Por Juan Branz y José Garriga Zucalo.

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Se avecina diciembre y la memoria emotiva vincula el calor y las fiestas de fin de año a corridas, escopetazos, caballos y plazas humeantes. Pero sobre todo, imágenes de ciudadanos de sectores populares transpirados entrando a los supermercados para rescatar su parte del botín. Y por ello una vez más como todos los años nos preguntamos: ¿Se vienen el estallido? ¿Cuándo empiezan los saqueos? No tenemos una respuesta clara para estos interrogantes pero sí sabemos algunas cuestiones sobre los saqueos que podríamos enumerar para aclarar el panorama. De lo que estamos seguros, es que se inicia una serie de opiniones conspirativas, donde comienzan a emerger categorías como “saqueadores”, “saqueados”, “estallido”, “salvajismo”, “delincuentes”, “damnificados”, etc, que dan cuenta de la imposibilidad de explorar un poco más en profundidad este tipo de fenómenos.Iniciemos ese camino que busca comprender las lógicas sin justificar los saqueos.

El saqueador zombi no existe. Una idea recurrente para pensar los saqueos es interpretarlos como el resultado del accionar de “inescrupulosos punteros políticos” que movilizan a un “ejército de descerebrados”. Los motivos que activan a los saqueadores nunca pueden ser reducidos sólo a la determinaciónde las redes de relaciones en donde intercambian bienes simbólicos y materiales. Quienes saquean lo hacen imbuidos de múltiples razones. Entenderlos como sujetos privados de estas racionalidades y movilizados por intereses políticos foráneos es reducir a estos actores sociales a zombis.

Los mismos que interpretan a los saqueadores como zombis se sorprenden y se desgarran las vestiduras cuando el botín no responde a la lógica que ellos conciben como “natural”. Seamos claros, pensar que alguien que ingresa a saquear un supermercado va a ir a buscar una lata de atún, un paquete de fideos y un agua mineral sin gas, es pensar que las lógicas que motorizan estas acciones son irracionales. Nadie, en su sano juicio, entra un súper y se lleva algo que no tiene un valor importante en el mercado simbólico o material. El que entra se lleva un plasma para venderlo o si llegó más tarde un poco de carne para hacer un asado para los festejos navideños o unos whiskies para compartir con los amigos. Sólo un zombi se llevaría del súper un paquete de arroz y un poco de queso fresco.

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Los deseos que agita el consumismo son el combustible para el motor de los saqueos. El que entra en un súper para llevarse algo que no va a pagar está motivado, entre otras –muchas- cuestiones, por las promesas y deseos de consumo que son inalcanzables. Las publicidades en esta época del año ponen en escena una multitud de bienes –celulares, plasmas, champagne, zapatillas, etc-, muchos de ellos inaccesibles para la gran mayoría de los ciudadanos argentinos. Aquí encontramos una de las razones que motivan los saqueos en vísperas de las fiestas. En esta época del año aumenta exponencialmente la distancia entre lo posible y lo deseable. Distancia que legitima las reacciones ante las evidentes desigualdades.

Hace ya mucho tiempo E.P. Thompson nos enseñó que los motines que se realizaron hace mucho más tiempo en la Inglaterra premoderna, no respondían al hambre ni indicaban la animalidad de los revoltosos. Los motines de hambre no eran sólo por hambre. Las motivaciones se encontraban en la ruptura de los acuerdos morales que guiaban las relaciones entre dominantes y dominados. En nuestra sociedad, la exhibición obscena de los bienes inaccesibles en estos tiempos apura la ruptura, siempre momentánea, de los lazos que guían las relaciones en el resto del año. Deseo lo que no puedo, deseo lo que no puedo, deseo lo que no puedo… ¿puedo? Advertimos así, la neutralización –fugaz- de las coerciones que orientan las promesas de bienes inalcanzables por los caminos de la ley y el orden. Al calor de diciembre y de la lujuria del consumo imposible, esas coerciones pueden suspenderse. Pero aquí, una vez más tenemos que decir, que como no son zombis algunos suspenderán los valores que sostienen que está mal el saqueo y otros no.

Ya que estamos hablando de consumo, demos vuelta la taba, y pensemos, un segundo, en algunos de los argumentos que reprueban a los saqueadores. En nuestra sociedad-jerarquizada material y simbólicamente- usar y apropiarse de diferentes bienes esel mecanismo nodal de la lógica de la distinción. Soy lo que tengo y lo que tengo me diferencia. Para los sectores medios y altos se vuelve intolerable que otros se apropien de los bienes que ellos consideran legítimos en sus estrategias de diferenciación sin el esfuerzo meritocrático que está asociado al consumo. “Yo me rompo el culo trabajando y estos negros…”Aquí nos llama la atención qué poco importan los saqueados –el almacenero o el chino de la esquina-, y mucho importan los bienes obtenidos. Deberíamos abrir unos paréntesis y preguntarnos, los por qué de las justificaciones de los saqueos para con las grandes cadenas de supermercados y los rechazos de acciones similares con los pequeños comerciantes; dejamos este interrogante para otro momento. Volvamos. Los procesos de identificación con un objeto -tecnológico, alimentario, textil- modelan las formas de unirse a determinado grupo de personas y también las formas de la diferenciación.Más allá de la condena al saqueo aquí se desaprueba el acceso a bienes que no son “para ellos”. Por eso, lejos de la apología, es necesario observar cómo las pertenencias sociales operan en la impugnación de los saqueos.

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Estallido no es revolución. Otro error recurrente al pensar los estallidos es entenderlos como el germen de una incipiente revolución. Los saqueos son momentos de oportunidad. Significa tiempo, astucia, para imponerse en una escena adversa, de dominación y de acceso desigual a bienes materiales (con su añadidura simbólica). Los saqueos no hacen tambalear la estructura capitalista. Por lo contrario, la legitiman y la afirman. La relación, decíamos, entre deseo y consumo se expresa en la forma más directa que podamos apreciar, sin mediación de dinero: voy al supermercado y me llevo lo que puedo y lo que quiero. El deseo está modelado, fundamentalmente, por una industria cuya destreza es justamente, generar signos de distinción a cambio de la mayor rentabilidad posible. Pero además, el deseo está estructurado por biografías, por vidas vividas, muchas de ellas, por fuera de una lógica de intercambio más o menos democrático.

Penosamente los saqueos no se emparentan con la ruptura al modelo excluyentedel capitalismo. Ni busca, tampoco, una distribución más equitativa de los bienes en circulación. El saqueo es el fugaz acceso a lo digno y, también, la aceptación-resignación de que mañana todo será igual. Pero es un mensaje, en forma de pedrada, que señala la existencia de los excluidos que siempre el sistema oculta debajo de la alfombra.La potencialidad del saqueo se agiganta cuando aumenta la exclusión y la percepción de la desigualdad. Aquí radica el mensaje para los Estados en sus diferentes niveles: hay que incluir a los excluidos.