Por Ángeles Alemandi- Cosecha Roja.-


Balbina Flores Martínez recién tomaba la corresponsalía de Reporteros sin Fronteras en México cuando le pasaron el dato. Empezó a buscar fuentes para chequear la información. Llamó a un colega.
– Sí, ¿cuál es el nombre de la víctima? – dijo la voz del otro lado
– José Luis Ortega Mata. El director del Semanario de Ojinaga.
– ¿Cómo? Él es mi amigo…
Balbina se quedó muda. El 19 de febrero de 2001 Ortega Mata iba hacia el aeropuerto cuando lo secuestraron. Doce horas después la policía lo encontró en su auto, con dos tiros en la cabeza. Balbina supo que estaba publicando reportajes sobre el tráfico de droga en la región. Por esos días investigaba cómo los capos narcos financiaban campañas electorales.
La situación en México no era tan terrible como ahora, dice Balbina. Las muertes de periodistas tenían que ver con denuncias sobre corrupción de funcionarios. El de Ortega Mata fue el primer salto sobre una rayuela infinita hacia el infierno.
Desde que trabaja en RSE, siguiendo los casos que coartan la libertad de expresión Balbina lleva registrados 80 periodistas asesinados y 14 desaparecidos. Según el Periódico Zeta, en el sexenio del presidente Felipe Calderón, la guerra declarada contra el crimen organizado suma 60.420 muertos.
Tantas pero tantas cosas cambiaron en su vida últimamente. Es distinta su forma de abordar la información, de buscar fuentes, de querer protegerlas. Creó una red propia de comunicación en varios estados. Trató de separarse de la información, de no mirar más imágenes dolorosas de la cuenta. Jura que nunca se ha dejado de sorprender por el grado de violencia de cada caso. Y sobre todo, por la imposibilidad de ver que la justicia llegue.
La voz de Balbina es un hilo de acero. No se quiebra. A los 15 años dejó la ciudad de Veracruz y se fue al DF a estudiar. Quería ser antropóloga. A los 20 empezó a colaborar con organizaciones que trabajaban con refugiados centroamericanos que llegaban a México escapando de la guerra de sus países. Ella registraba sus testimonios, el dolor, el destierro, los coletazos de la muerte. Ahora que lo dice le parece casi una ironía este revés de las cosas.
Sabe a qué hora empiezan sus días. Pero jamás en qué momento terminan. Con el café de la mañana monitorea los medios: busca malas noticias. La detención de un periodista. La desaparición de otro. Arranca por los diarios de los estados más violentos: Veracruz, Nuevo León, Durango, Coahuila, Chihuaha, Michoacán, Guerrero.

– ¿Cómo narrar la violencia en México?
– He aprendido a saber en qué momento me puedo acercar a la familia de las víctimas sin que les parezca una intromisión violenta a su intimidad. Adquirí esa habilidad en estos 15 años de trabajo. Creo que ellos confían mucho en mí, en lo que les digo o les pregunto y es difícil que se nieguen a narrarme su historia. Siempre te plantean en qué podemos ayudarlos nosotros a ellos. Se dice que los periodistas no tenemos que vincularnos o establecer un nivel de confianza con las fuentes, pero de pronto en una situación tan difícil esa parte yo la dejo atrás. Les digo: saben, pueden hacer esto o lo otro. O les doy un contacto. Les explico que vamos a investigar qué fue lo que pasó.
(continúa en la próxima página)

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