“Estudiante de Profesorado de Educación Fisica. Militante de la JP Evita. Peronista. Huayna Triunfo”. Con esas líneas sintetizaba su identidad en Facebook Micaela García.

La amistad, la gimnasia, el deporte, la solidaridad y el compromiso militante eran esenciales en su vida. La podemos ver en los barrios, impulsando colectas solidarias con los inundados, poniéndole el cuerpo al “Ni una menos” o recordándole al gobierno negacionista que “Son 30.000” los desaparecidos.Sus selfies, las fotos familiares, la complicidad con sus amigas, su pasión por la gimnasia y la danza, las ganas de salir a divertirse, su trabajo en una escuela de natación o la fecha del cumpleaños 22 que no llegará, 9 de agosto, también están en su muro.

“El hambre no se combate con represión”, dice el último posteo que compartió. Allí se siguen sumando los mensajes de dolor y solidaridad, entre los que se mezclan algunos de los que se dedican a instalar en las redes el discurso del odio.

“Pensar que el juez Carlos Rossi, el que había liberado a la hiena Wagner, es de Justicia Legitima, la organización que lidera la fiscal general, obviamente kirchnerista, Gils Carbó, discípula de Cristina Kirchner. Algo que ella tanto defendía. Ellos mismos la mataron”, dice uno de esos mensajes.

No les interesa Micaela, sino demonizar a los que luchan por los derechos. El dolor se hace aún mayor al ver cómo la criminología mediática instala otra vez su repertorio de respuestas para estos casos: hace eje en el juez que dio la libertad condicional al violador vinculándolo a quienes luchan por la vigencia de las garantías y por la ampliación de derechos, para proponer la pena de muerte para los violadores y distintos mecanismos de seguimiento y registro que responden a tres ideas básicas y sencillas: vigilar, castigar y eliminar.

Así como en lo cotidiano oímos aun que “los hombres violan porque las mujeres provocan”, aquí de algún modo se reproduce ese mismo esquema: los ideales que defendía Micaela son puestos en el banquillo de los acusados para explicar su muerte.
mica-alfredo
Micaela militaba contra el patriarcado, que es una estructura jerárquica entre géneros. La violación es un elemento inherente a su reproducción. El agresor sigue un mandato que está subyacente en la educación que ha recibido y en cuya reproducción estamos involucrados hombres y mujeres.

“¡Cómo joden con el patriarcado!”, escuché ayer protestar a alguien en una conversación. “¡El tipo es un enfermo, y todos los hombres no somos violadores!”

“¿Y por qué no suelen aparecer hombres violados y asesinados por mujeres?”.

No responde.

A la lucha contra el patriarcado le cuesta instalarse desde un lenguaje sencillo y sus protagonistas pueden terminar estigmatizadas como portadoras de un nuevo fundamentalismo, como las nuevas locas. Soy varón, soy conciente de que fui formado en esa cultura patriarcal a pesar de las buenas intenciones de mis padres y me doy cuenta que ese mandato está presente en mí. Está en el afán de seducción, en la lucha interna para no sucumbir a la obsesión de los celos y en la idea subyacente de apropiación y dominación que atraviesan el deseo y las relaciones sexuales.

La “violación cruenta”, perpetrada por un sujeto anónimo a una mujer circunstancial, es una minoría dentro de las violaciones, que mayoritariamente suceden “puertas adentro” y en todas las clases sociales. A su vez, la violación sexual es la punta del iceberg de las múltiples violencias a que son sometidas las mujeres.

Cuando eligen un chivo expiatorio o nos ofrecen la pena de muerte, lo que  en realidad afirman es que no tienen ninguna intención de poner en discusión el modelo patriarcal.
Ese discurso básico, elemental y directo, no soluciona ningún problema pero se instala con facilidad en el sentido común de muchas personas. Creo que es un error dar la discusión en el terreno que ellos proponen. Las palabras de los padres de Micaela demuestran que podemos definir de otra manera los ejes del debate.

“Tengo una tranquilidad rara, porque sé que Micaela nos va a seguir guiando. El dolor tiene que servir para cambiar la sociedad”, dijo el padre. “Vuela alto, mi negra, como siempre lo hiciste. Te prometo que lucharé siempre por tus ideales, que todos te puedan ver”, escribió en Facebook la madre.

Necesitamos hacer visibles en lo cotidiano todas las formas de violencia de género como experiencias no deseables en la convivencia para proyectarlas sobre las leyes y la definición de políticas públicas, promover la organización y la escucha de la experiencia de las víctimas, militar el quiebre de la identificación con el mandato patriarcal y controvertir aún más el estereotipo de la mujer genérica.

“Nosotros somos presente, los que vamos a construir un mundo mejor para los que vienen, para esas caritas inocentes que nos llenan de alegría y esperanza. El futuro también llegó, nuestro desafío es que sea diferente, una sociedad en la que las personas no sean el lobo de las personas, sino que sean hermanxs”, escribió hace menos de un año Micaela.

Repensarnos para caminar y luchar junto a las mujeres que enfrentan al patriarcado es el mejor homenaje que podemos hacer a la alegría y la esperanza con que ella vivía.