true-storyEn una tarde de verano la pedagoga española Anabel Lorente se dispuso a bocetar en digital situaciones cotidianas de su propia vida que le hacen ruido. Y cuando hablamos de “ruido” nos referimos a relaciones asimétricas, discursos disonantes y actitudes machistas, o típicas de “machirulos”, como le gusta decir.

Luego fue cuestión de ilustrar, guionar, editar y compartir. Transformar esos primeros trazos indómitos en trama. Darle visibilidad al machismo que –implícita o explícitamente- percibe en su vida cotidiana.

True Story –este fue el título que eligió para su colección de videos que publica en Twitter e Instagram- se estrenó el 26 de agosto de 2018 con el episodio Cuando fui al médico. Y en poco tiempo Anabel pasó de tener 100 seguidores a más de 20.000 en Twitter . También tiene cuenta en Instagram y Youtube, pero sus videos funcionan mejor en la red social que hizo de la síntesis un formato.

“Creo que mis videos han tenido repercusión porque ponen en evidencia situaciones que silenciamos o pasamos desapercibidas como si realmente no nos afectaran, y cuando alguien externo las muestra algo dentro se despierta”, opina Anabel desde España.

El sexismo está tan naturalizado que a veces ni lo percibimos. Y está ahí flotando en la calle, en las oficinas, en la escuela, en la universidad, en la mesa familiar, en la literatura, en el arte, en la música, en los medios. Parafraseando a John Paul Young, sexism is in the air.

En Cuando quise ser modelo Anabel cuenta que quiso ser modelo y le pusieron tantos “peros” y exigencias –a los que cedió por completo- que terminó no solo transformando su apariencia en un pastiche que no la representaba en absoluto, sino cuestionando su propia autoestima.

Cuando fui al médico se centra en una visita a su ginecólogo. Anabel consulta por infecciones urinarias recurrentes y el doctor la declara “culpable” de su propio padecer (que si come poco, que si sale de noche, que si no se cuida… todas supuestas causas de su problema de salud). Como en Sex And The City cuando a Samantha le diagnostican cáncer de mamá y al indagar en las razones de su enfermedad, el profesional que la atiende le responde que probablemente su enfermedad se deba al hecho de que no tuvo hijos. O como las historias que aparecen en el ya descatalogado El mito de la inmaculada concepción de Jesús de Miguel (Anagrama), un compendio de la ideología de los ginecólogos y la imagen que tenían de la mujer en las décadas del sesenta y el setenta en España.   

En Cuando le dije que no a un colega rememora la situación (¿a quién no le pasó?) en la que un compañero de trabajo la invita a salir y al declinar la propuesta, él le tira una sarta de comentarios hirientes y machistas entre los que están “¿quién te has creido que eres?”, “¿qué pasa: que te crees que estás buena o algo?”, “no sé qué coño te has creído porque pareces un tío, no sé cómo puedes ir con tanto pelo en la barriga, pareces un hombre, que te depiles o algo, pava”.  

Y, por último, en Cuando pienso que una tía es una guarra habla de la falta de libertad que nos han inculcado (demasiadas reglas de buenos modales y cortesía nos metieron en la cabeza desde pequeñas) y la recurrente falta de sororidad que todavía persiste entre las mujeres y que se manifiesta en las críticas y cuestionamientos de una mujer a otra respecto de la forma en la que se viste, piensa, siente, opina, ama, en fin, va por la vida.

Elige tu propio final

A la licencia poética Anabel se la reserva para el desenlace de cada historia. Es ahí donde entra en juego su imaginación. O, más bien, el deseo reprimido. En uno de los videos el pelo de su barriga cobra vida hasta cortarle la respiración al “machirulo” de turno y en otro la copa menstrual se transforma en un arma de enchastre masivo en el consultorio ginecológico.     

“Los finales de mis historias en realidad fueron más dramáticos, en la del médico salí de la consulta y me eché a llorar porque estaba realmente preocupada por mi salud, en la de la modelo desarrollé nuevos complejos sobre mi físico que no tenía y en la del chico de la fiesta, simplemente me quedé callada avergonzada deseando esconderme en mi cama durante meses. Me va genial expresar lo que viví pero los videos jamás curarán la herida que se ha ido creando después de años de presiones, maltrato psicológico y miedo”, confiesa.

Desde que comenzó a publicar sus videos miles de mujeres aplauden su iniciativa. En cuanto a ellos, están los que la apoyan –los menos– y los que la insultan (“se les despierta una rabia interna que vomitan en comentarios faltones”, cuenta). Pero Anabel no se achica: como las argentinas con el pañuelo verde, ella permanece firme y denuncia el maltrato simbólico que sufrimos las mujeres. Ese que no se ve pero se siente.