Por Carla Xel-Ha*, desde Guadalajara – CR.-

“Punto ciego” escribo en el buscador, intento refrescar un recuerdo empolvado.  Acierto en el primer click, la enciclopedia dice: “zona del polo posterior del ojo, carece de células sensibles a la luz […] el punto ciego es suplido por la información visual que nos proporciona el otro”.

Me acuerdo con claridad que los libros de texto de la primaria sumaban a la explicación de este fenómeno una ilustración con pequeños conejos, colocados a cierta distancia uno del otro. El experimento consistía en cubrir un ojo con la mano y observar el conejo que se encontraba en la dirección del ojo cubierto, entonces el otro dibujito se iba difuminando poco a poco hasta dejar en blanco el espacio donde estaba.  Tendría alrededor de ocho años cuando lo vimos en clase, estaba impactada, lo repetía una y otra vez al llegar a casa, compartiendo el nuevo descubrimiento con los conocidos.

Este jueves el profesor no llegó a clase.  En el pizarrón había un punto ciego: no podía ver la fecha. Decualquier manera, hoy se parecía mucho al día de ayer, mucho también a mañana, pensé.  En la facultad un compañero se quejaba “he perdido dos reproductores de música este mes”. “Perderlo” es una manera de no decir: asalto, coraje, impotencia.  La plática se multiplica, cada quien habla de cuando iba caminando por la calzada, avenida,  calle, de la pistola, el cuchillo cebollero, la navaja, de una bolita de chavos tonchos, reproductores, carteras, tenis, bolsas “perdidas” .

De regreso a casa el camión pasó enseguida, iba lleno, sudoroso, sulfúrico.  No importaba, quería llegar pronto. El mes pasado asesinaron a tres choferes del transporte público, a estas alturas “no es tema de moda”, pero la pareja de al lado plática de eso “pues yo digo que está bien, ellos atropellaron a la niña pues que paguen ¡luego ni los encierran!” dice la joven que sostiene el bebé, tendrá cuando mucho diecisiete  años. El chico de veintitantos que la acompaña parece tener una opinión distinta.  Rozando los hombros de la multitud me dirijo a la salida, pido bajar. Tengo tiempo pero camino a prisa: “la mala costumbre”, ya saben.

El viernes me levanté temprano para estudiar un poco, comimos en familia. Mamá me acercó en auto al curso. Eran las tres de la tarde cuando avanzábamos por la avenida y recibí un mensaje al celular: “por favor vete con cuidado hay un camión incendiado por Av. México”. No sabía exactamente que estaba ocurriendo, cuadras atrás se escuchaban las sirenas y por el carril contrario pasaban camionetas federales a gran velocidad, pero el tráfico era el normal.  En cuanto encendimos la radio del coche llegué a mi destino y tuve que bajar.

Ya dentro del edificio estábamos todos compartiendo la poca información que teníamos: “ey” asintió nuestro compañero que trabaja para el diario Milenio “atraparon a varios de Cártel de Jalisco, pero la verdad es que no sé bien sobre lo de los autobuses incendiados, hace diez minutos pasé por ahí pero tampoco vi nada”.  Al ver que se habían incorporado más compañeros cesó la plática e inició la clase, de 4 a 7 perdimos el contacto con el exterior.

Un pedazo de noche nos recibía al salir del edificio.  No podía hacer llamadas con el celular, se habían colapsado las líneas. Estaba preocupada, oscurecía, cargaba la laptop del trabajo y no quería  irme caminando a esa hora. Esperaba a Samuel, su retraso me causaba un poco de nervios.  Decidí comprar una tarjeta de teléfono público para probar si funcionaba, así fue, llamé a casa.  Me pusieron al tanto: ya eran varios los autobuses incendiados, un tráiler.  Luego marqué otro número, Samuel venía en camino, a pie, le faltaban algunas cuadras, y por seguridad decidí entrar a una farmacia y esperarlo ahí.  Llegó y salimos. Hablamos sobre los bloqueos.  A pesar de todo nos paramos junto con otras doce personas a esperar nuestra ruta, transcurrieron veinte minutos pero no pasaba ninguna. Caminamos para adelantar el trayecto, en cada parada de autobús encontrábamos más gente.

Estaba muy cansada cuando llegué a casa. El boletín informativo terminaba: “en el municipio de Guadalajara tres autobuses incendiados en los cruces de Miguel Blanco y Camarena,  Isla Raza y Colón,  y el otro en Enrique Díaz de León y Avenida Maestros”. Apagué la radio y me quedé dormida.

Hoy sábado 10 de marzo me levanté, tomé el autobús destino Américas y La paz.  Menos rutas de lo habitual, el tráfico era como el de cualquier sábado. El Informador confirmó: 25 vehículos incendiados, 18 detenidos, 2 muertos.  En el curso, la mañana continuó como siempre, es decir, como antes del viernes. En el  pizarrón se escribió la fecha,  de cualquier manera hoy se parece un poco al día de ayer y se parece también al de mañana. Salimos a comer, platicamos de cosas de las que siempre se hablan sobre la mesa para que la comida resbale sin el sabor acerbo de la realidad. Alguien recomendó la película “Tiempos violentos”. No sé si quiero verla.

El tiempo es violento, la calle,  el mundo es una guerra de ruido.  Lo que pasa en este país es nuestro punto ciego,  “suplido por la información visual que nos proporciona el otro”, cubierto por la imagen de un conejito,  por la rutina, por el cansancio, por la indiferencia.

 

* Carla Xel-Ha es estudiante de Literatura. Poeta. Ha publicado sus textos en Replicante, Tierra adentro, Metrópolis, Punto de partida, Reverso.

Foto: Diario El Mundo, España.