintió al inicio, pero ya les tiene confianza. A veces son desobedientes “y dicen palabras que jamás he escuchado”. Con ella elaboraron el papelote de normas de convivencia que está pegado en el aula: “No agredir a los compañeros”, “no adulterar las firmas”, “no fomentar peleas en el aula”. Sara sigue su clase. No recuerda por qué sus alumnos están en la cárcel.

 

Esta nota fue escrita en el marco de la Beca Cosecha Roja y publicada también en La República de Perú