Siguiendo con el ciclo de diez cuentos policiales (el miércoles pasado lo inauguramos con Derecho de piso, de Osvaldo Aguirre), hoy compartimos Sesiones, un relato de la escritora argentina María Molteno. El texto se publicó en la antología In Fraganti, donde 20 narradores emergentes ficcionalizaron  crímenes nacionales emblemáticos. En este caso, Molteno escribe sobre el caso Liliana Tallarico, la bailarina apuñalada en La Plata en 1994. Valeria, la hija de Liliana, la única testigo del crimen, apareció inconsciente tirada en el jardín del edificio. Los testigos declararon que se había intentado descolgar por el balcón del octavo piso usando unas sábanas, pero ella no recordaba nada. Unos  años más tarde, el bloqueo amnésico empezó a ceder y en sesiones de psicoanálisis Valeria recordó quién era el asesino.

I

Una rayita sola significa nada. Dos, un embarazo. Yo le había dicho a Alejandro que teníamos que cuidarnos, y él no: mirá si por una vez va a pasar algo, si yo te amo no te voy a mentir, te digo que no pasa nada. La verdad es que lo habíamos hecho otras veces y no había pasado nada y por eso nos confiamos. Pero la que tendría que haber pensado era yo: en momentos como ese, el hombre es capaz de decir cualquier cosa. Cuando vi las dos rayitas llamé a Celeste y le pedí que antes de venir pasara por la farmacia a comprar otro test. Cuando me hice el segundo y las dos rayitas volvieron a aparecer, creí que me moría. No sabía si quería tenerlo, cómo podés saber que querés tener un hijo si todavía no te imaginás cómo es cuidarlo y hacerte cargo. Pero también sabía que no me lo podía sacar: eso era lo único que me quedaba claro. Después de tanta muerte, otra muerte sólo podía ser peor.

¿Me arrepentí de haberlo tenido? Algunas veces pensé que tendría que habérselo dado a una familia que lo adoptara, padres a los que no les importara quedarse un sábado a la noche cuidando a un bebé, porque la verdad es que yo soy chica y un hijo es una responsabilidad para toda la vida. Las chicas de mi edad no tienen hijos, y salen a bailar cuando quieren; pueden emborracharse, estar con cualquiera. A lo sumo puede haber alguien que diga de ellas: ésta toma, ésta es una atorranta. Pero viven como chicas normales, mientras yo, por más que quiera, nunca voy a ser una chica normal.

***

II

A la gente que me mira con lástima le contesto cualquier cosa, si alguien que no sabe ve la cicatriz y pregunta qué te pasó en la pierna o en el brazo, yo digo me caí con la moto, un accidente, y entonces miento sólo la mitad: me caí, es cierto, un accidente, también es verdad, pero cómo me caí nadie lo sabe bien, porque me encontraron los vecinos en la vereda del edificio.

Estaba tirada en el piso, inconsciente, y alrededor mío había sábanas atadas con nudos porque parece que usé las sábanas como sogas para bajarme del balcón del departamento. Dos días más tarde me desperté en una habitación de hospital llena de gente que me miraba. Creo que fue ahí cuando empezó eso de la compasión: todo el mundo pone siempre la misma cara, cara de pobrecita esta nena, se le murió la madre; pobrecita, tiene que venir a declarar; pobrecita, tiene que reconocer al asesino. Pobrecita, pobrecita, pobrecita.

Quiero que le quede bien claro: a la primera que usted me mire con cara de lástima, me levanto y me mando a mudar. Para siempre.

***

III

Con todos los psicólogos que tuve que soportar cuando era chica, después de  todas las veces que me citaron para hacerme preguntas, hacerme dibujar, hacerme tests, nunca más quise ver a uno, pero ahora ya no se trata sólo de mí. Está mi hijo de por medio, y hasta yo comencé a asustarme cuando, después de que lo trajimos, me quedé sin ganas de levantarme de la cama, de recibir visitas ni hablar con nadie y ni siquiera probar la comida.

Papá me traía a la cama un puré de zapallo y un bife de hígado y me decía negrita tenés que comer: así, con voz tranquila, suave, como si me tuviera paciencia; cuando yo era chica y ellos todavía estaban juntos él también le decía negrita a mamá, yo tengo el mismo color de pelo que ella pero mucho más largo, porque no me lo corto desde los once años.

Mi hijo también nació con el pelo negro y después de que lo limpiaron y me lo trajeron para que le diera de mamar las enfermeras me preguntaron si quería que se lo cortaran, pero yo dije que no, que estaba bien así: me dio miedo de que se lo volvieran a llevar y no me lo trajeran o de que me trajeran otro bebé que no era mío. Pero lo más raro es que a medida que pasaban los días era como si el nene dejara de importarme. Incluso hoy, a veces lo veo llorar y no lo soporto, me da miedo hacer una locura en cualquier momento, no voy a decir lastimarlo porque eso jamás, pero termino dejándolo que llore y grite hasta que tiene que venir mi abuela y llevárselo para darle la mamadera, calmarle el dolor de panza y cambiarle los pañales.

Mi abuela es vieja, tiene ideas de vieja y se cansa como una vieja: si estuviera mi mamá ella me ayudaría, y estoy segura de que estaría muy feliz de cuidar a su nieto. Y también me habría ayudado con todas las cosas que pasaron antes, el embarazo, el parto, el miedo que me daba todo, los primeros días que lo traje a casa.

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IV

El año pasado yo salía de la clase de inglés todos los martes a la misma hora. Alejandro siempre me pasaba a buscar, pero me acuerdo de que ese día había un examen y como yo fui una de las primeras en terminar, salí más temprano y tuve que esperarlo en la puerta. Casi enseguida salió Celeste y vino a preguntarme qué tema había elegido para la composición: cuando le dije un recuerdo de la infancia (no se me ocurría otra cosa) me puso esa cara que me da tanta bronca, que otra gente ponga esa cara ya no me importa tanto, pero que lo haga ella me molesta de verdad.

A todo esto, yo había visto que en el bar de enfrente un hombre me miraba. Me llamó la atención porque hacía calor y el tipo tenía puesto un gamulán o un abrigo grande, y no dejaba de mirarme: éste puede ser cualquiera, pensé, puede ser un degenerado, y no quería que Celeste se fuera y me dejara sola, así que le pregunté de qué había hecho ella la composición. Pero ella dijo que tenía que irse y yo estaba un poco enojada como para rogarle, y justo entonces el hombre, que parecía haber estado esperando el momento, salió del bar y esquivó unos autos para cruzar la calle antes de que cambiara el semáforo.

Cuando estuvo cerca lo reconocí. Me acordaba de él, pero no de que fuera tan viejo: además, se había sacado la barba y tenía el pelo corto. Me dijo soy Rubén, Romina, te acordás de mí. Yo le dije que no quería hablar con él pero él repetía necesito que hablemos y yo le dije asesino, andate de acá, pero insistió: vos estuviste ahí, sabés que no fui yo. Yo no sé nada, no me acuerdo de nada, le dije entonces y se quedó como helado: cómo no te acordás, cómo puede ser.

Por suerte en ese momento apareció Alejandro y yo ni lo dejé frenar, apenas bajó la velocidad de la moto me subí y le dije acelerá y nos fuimos.

Al alejarnos, escuché detrás a Rubén que gritaba: los peritos lo dijeron, la sangre no era la mía. Yo la quería a tu mamá.

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V

La primera vez que vi el expediente fue cuando Rubén estaba detenido. Lo vi en el escritorio de los abogados: me llevaron mis abuelos porque en ese momento se estaba decidiendo si me iban a tomar una nueva declaración. El expediente era larguísimo, miles y miles de hojas amarillentas atadas en una carpeta con un hilo como de barrilete, y ahí estaba todo, detalle por detalle, cada una de las cosas que habían declarado los testigos: hasta mi abuela y mi abuelo estaban registrados, hasta lo que dijeron los vecinos y los compañeros de trabajo de mamá.

Le pedí a mi abuela que me lo dejara ver y ella le preguntó a los abogados y así, durante todo tercer año del secundario, empecé a ir por las tardes al estudio a leer el expediente. La secretaria del estudio, que se llama Dorita, me decía que si seguía así me lo iba a aprender de memoria. Ahí encontré lo que Rubén había querido decir con lo de la sangre: la sangre de él es de un tipo distinto al que se encontró en la escena del crimen, por eso lo tuvieron sólo seis meses y después lo dejaron ir, y cuando a él lo soltaron fue cuando yo peor me puse, y todos creyeron que iba a volverme loca.

Aunque algo más de lo que dijo es cierto: Rubén la quería. A veces pienso que tendría que ir a verlo y preguntarle qué se acuerda: a lo mejor hay algo más que ella le pudo haber contado. Porque yo intento concentrarme, en todos estos años cada vez que puedo trato de acordarme porque yo estuve ahí, esa noche volvimos las dos con mamá del teatro y preparamos la cena las dos juntas y lo esperamos a Rubén para cenar, y cuando al final Rubén no vino, yo me fui al cuarto a dormir, pienso en todo eso y digo que tengo que acordarme de algo más. Si todo eso pasó en mi casa, si yo lo viví, quizás si busco lo suficiente en mi cabeza de alguna manera todo va a aparecer.

Y me tengo que acordar porque, si no fue él, si no fue Rubén, entonces hay otro y está suelto, y tengo que encontrar a ese hijo de puta y hacer lo que sea para que se pudra en la cárcel.

***

VI

Cómo no lo voy a querer a mi hijo, a mi hijo lo amo. Lo que pasa es que a veces siento que nunca voy a poder cuidarlo. Que soy una mala madre, que lo abandono.

No me puede decir como te abandonaron a vos, a mí no me abandonaron. Mi mamá se murió. Y no se quiso morir: a mi mamá la mataron.

Alejandro sí me abandonó, eso es verdad: se asustó cuando supo que yo estaba embarazada. Al principio él quería tenerlo, no me voy nada a Córdoba, fue lo primero que dijo. Él se había presentado al examen para entrar a la escuela de aviación, pero mi papá, ni bien se enteró del embarazo, dijo este hijo de puta que no se aparezca más por acá porque primero lo agarro a trompadas y después le pongo una denuncia. Los padres de Alejandro, además, querían que él estudiara, y él ya había aprobado el examen, y por eso lo mandaron a Córdoba lo más rápido que pudieron.

La verdad es que no sé bien dónde está, no tengo el teléfono y creo que si él alguna vez se animó a llamar, porque a mi papá siempre le tuvo miedo, él o mi abuela le deben haber cortado enseguida.

Lo que sí le pedí a mi abuela fue que le avisara a los padres cuando naciera el bebé, pero ellos ni vinieron, no sé si porque no quieren encontrarse con mi papá o por que no les importa su nieto. Creo que eso fue lo que me hizo sentir peor, que la familia y él desaparecieron del mapa. Cuando yo lloraba por eso, mi viejo, para consolarme, me decía: negrita, es mejor así, vos no te preocupes, nos tenemos a nosotros. Y decía también: te prometo que a mi nieto nunca le va a faltar nada.

Pero yo no sé. Si a mi hijo le falta el padre, toda la vida le va a faltar algo.

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VII

Para venir hasta acá yo siempre dejo al nene con mi abuela. Con mi papá no, porque a esta hora trabaja. Después de que mamá se separó, mi abuela y papá nunca se llevaron bien, pero en estos últimos años creo que aprendieron a soportarse un poco más por mí, y después por el bebé. Mi abuelo está más viejo, y se queda más en su casa, o se va a jugar a las cartas  en el círculo de jubilados de su barrio. Pero ayer no quise pedirle a mi abuela que me lo cuidara para no tener que explicarle qué iba a hacer, así que llamé a Celeste y ella vino enseguida.

Yo había visto los carteles que anuncian el estreno del espectáculo del ballet folklórico en unos días, y había visto el nombre de Rubén en letras grandes debajo de donde decía dirección artística, así que me imaginé que a esa hora él iba a estar con los ensayos en el teatro.

Y estaba. Dirigía a los bailarines desde el pasillo central del teatro, para tener una mejor visión: “la visión del público”, me acuerdo que decía siempre. A mí me encantaba ir al teatro a ver a mamá, a los demás también pero más a ella, y mucho más cuando llegaba el día de la función, con el vestuario completo, las pelucas, el maquillaje.

Entré a la sala y me quedé a un costado, esperé a que Rubén terminara de hablar y me puse en un lugar donde él pudiera verme para hacerle una seña. Rubén me vio y no dijo nada, se acercó y hasta entonces yo no me había dado cuenta pero supe que estaba nerviosa, muy nerviosa, y creo que él también, aunque enseguida me invitó a tomar un café en el bar que está ahí mismo en el teatro.

Vine para saber qué me tenías que decir la otra vez, le dije. Él me miró, al principio solamente me miraba, recién después de que trajeron los cafés empezó a hablar y a contarme de mi mamá, de cuando ella bailaba ahí en el teatro, de cómo era ella en el escenario, cómo interpretaba los movimientos que él le marcaba, porque mí mamá nació para bailar, ponía cualquier canción y bailaba, de cualquier estilo, y me hacía bailar también a mí, las dos sobre la alfombra del living de mi casa.

Rubén se debe haber dado cuenta de que yo quería escuchar sobre ella, y siguió diciendo cuánto te quería tu mamá, cómo le hubiese gustado verte así, hecha una mujer. Después me dijo que en el último tiempo ella le había confesado que estaba preocupada por mí, que yo tenía miedo de ir a todas partes, y es cierto que yo le pedía faltar a la colonia de vacaciones y no ir a la casa de papá a pasar el fin de semana, yo de eso me había olvidado pero es verdad.

Me hizo bien, ver a Rubén. Salí con la cabeza que me daba vueltas, medio mareada, pero fue como un alivio. Igual me tuve que ir rápido a casa porque había dejado al nene con Celeste y no quería que papá llegara del trabajo antes que yo, pero él no vino hasta tarde.

Creo que papá está saliendo con alguien y todavía no me lo quiere decir.

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VIII

No sé si se da cuenta de que con el bebé estoy mejor, más tranquila. De a poco me acerco más, tengo más ganas de estar con él, de ocuparme. Además él ya me sonríe, me reconoce y quiere que lo tenga en brazos todo el tiempo. Estoy empezando a entenderlo cada vez que llora: cuándo tiene hambre, cuándo es que le duele algo.

Pero con papá las cosas están peor, no sé si es porque después de verlo a Rubén yo empecé a pensar en otras cosas de las que antes no me acordaba.

Por ejemplo, me acordé de que la noche en que pasó todo yo quise cenar más temprano y mi mamá me dio de comer pero no cenó porque estaba esperando a Rubén. El que llegó a eso de las diez fue papá: quería llevarme por el fin de semana, y me acuerdo bien de que yo no quería, y mi mamá le dijo no voy a permitir que te la lleves y él me mandó a mi cuarto. Cerré con llave desde adentro, puse un cassette en el grabador, y subí el volumen de la música.  Más tarde papá vino a golpear la puerta y me llamaba, pero me metí en la cama, cerré los ojos y aunque él no pudiera verme me hice la dormida. ¿Sabe de qué más me acordé? Mientras estaba en la cama, tapada hasta las orejas, pensaba en el cuento de los tres chanchitos y en que por más que soplara mi papá no iba a poder derribar la puerta. Y tampoco iba a poder entrar, a menos que decidiera convertirse en pájaro, porque mi cuarto, el mismo en el que duermo ahora, es el único que no tiene balcón. Parece que entonces él se cansó y se fue, porque se escuchó un portazo, y mamá se acercó a la puerta para llamarme, yo destrabé la llave y salí para abrazarla. Entonces mamá me empezó a preguntar si había algo más que ella tuviera que saber y yo le dije que no; me acuerdo de que después quiso que comiera algo de postre, una fruta, algo. Pero yo tampoco podía comer: tenía el estómago lleno de piedras.

***

IX

La semana pasada, después de salir de acá, pasé por el teatro para ver otra vez a Rubén. Pareció alegrarse de verme. Me hizo esperarlo cinco minutos para ir de nuevo a tomar un café.

Ahí le conté bien lo de mi hijo, que parece que él no lo sabía, y también lo de Alejandro, y me aconsejó que lo volviera a intentar, que buscara a Alejandro para darle la oportunidad de conocer al nene, me dijo que él no había tenido hijos y ya era viejo para eso, pero era algo de lo que estaba arrepentido. Después volvimos a hablar de esa noche, de cuando la policía lo fue a buscar y del tiempo que pasó encerrado hasta que después de los análisis lo dejaron libre porque su sangre no coincidía con la que habían encontrado en la escena del crimen, que era toda del mismo tipo, de la que somos mi mamá y yo, y también mi papá.

Entonces empecé a pensar, me empezó a dar vueltas esto de papá. La voz que yo escuché más tarde la noche en que la mataron pudo haber sido tranquilamente la de él. Él pudo haber vuelto, los viernes siempre me iba a buscar, pero esta vez yo le había pedido a mamá quedarme con ella, íbamos a estar todo el fin de semana en el teatro con los ensayos porque el sábado siguiente era el estreno.

***

X

El otro día papá me empezó a preguntar de qué hablo con usted. Qué hablás tanto con la psicóloga esa, me dijo, quiere saber por qué ahora en lugar de uno vengo dos días a la semana. Yo le pregunté si él no me veía mejor, le dije que ahora puedo dormir sin tomar las pastillas, que ahora tengo ganas de estar con mi hijo, pero cuando le digo esas cosas él no me responde, desconfía mucho de los psicólogos, nunca le gustaron.

Debería reconocer que estoy distinta: si hasta pienso en cómo hacer cuando el nene sea más grande para volver a estudiar inglés, que siempre me gustó, y a lo mejor anotarme también a la facultad…

 

A veces papá me da miedo. Está más enojado, se encierra en su cuarto. Cuando me viene esa sensación, esa especie de sospecha, siento que empiezo a acercarme a algo, como si de a poco me acercara a una cortina de esas de tela liviana, de las que dejan pasar la luz pero hasta que no te acercás no te dejan ver, y recién cuando te parás muy cerca de la ventana podés distinguir lo que hay afuera.

***

XI

La semana pasada no pude venir porque me enfermé: estuve cinco días con fiebre, pero hoy me levanté porque no podía pasar otro día sin venir.

El martes quise llamarla por teléfono desde mi casa pero, cuando no me sentía mal y podía levantarme de la cama e ir hasta el teléfono, estaban mi abuela o papá por ahí ocupándose del nene, y no me daban un minuto a solas para hablar tranquila.

Quería hablarle porque estoy teniendo sueños de algunas cosas que yo creo que son recuerdos, que tienen que ver con lo que pasó. No sé, hace dos noches me fui a la cama (había tomado algo para que me bajara la fiebre) y estaba por dormirme cuando empecé a darme cuenta de que me acordaba de otras cosas. Por ejemplo, no sé si se lo había contado, cuando tenía once años yo dormía en la misma pieza que tengo ahora pero en otra cama, una más chica, y empecé a sentir que el cuarto no estaba como es ahora sino como antes: yo todavía dormía en la camita y me despertaban unos gritos, salía al pasillo y, como nunca, la puerta del cuarto de mamá estaba cerrada con llave. En el sueño yo escuchaba que adentro había alguien más, me ponía a gritar para que me abrieran y en un momento alguien hacía girar la llave y le juro que no pude creer cuando el que abría la puerta era papá: agitado, el pelo revuelto, la camisa por afuera del pantalón, el pantalón desabrochado. Detrás, se escuchaba clarito la voz de mamá que lloraba. No se imagina cómo me sentí. Cuando al fin podía verla, ella tenía el vestido arrugado alrededor de la cintura y tenía sangre en todas partes, en el cuerpo, en la cara, en las piernas. Entonces yo también empezaba a gritar, a llorar desesperada, pero papá hacía señas para que no me acercara, con una mano estirada me amenazaba con un cuchillo tramontina de los que estaban en mi casa, que estaba todo sucio de sangre. Después papá se acercaba a la cama y agarraba a mamá por el pelo, como si fuera una muñeca, y ella ya ni podía hablar, no sé si porque había perdido tanta sangre, pero yo veía tan clarito los ojos de ella, negros, que me miraban fijo, y ella, pobrecita, que lloraba. En ese momento, en lo único en que yo podía pensar era en escaparme, pero las piernas no me respondían. Estoy segura de que mamá quería decirme algo: corré, Romina, corré, seguro que quería decirme eso, pero por más que lo intentara yo no podía moverme. Creo –era un sueño- que en ese momento yo estaba llorando a los gritos, porque papá intentaba acercarse para hacerme callar y tenía las manos ocupadas: en una sostenía el tramontina y en la otra el mechón de pelo de mi mamá.

Un mechón de pelo negro.

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X

Antes de ayer, después de salir de acá, después de que vino la ambulancia y el médico dijo que me podía ir, llamé por teléfono a Celeste. Le conté que me había desmayado acá en el consultorio y le dije que se venía una época difícil, que después le explicaba mejor pero que iba a necesitar toda la ayuda de ella, y Celeste me dijo que iba a estar para lo que yo necesitara.

Cuando llegué a casa, encontré a papá barnizando la cunita nueva del bebé, porque ahora que el bebé está más grande el moisés va a empezar a quedarle chico, y me dio tanto asco ver a papá ahí en el balcón, sentado en el piso arriba de unos diarios, no sé si fue el olor al barniz o el olor de él o todo junto, que creí que iba a descomponerme otra vez. Igual lo fui a saludar como siempre, como si nada, él ni siquiera dijo que me veía pálida aunque yo estaba blanca como un fantasma, y después fui a preparar todo para bañar al nene y acostarlo a dormir.

Esa noche no pegué un ojo, cerré con llave la puerta de mi habitación y me quedé mirando al bebé que dormía tan tranquilo, porque si trataba de cerrar los ojos por un segundo volvían todas esas imágenes, todo lo que no me había podido acordar por tanto tiempo y ahora no puedo dejar de verlo una y otra vez, sin parar, como una pesadilla, a menos que me quede con los ojos abiertos y piense en mi hijo, en que estoy haciendo todo esto por él.

Ayer a la mañana, apenas mi papá se fue a trabajar, Celeste vino y me ayudó a llevar en un remís al bebé y a todas nuestras cosas a lo de mi abuela. Yo le había avisado a mi papá y a ella que me iba a ir para allá unos días. La abuela sospechaba que pasaba algo, pero yo no le quería contar todo de entrada porque no quería que se alterase y además porque mi abuelo no está bien de salud, pero hace un rato ella me encontró llorando en el cuarto, y ahí no me quedó más remedio que decirle todo.

Pobre, mi abuela. Creí que le iba a dar un ataque al corazón, pero en cambio me dijo, mi hijita yo ya resistí tantas cosas, que una más no me va a matar, al menos hasta que podamos ver a este hombre en la cárcel.

Esta misma tarde llamamos otra vez al estudio de abogados, y mañana tenemos una reunión para ver cómo seguir. El abogado dijo además que hoy sin falta va a comunicarse con usted.

***

XI

Le quería contar que ayer, mientras mi abuela había salido un minuto a lo de la vecina para mostrarle el nene, me animé y llamé a la casa de Alejandro. La primera vez me atendió la madre y corté, porque yo no me atrevo todavía a hablar con ella y porque me da mucha bronca que esa gente no haya tenido interés en ver a su nieto. Pero la tercera vez que llamé me decidí y pedí hablar con el hermano de Ale, con Lucas, dije “de parte de una amiga” y cuando Lucas me atendió le dije quién era y que quería conseguir el teléfono de Alejandro sólo para volver a entrar en contacto con él. El hermano estaba sorprendido, pero yo traté de hablarle bien, de hablarle tranquila, le dije mirá Lucas que no quiero pedirle nada ni pelear con él, sólo que sepa que si quiere puede conocer a su hijo, el bebé está tan grande, tan hermoso, le dije, si quiere lo va a poder conocer. Lucas me dijo está bien y me pidió que llamara hoy a la tarde, que es cuando la vieja parece que se va, y entonces hace un rato, antes de venir para acá, volví a llamar a Lucas y él ya había hablado con Alejandro, que lo autorizó a darme el teléfono de Córdoba, así que aquí lo tengo.

No sé cuándo lo voy a llamar, pero acá, en este papel, tengo el teléfono del padre de mi hijo.

 

María Molteno nació en Argentina. Publicó sus cuentos en diversas antologías como De puntín (Mondadori), In Fraganti (Mondadori), Historias breves (Ediciones Clásica y Moderna), Más y mejores cuentos (Libros del Rojas), entre otras. Participó de los talleres de cuentos de Guillermo Martínez en el Malba y en el de Diego Paszkowski en el Rojas.