Foto: Mauro Montu

Foto: Mauro Montu

Inmutable, duro, inalterable, a veces temible. Con las manos cruzadas sobre las rodillas, los ojos como bolsas que cuelgan, la cara arrugada y el ceño fruncido cada vez que un testigo lo acusaba de asesino o ladrón en pleno recinto. Así fue la pose de Luciano Benjamín Menéndez sentado en el banquillo de imputados de los tribunales cordobeses.

Córdoba fue la provincia donde se desempeñó como Comandante en Jefe del Tercer Cuerpo de Ejército entre 1975 y 1979. Desde donde ordenó el exterminio de miles de personas. Menéndez tuvo la responsabilidad primaria de llevar adelante gran parte del plan sistemático de la dictadura en diez provincias del país. Lo hizo a sangre fría, en nombre de la Constitución Nacional, la Iglesia Católica y las instituciones republicanas.

Hasta el final de sus días, el “Cachorro” –como lo bautizaron en el Ejército por haber nacido en una dinastía militar– defendió la “guerra contra la subversión marxista”. “Nosotros castigamos excesos, pero no tengo ninguna duda de que el hombre común no se sintió agredido por ninguno de nuestros procedimientos”, dijo en la célebre entrevista televisiva que en 1989 le hizó el periodista cordobés Mario Pereyra, cuando todavía gozaba la impunidad judicial.

Junto a su muerte se escabulle la verdad sobre el destino de los desaparecidos. El pedido de los familiares y las Abuelas de que brindara algún dato sobre dónde están los cuerpos. Menéndez nunca dijo una palabra. Tampoco el resto de los represores, fieles al pacto de sangre.

La última vez que alzó el micrófono para hablar ante el público fue el 22 de noviembre de 2017, en el juicio que todavía sigue su curso en Córdoba. “¿Antecedentes penales?” Nunca crucé un semáforo en rojo. Lo único que tengo en mi haber son estos juicios que son artificiales, inconstitucionales. He decidido no hablar más”, le dijo al juez Julián Falcucci.

“El dueño de la vida y la muerte”, así lo describieron testigos del juicio La Perla que sobrevivieron a la masacre del campo de concentración más grande del interior del país. Eso no lo convierte en un monstruo nacido en otra galaxia. Pero sí lo convierte en uno de los grandes brazos ejecutores del terrorismo de Estado en Argentina.

Murió en el Hospital Militar de Córdoba producto de un “shock cardiogénico”. Tenía neumonía y un tumor cancerígeno. Vivió los últimos años de su vida en un chalet de barrio Bajo Palermo, con el beneficio de la prisión domiciliaria por motivos de salud.

Su familia tuvo la posibilidad de despedir su cuerpo viejo y desgastado. Sus seres queridos podrán llevarle flores a la tumba donde descansen sus restos. Las familias de 30.000 personas desaparecidas no.