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Por Ariel Pennisi*

Un cadáver puede ser materia de verdad para la medicina y el poder judicial, pero la verdad en política es más compleja. Que los cadáveres hablan es un berretín de los fanáticos de series protagonizadas sobre peritos forenses. No es, precisamente el cadáver de Santiago Maldonado el que tiene que dar explicaciones, ni decir más de lo que ya dijo con sus gestos en vida. Son los acusados por un crimen de Estado los que nos deben, como mínimo, su palabra y su disponibilidad judicial: la Gendarmería, los funcionarios del Ministerio de Seguridad, comenzando por Patricia Bullrich e incluso el presidente de la nación.

La ficción mediática y la imaginería social inmediata actúan de manera larvaria en relación al prestigio inflamado del saber médico. ¿Se trata, entonces, de cuestionar las capacidades enunciativas de una autopsia sobrecustodiada? De ninguna manera. Lo que cuestionamos es la reducción de un complejo caso que toca sensibles fibras de nuestra vida colectiva y de nuestra historia reciente, a un terreno aséptico y despolitizado. Y lo que un determinado terreno deja crecer o no son preguntas fundamentales.

Las preguntas que se hace un perito excluyen las preguntas del investigador social, cuya vocación holística mancha en todas las direcciones, ganándose el temor de funcionarios de turno y fuerzas de seguridad por igual, no sin dejar al descubierto maquinarias de encubrimiento hechas a base de grandes tiradas, pantallas calientes y trolls virtuales.

Lo más doloroso es el modo en que esta madeja ingresa en la trituradora de un sentido común que pasa de la indolencia al goce de la comidilla fácil proporcionada por el programa de televisión favorito o la cloaca virtual. Impresionable a la hora de consumir teatros morales guionados por los nuevos teólogos de la “anticorrupción”, no se impresiona por un cuerpo en un río convertido en zanja sepulcral, una vida convertida en ejemplo mortuorio del gesto disciplinador del Estado empresario: Pablo Nocetti, el funcionario pro dictadura, dirigió la cacería desde las tierras arrebatadas al pueblo Mapuche Tehuelche, hoy en manos de Benetton.

Si pretendemos una mirada holística del modo de desaparición forzada y muerte de Santiago Maldonado no podemos ahorrarnos registros (histórico, político, económico, libidinal, etc.). Quienes acusan de “politizar” el caso y sacan a relucir la referencia técnica como único terreno de discusión juegan al encubrimiento.

El desplazamiento dramático consiste en hacer descansar en una convocatoria de peritos un hecho político, es decir, no peritable o, como mínimo, urgido de otras destrezas y miradas más atentas a la complejidad en juego. Se pretende totalizar la discusión con un todo que en realidad debería ser parte de otro todo, esta vez, no totalizante: el político social.

Se escucha en la calle: “Quiero estar tranquilo”. En una publicidad de campaña de Cambiemos una chica explicaba: “Voto a Cambiemos porque quiero estar tranquila”. ¿Estará la nueva peritocracia ofreciendo buena conciencia a bajo costo a los deseos imaginarios del buen vecino? El ejército de los tranquilos encuentra en la asepsia política del perito un nuevo aliado, otro saber prestigioso en el que descansar. En el lenguaje vecinal “estar tranquilo” significa creer por un momento lo más extenso posible que algún agente del orden se encarga de los conflictos… Aunque prefiere incluso pensar que no debería haber mayores conflictos si cada quien hiciera “lo que tiene que hacer” (como recita uno de los eslóganes del Pro en la Ciudad: “Haciendo lo que hay que hacer”). Por lo tanto, ubica a los involucrados en un conflicto como “conflictivos”, para abonar la teoría general del orden: no hay conflicto, sino conflictivos.

“¿Qué tenía que hacer el hippie ese ahí?” Un taxista se refirió a Santiago Maldonado con desprecio mientras cuestionaba la marcha por el tercer mes de su desaparición forzada seguida de muerte. “¿Para qué se manifiestan si ya está, ya lo encontraron?” Tomaba como información de primera mano los trascendidos que algunos medios hicieron circular en complicidad con el gobierno en torno a las causas de la muerte de Maldonado. Todo un flujo anímico se compone con sedimentos históricos macabros y con cierta ilusión despertada por un nuevo gobierno, organizando el afán normalizador de la hora.

El taxista prosigue: “cuando me quedé sin laburo no fui a cortar una calle”. Laburar y perder el laburo sin chistar, custodiar la ley y el orden como uno más, salvo excepciones, es decir, momentos en que la excepción lo toma todo y el buen vecino, el laburante honesto participa de un linchamiento, es decir, agrede gravemente o mata. Triste excepción para confirmar la regla. “A veces me dan ganas de pisarlos…”, dice sereno ante su tótem de tres luces. ¿Qué lo contiene?

 

* Ensayista, docente (Undav, Unpaz, Fuc), editor (Autonomía, Quadrata, Ignorantes).

** Este texto contó con la valiosa interlocución de Juan Manuel Sodo.