Por Martín Armada*

“La mayoría de los fumadores de marihuana son negros, hispanos, músicos de jazz y artistas. Su música satánica se inspira en la marihuana, y cuando las mujeres blancas fuman marihuana buscan relaciones sexuales con negros, artistas y otros. Es una droga que causa locura, criminalidad y muerte; la droga que más violencia ha causado en la historia de la humanidad”. Eso decía, sin ponerse colorado, Harry Anslinger en Estado Unidos frente a una comisión parlamentaria que lo escuchaba con desconcierto. Era el año 1937.

La lejanía hace que hoy, para muchos, Anslinger sea un desconocido. Sin embargo, uno de sus legados es ni más ni menos que la prohibición del cannabis. En ese discurso encendido y pendenciero, ese robusto hombre calvo dejaba sentadas las pautas de lo que sería luego un sentido común planetario: la marihuana es una droga consumida por marginales, una sustancia creadora de criminales, una amenaza para la seguridad, la moral y la salud de nuestra especie. Una especie blanca, heterosexual y con una capacidad relativa de adquirir bienes y servicios, por supuesto.

¿Cómo desandar semejante herencia?, ¿cómo discutir las bases que hicieron del prohibicionismo no sólo una política, sino una ideología tan expandida como el capitalismo?

Ante todo deberíamos tener presente algo elemental: Anslinger no pudo conquistar semejante logro en soledad, desde un oficina perdida en el laberinto burocrático estadounidense. Nada de eso. El primer jerarca de la Federal Bureau of Narcotics, el organismo del que surgiría mucho después la DEA, supo invertir muy bien su tiempo y presupuesto. Fue un gran político, no sólo porque supo tejer vínculos impensados en silencio, sino también porque entendió que su plan era imposible sin tener a las mayorías de su lado. Para conseguirlo supo ganarse y hasta comprar el apoyo de los medios de comunicación masivos. Así fue como la historia de la prohibición se construyó con plomo y sellos de goma, pero ante todo a partir de los diarios, la radio, el cine y las historietas. Luego vendría la televisión, mucho más tarde Internet y las redes sociales que, con sus variaciones, en gran medida siguen reproduciendo el mismo relato.

A 80 años de aquel discurso fundacional de Aislinger, la prohibición evolucionó. ¿Estamos viendo su decadencia o es sólo una instancia más de su evolución? Es difícil saberlo, la prohibición no es una simple cruzada moral, tampoco se limita al desarrollo incontrolable de un mercado negro internacional, tampoco al reconocimiento del derecho de los usuarios a poder satisfacer sus necesidades espirituales o terapeúticas. En todo caso, la prohibición del cannabis y su crisis es una oportunidad para entender qué es la “Guerra a las Drogas” y las posibilidades de salir de ella.

Para comenzar a desandarla, quizás convenga aprender de sus pioneros, de aquellos que entendieron el poder de las narraciones modernas y su eficacia masiva.

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* Editor general de Revista THC