Por María Sol Amaya – Cosecha Roja.-

Su cojera le impide darle velocidad a la caminata bajo el sol del mediodía. Es martes, y de las veredas del centro porteño emana el caluroso vapor que hace casi imposible permanecer mucho tiempo en la calle. Ana, de unos 70 años, frena a mitad de cuadra frente a un poste de luz y quita todos los papelitos pegados. Los hace un bollo, los arroja al tacho de basura y sigue. Son publicidades de oferta sexual. A 50 metros vuelve a detenerse delante de un teléfono público y repite la operación.

No es la única. En su recorrido cotidiano Patricia también va despegando papelitos de paredes y postes de luz. Ella es psicóloga, y se enteró de la movida por un paciente. De alguna manera, este pequeño acto la hace sentirse protagonista de la cadena de lucha contra la esclavitud sexual. Que comienza desde bien abajo: en la solidaridad entre mujeres, entre vecinos.

Como ellas, cientos de personas intentan perpetuar una iniciativa que tuvo lugar el 23 de septiembre de 2010, cuando se organizó una marcha que recorrió las calles de la ciudad de Buenos Aires -desde Plaza Congreso hasta Plaza Once- retirando todos los avisos que a fuerza de pegamento tapizan paredes, postes y cabinas telefónicas. Varias ONG’ s consideran que detrás de estos papelitos se oculta el proxenetismo y la trata de personas.

– La idea es generar conciencia de que hay una responsabilidad social hacia estas situaciones, y además mostrar que toda una cadena de personas participan en estos delitos – dice Diana Maffia, ex legisladora de la ciudad de Buenos Aires y una de las promotoras de la campaña.

Pero la buena voluntad a veces se ve sesgada por represalias. Maffia cuenta que han recibido denuncias de mujeres que fueron agredidas por retirar los volantes. Patricia, que es una firme participante de esta campaña, no se lo aconseja a las chicas jóvenes. Dice que son blanco fácil para el insulto.

La campaña fue apoyada por varias organizaciones como la ONG María de los Ángeles,  creada por Susana Trimarco, madre de Marita Verón, la joven tucumana desaparecida en 2002. Andrea Romero, que pertenece a esta fundación, piensa que ésta es una forma de manifestar que las mujeres no quieren ser usadas ni vendidas como objetos sexuales. Y asegura que varias investigaciones judiciales que se llevan a cabo por trata de personas comenzaron analizando los teléfonos que salen en esos papelitos.

– En la gran mayoría de los casos, donde hay prostitución hay trata; no son lo mismo, pero conviven en los mismos lugares. Es muy difícil diferenciar a una víctima de trata de personas de una mujer que decidió libre y autónomamente ejercer la prostitución. Hay que ver un poco más allá de lo que parece evidente- dice Romero.

Para ella basta con leer el contenido de esos folletos, donde aparecen adjetivos como “nuevitas”, “recién llegadas” o “paraguayitas”, para encender las alarmas. Considera que esos datos hacen referencia a la permanente rotación que hay en estas redes para evitar que las chicas hagan lazos de amistad entre ellas o con los clientes.

Elena Reynaga, secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (Ammar) no está de acuerdo con esta campaña.

– Eso de los papelitos es ignorancia pura.

Reynaga pide que no se subestime al enemigo, que no se crea que el tratante es tan poco inteligente como para ir y pegar papelitos.

El año pasado, en la Argentina se aprobó una normativa que prohibió la publicación de avisos del rubro 59 que promovían la oferta sexual o quehacían explícita o implícita referencia a la solicitud de las personas destinadas al comercio sexual.

Las meretrices argentinas también se opusieron al decreto. Sienten que se confunden las cosas. Insisten en que trata y trabajo sexual no son la misma cosa.

-Creyeron que la intención era buena, pero están mal asesorados- asegura Reynaga.

Es que, según esta mujer, la normativa generó que muchas de sus compañeras que habían creado cooperativas de trabajo sexual y alquilaban sus propios locales, no pudieran publicitar sus servicios.

– Se habían liberado del proxenetismo, que es el verdadero delito. Pero sin publicidad, el trabajo decreció mucho y tuvieron que volver a trabajar para otras personas. Con el tema de los papelitos pasa lo mismo. Esas compañeras que trabajan autónomamente les pagan a pibes para que peguen los avisos en la calle porque necesitan difundir los servicios. No todas las ofertas son de chicas que están siendo traficadas, eso son puras mentiras.

Seis millones de personas son traficadas cada año alrededor del mundo. En un 90 por ciento de los casos el objetivo es forzarlas al trabajo sexual. Tal vez la cifra no esté ni cerca de la cantidad real de víctimas, ya que el delito es complicado de rastrear y en muchos casos no se denuncia por miedo, por dinero, por ignorancia.

Andrea cuenta que en el norte de Argentina, por ejemplo, muchas mujeres de zonas pobres llegan a la Fundación y le dicen que sus hijas se fueron a trabajar hace meses, o años. Que al principio mandaban plata. Que ya no lo hacen, pero seguro están bien. Eso creen. La realidad es que en muchos de esos casos, esas jóvenes están siendo víctimas de la trata. Los mismos explotadores son los que envían dinero a sus familias para que no pregunten, para que no sospechen.

María, estudiante universitaria camina por Constitución y a su paso arranca todos los papelitos que ya son parte del paisaje. ¿Quiénes son esas chicas? ¿De dónde vienen? ¿Cómo llegaron a esos lugares? Se pregunta. Las publicidades se multiplican, se reproducen a diario. Ofrecen placeres infinitos y fantasías exóticas. Y son difíciles de ignorar.

Pero para las mujeres de AMMAR hay que ir más allá. Ellas están contra la trata y quieren una legislación concreta sobre el trabajo sexual. Piden el fin de la hipocresía. Que la sociedad se saque la careta. Que reconozcan que la prostitución existe porque existen los clientes. Esos mismos que después dicen apoyar la lucha contra la esclavitud sexual.

 

Foto: Fernando De la Orden