– ¿Que implica hacer una investigación?
– Cuando recibo la información sobre el asesinato o desaparición de un periodista monitoreo todos los antecedentes, qué hacía, qué información publicaba, lo que puedo encontrar en Internet. Hablo con el director del periódico donde trabajaba, con el editor, con los compañeros. Llamo a sus familiares y amigos cercanos. Intento averiguar el contexto de qué era lo que hacía, cuáles eran las fuentes, qué temas cubría. Ese es el proceso que sigo para tratar de entender qué podría vincularse con el asesinato o la desaparición. Voy reconstruyendo su vida. A veces conozco muchísimos detalles personales que no publico. Me ha pasado que una sigue el caso y de pronto la familia te llama y te dice: lo encontraron, lo mataron. Hay entonces un momento de silencio. Eso puede pasar en horas, en días. Los asesinatos se incrementaron desde 2006, van ocurriendo con más frecuencia y los hechos, las narraciones, son cada vez más tremendos. De pronto pasa tan seguido que no te puedes acostumbrar. Yo digo: algo puede pasar también esta noche y tal vez lo encontremos mañana. Racionalmente se que es difícil, pero la propia psicología se niega a esta situación. Me pasó hace poco con el caso de Humberto Millán Salazar, director del diario digital A Discusión, al que asesinaron en Sinaloa. Desapareció un día y al siguiente me despertó un mensaje de texto con la noticia. A tal hora. En tal lugar. Empezar así el día impacta. Una siempre guarda la esperanza de que aparezcan. La mala noticia es como una derrota.

– Pero hay que levantarse y seguir.
– Hubo dos o tres casos ante los cuales me he planteado si valía la pena. Las denuncias son cotidianas. La reacción de las autoridades es nula. Eso es frustrante. Recuerdo en 2004, cuando asesinaron a Roberto Mora, el editor del periódico El Mañana en Nuevo Laredo, Tamaulipas. Lo mataron a puñaladas en la puerta de su casa y después la propia Procuraduría del Estado montó una campaña para desprestigiarlo. Dijeron que había sido un crimen de odio porque era gay. Detuvieron a una pareja de homosexuales que vivían en el departamento de arriba de Mora. A los 20 días uno de los muchachos fue asesinado en prisión. Fue contar tragedia tras tragedia. Estuvimos en su ciudad, en su casa y vimos cómo las autoridades trataron de desvirtuar el trabajo del periodista. Es desesperante. Una va descubriendo cada día lo que pasó pero la postura que difunden las autoridades a través de los medios es otra y tiene un peso enorme para la sociedad. Parece que estás picando piedra. Fue una experiencia difícil hasta que con el Centro de Periodismo y Ética Pública hicimos un informe final. La conclusión es que lo mataron por investigar a un funcionario. Desmentimos la versión oficial, pero habían pasado cinco años y la sentencia era muy difícil de revertir.

– ¿Cómo es el proceso de escritura?
– Para Reporteros sin Fronteras la nota debe ser breve, clara, precisa, objetiva. Eso implica, después de tener toda la información, seleccionarla y determinar cual es la importante para poder comprender qué ocurrió, cómo, quiénes podrían estar involucrados y si hay un vínculo con el trabajo periodístico que se estaba realizando.

– Hace diez años, cuando empezaste a trabajar en RSF era inimaginable que el periodismo se convertiría en un trabajo de alto riesgo. ¿Qué se aprende en lo cotidiano?
– A mí me pasa lo contrario a lo que cuentan muchos colegas que cubren las notas policíacas. Ellos van perdiendo la sensibilidad. Yo no. Hoy sé que cosas debo hacer en esas situaciones para evitar que el impacto sea mayor. Trato de no saturarme de información repetitiva o imágenes violentas, de no involucrarme demasiado en determinadas situaciones, de reconocer cuándo no puedo hacer nada y tomar la retirada a tiempo. También aprendí en las sesiones de terapia muchos recursos para controlar el nerviosismo, la ansiedad. A veces me pasa que un colega se pone a contarme una historia difícil y una a medida que la escucha se va angustiando. Aprender a cortar eso, buscar otra conversación, es sano. Cuando hago coberturas complicadas, evito correr riesgos. Sé que por aquí puedo pasar, que por acá es mejor no hacer llamadas y he ido a algunas zonas en las que no he podido dormir a la noche. Obviamente, uno sabe que esta en un lugar difícil y puede pasar cualquier cosa. Convivo con ese miedo y ese estrés. Hace como dos años hubo un mes en el que se acumularon 3 o 4 asesinatos de periodistas. No podía respirar.

– Últimamente ni los periódicos se atreven a publicar estas muertes.
– Sí. Un caso que me impresiona mucho es el de María Ester Aguilar Casimbe, una periodista que desapareció en 2009, el 11 de noviembre de 2009. Era reportera de nota roja del diario de Zamora y del periódico Cambio de Michoacán. Por un llamado me enteré que llevaba ocho días desaparecida y la noticia no había corrido por ningún medio. El que me avisó es un colega de otro municipio que alcanzó a escuchar el rumor. No se publicó nada, pero los periodistas sabían. Empecé a investigar. Supe que salió de su casa a cubrir un evento y ya no regresó. Cuando me contacté con el diario donde trabajaba, el director me dijo: por favor, difúndanlo ustedes, nosotros no podemos. Me acuerdo que visité la casa de María Ester. Vi sus fotos. Me mostraron una colección de pinturas de ella que de algún modo reflejaba lo que pensaba o hacía. Todavía escucho la historia que narra la familia y que una imagina: la veo salir, veo a sus hijas aún esperando que regrese. Tengo esas imágenes. Y guardo a su vez ese valor con el que las familias se niegan a aceptar estas muertes. Tienen el valor de moverse, de exigir que se les atienda. Toman esa bandera de lucha como un caso que no se debe olvidar. Ellos dicen: no lo vamos a aceptar. Son las imágenes bonitas. La parte que no se ve, la historia positiva. Intentan salir adelante, enfrentarse con el miedo.

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