Por Mariona Ortiz – La Directa. Abril 2011.-

Entrevista a Cristian Alarcón

 

“La pandilla les da el amor, la salud, la educación;

todo lo que el Estado no les dio nunca

y todo lo que su propia familia no fue”

 

¿Cómo definiria una banda o pandilla?

Primero, a la hora de hablar de grupos juveniles vinculados con la violencia, debemos hablar de grupos identitarios. Estos grupos de jóvenes que se unen, para enfrentar situaciones de vulnerabilidad extrema, de desarraigo vinculado a la inmigración, o circunstancias de exclusión social muy fuerte, y por afinidades. Afinidades que tienen que ver con lo territorial, el barrio, la esquina, el parque, como espacios de ejercicio de  una ciudadanía que tienen vetada. Ante una situación de derechos coartados, porque no acceden a la educación, no acceden a trabajo, no acceden a la salud, esos jóvenes se reúnen primero para generar vínculos de solidaridad, de compañía. En algunos países esto se convierte en algo más complejo, sobretodo en lo que llamamos el triángulo norte de Centroamérica (Honduras, Guatemala y El Salvador) que son los países con más cantidad de homicidios por población. Allí se constituyen en pandillas.

¿Cómo nacen las pandillas?

El fenómeno nace en la década de los 80 y es una consecuencia de las políticas neoliberales de ultraderecha de los EUA. Las pandillas nacen principalmente en Los Angeles, sobretodo alrededor de la calle 13 y de la 18. Luego, muchos inmigrantes empiezan a  regresar a sus países deportados y, cuando llegan a sus países, se juntan. Todo lo que habían aprendido en las calles de Los Ángeles, donde habían tenido que enfrentar y evadir a la policía, donde habían aprendido a controlar territorialmente sus calles porque estaban en disputa permanente con la otra pandilla… todo esto lo llevan a Centroamérica. Y allí consiguen mucho poder por la debilidad de los estados. Donde el Estado no está, los grupos violentos son el poder.

¿Cómo se organiza una pandilla?

Es una organización cada vez más compleja porque está en permanente mutación. Territorialmente cada barrio tiene su célula, su propia “clica”. La clica es un grupo de entre 15 y hasta 50 o más miembros que aglutina a los jóvenes de un cierto sector. Dentro de esta clica hay un lider por supuesto, pero también hay un rol muy importante que es el del mensajero, que es aquel que se comunica con otras clicas y con las instancias de decisión superior. Y, si existe un liderazgo por encima de las clicas, son aquellos que acumularon mayor experiencia, jóvenes que ingresaron a la Mara Salvatrucha (MS) o al Barrio 18 en los 80 y que hoy están en los 40 años. Son los menos, porque pertenecer a la pandilla no solo significa ejercer la violencia sino padecerla y las bajas, esas cifras que nosotros vemos de muertos, que son las mas altas del mundo, son las víctimas de la juventud. Estos jóvenes están en un combate permanente, que primero fue entre las pandillas y después fue de las pandillas con los estados centroamericanos, que son estados que ejercen la eliminación sistemática de jóvenes. Por lo tanto, están en un fuego cruzado que los hace tremendamente vulnerables.

¿Has dicho que el Estado practica “la eliminación sistemática de jóvenes”?

Sí, esa es una posición muy personal. Yo creo que los estados centroamericanos en lugar de crear políticas que atacaran el problema, digamos en su cara más cultural, política y social (que es tener ya 5 o 6 generaciones sin ningún tipo de chance de futuro) han habilitado a sus fuerzas de seguridad de una práctica que se extiende ya por toda América Latina en los últimos 30 años y que es: el joven, por ser joven y por su color de piel, por ser moreno, por sus tatuajes, por su condición social, es candidato a morir en supuestos enfrentamientos. Cuando un joven muere en America Latina en supuestos enfrentamientos con la policía, nunca se investiga si el joven estaba realmente armado o no, en qué circunstancias fue ese enfrentamiento. Esto legaliza la violencia, naturaliza la violencia. Los fiscales y los organismos de justicia tampoco están preparados, técnicamente en unos casos y, en otros, diría por su visión del mundo, para investigar cómo muere un joven. El estado (y la sociedad) lo que dicen es “los violentos son los jóvenes” pero en ningún caso hacen una autocrítica. Y, sosteniendo un discurso de mano dura, legitiman la acción ilegal de escuadrones de la muerte, que de alguna manera son felicitados por el colectivo social, que está desesperado ante una violencia pasmosa, que trastoca la vida cotidiana y afecta a la sensibilidad de todos y todas. Así se crean unos mecanismos justificatorios para la eliminación por cualquier vía.

Las políticas que se han aplicado en El Salvador y Guatemala de “Mano Dura” y “Super Mano Dura” no han funcionado.

Los tecnócratas que elaboran este tipo de leyes tienen como modelo los discursos securitarios de los EUA, nacidos de los think tanks norteamericanos, y han intentado extender esa idea de la vía de la represión como única solución a los problemas de la seguridad o de la violencia. Si son analizados fríamente, con sus propias varas, nos damos cuenta de que las políticas de mano dura son un fracaso, han sido un fracaso y serán un fracaso. Porque la inteligencia de los excluídos es muy superior a la inteligencia de los estados represivos. Porque son ellos los que saben como sobrevivir ahí en la calle. No solo no resuelven el problema, no solo no reducen el índice de homicidios, sino que además producen unas variaciones y unas mutaciones complejísimas y llevan a unos riesgos altísimos. Estas leyes, tremendamente restrictivas, que claramente fueron anticonstitucionales y que ademas vulneraron y violaron los DDHH de una enorme porción de la población, sobretodo de la más pobre del triángulo norte, causaron grandes cambios en las pandillas en los últimos años. Las clicas ya no son lo que eran, en el sentido de que ya no son estrictamente territoriales. Se volvieron ubicuas como estrategia para no ser tan evidentes ante un estado que las estaba persiguiendo de manera bélica y militar. Ellos empiezan a cambiar su forma de organización interna, de la misma forma que decidieron dejar de lado los tatuajes.

¿A nivel humano, cómo se vive dentro de la pandilla?

La gente piensa que un pandillero centroamericano vive las 24h del día cortando cabezas o disparando su arma. Esta es la construcción social del enemigo en este momento. Pero allí hay lazos humanos, vínculos, en los que la lealtad, el cuidado, el respeto, la solidaridad, el estar a la altura… hay una ética y hay una estética. El tatuaje, aunque ahora ya no lo pueden tener, surgió como una forma de expresar la pertenencia a algo. Jóvenes que no tuvieron padre, que no tuvieron madre, que sus padres y sus abuelos murieron en la guerra, que se fueron con unos tíos a EUA y, además, cuando habían logrado construir algo, un día los agarraron y los tiraron otra vez en un barrio del gran San Salvador, encontraron una forma de vivir dentro de la pandilla. La pandilla les da el amor, la salud, la educación; todo lo que el Estado no les dio nunca y todo lo que su propia familia no fue. Lo cierto es que ahí hay un mundo por descubrir. Una de las misiones del nuevo periodismo, de un periodismo que verdaderamente se comprometa por comprender lo que le pasa a nuestras sociedades, debería preguntarse no sólo cuáles son los perjuicios de la existencia de estos grupos, sino qué hay en estos grupos humanos además de tiros, además de pólvora, además de muerte.

¿Qué recomendarías a los gobiernos centroamericanos?

En principio, que las políticas que se apliquen respeten los DDHH. Segundo, que las políticas indaguen en cuáles son verdaderamente las causas de la violencia y qué es lo que esos miles de jóvenes en Centroamérica necesitarían en sus vidas cotidianas para lograr abandonar el juego de la violencia.

¿Las pandillas podrían reproducirse aquí en Cataluña?

No. Es que lo primero que deberíamos preguntarnos es si hay algún tipo de vestigio de las pandillas centroamericanas aquí. En España se conocen como bandas latinas los Nietas o los Latin Kings, que son un fenómeno cultural e identitario y no delincuencial. Si bien ha habido una o dos víctimas, comparar lo que ocurre en España con la dimensión cruel y inhumana de la violencia de las pandillas centroamericanas, que son capaces de atacar a la sociedad directamente quemando un bus y asesinando en una sola operación a 40 personas, como acaba de ocurrir en El Salvador, es como comparar una pelea entre Tom y Jerry con la bomba de Hiroshima. Para quienes cubrimos la violencia allí, leer los periódicos catalanes y ver que están creando alarma social con la supuesta llegada de la MS o del Barrio 18 a los parques de la ciudad, nos da risa. No lo podemos creer. Y además no podemos creer que esto se vuelva verosímil para la sociedad.

¿Cómo deberían tratar el tema los medios de comunicación?

En España primero hay que derribar ese mito que se está construyendo y eso es una tarea urgente. Da la impresión de que, como tienen un nivel casi ideal de vida, comparado con nuestros países, la violencia fuese una especie de fetiche y vendiera la idea de que tienen algún tipo de problema de grandes dimensiones de violencia juvenil. O quizás los medios han descubierto que la gente cliquea más las noticias que le están diciendo “usted puede ser asesinado por un pandillero en cualquier esquina” que una noticia que les hable de lo que realmente le ocurre a los jóvenes migrantes en esta ciudad. Hay que hacer una reflexión que, primero, tiene que vincular a los directores de los medios de comunicación, para quienes está siendo funcional la creación del enemigo latino, moreno y joven. Esto es muy peligroso en un contexto de crisis, donde el trabajo falta y faltará.

Entonces, ¿crees que hay una falta de responsabilidad periodística?

Hay un tema más de fondo, que tiene que ver con revisar qué le está pasando al periodismo español, qué les está pasando a los jóvenes periodistas que están en las redacciones, en qué condiciones están trabajando y si les está pasando lo mismo que ya nos pasó a los latinoamericanos; empobrecimiento, sueldos cada vez más bajos, cero capacitación, pérdida total del compromiso, abulia dentro de las redacciones (periodistas que se sientan detrás de su computadora y levantan el teléfono). No hay reporteo, no salen a la calle, se ha perdido la pasión por el oficio, y eso genera burocratización y la burocaratización genera sujetos conservadores, que no cuestionan a sus fuentes, que no cuestionan las versiones oficiales. Siempre lo importante es lo que dice alguien con autoridad. Entonces ¿dónde queda la sociedad? ¿A través de quién habla la sociedad? ¿Cómo se expresa la sociedad? La sociedad no se expresa en los comentarios de internet. La sociedad se expresa en las historias que tiene por contar, en la visión que tiene del otro, en como resuelve sus conflictos. Y eso los periodistas no lo estamos contando. Entonces, lo primero es ver cómo hacemos para posibilitar un cambio que no sólo implique escribir de manera más inteligente sobre la existencia o no de fenómenos de violencia juvenil en España, sino que además implique una búsqueda de nuevo sentido del oficio que recupere el valor de la palabra y el poder inmenso que tienen las historias bien contadas.