Este es el relato de Pau Fernández, una chica que salía de su clase de inglés, que fue interceptada por un auto negro y vio peligrar su vida. Una chica que pidió ayuda a la policía y se quedó con mucho más miedo cuando no la ayudaron y le restaron importancia a lo que le había pasado. En su relato plantea por qué hay que denunciar siempre.

“Ayer, a la noche, cerca de las 22.15, luego de nuestra clase de inglés salimos con Mina Martín caminando hacia 5 esquinas, en Hurlingham. Ella con su bici. En lugar de ir por (la calle) Mascagni decidimos ir por Debussy por “seguridad”. Caminamos por Schuman para doblar en Debussy. Antes de llegar a la esquina un auto negro con vidrios polarizados dobló abruptamente hacia nosotras. Nuestras alarmas internas se encendieron. Era algo extraño. El auto frenó y al instante dos “hombres” se bajaron y nos empezaron a decir algo tal cómo “Eh… quédense tranquilas”. Las dos nos miramos y entendimos que teníamos que correr por nuestras vidas. Empezamos a correr y los tipos nos siguieron unos metros. Sacamos fuerza y velocidad de no sé de dónde. Dentro del pánico y del terror pude marcar al 911 y le pasé el celular a Romi porque yo no podía hablar. Miro hacia atrás y no los veo. Peor. Nunca dejamos de correr, pensando “Nos llevan, nos llevan”.

Escalofriante ver pasar tu vida en 30 segundos. Esas fueron tres de las más interminables cuadras de nuestras vidas. Seguíamos corriendo pero teníamos miedo de que se hayan subido al auto y nos aparezcan por el frente. Romi se comunicó con el 911 y le dijeron que iban a mandar un patrullero y a los metros, llegando a Vergara, nos encontramos con el patrullero. Sin poder hablar ni respirar, angustiadas y muertas de miedo, le explicamos cómo podíamos lo que pasó. Había leve sonrisa en la cara del policía, como si fuera una pavada, algo sin importancia. Nos dijeron vamos a dar una vuelta pero no podemos hacer nada más y los dos oficiales se fueron. Nos dejaron solas, abandonadas en 5 esquinas. Miedo, indignación y asco. En esas 5 esquinas nos abrazamos. Estábamos vivas. Estábamos juntas. Nadie nos ayudó. Ni la mujer que iba en un auto y nos pasó por al lado. Ni un pibe que iba en bicicleta y le gritamos. Ni la policía se quedó a cuidarnos. Estamos tan mal que si algún pide auxilio dudamos de que sea real y no una estafa y ante la duda hacemos qué no vimos nada. Terriblemente entendible. Excepto para la policía. Una vergüenza. Después de “tranquilizarnos” entre nosotras, me tomé un colectivo hacia mi casa en Morón y Romi se fue en su bici por Vergara. Y ella vió en el camino un auto, un auto que sintió que era ese fatídico auto. Y con sus fuerzas pedaleó para acercarse y poder ver la patente. Misteriosamente el auto acelero cuando ella se acercó y se perdió en la oscuridad.

Finalmente, cada una llegó a su casa, rotas por dentro. Es indescriptible la sensación de cerrar los ojos y recordar cientos de nombres de chicas que no pudieron correr, de pensar todo lo que hubiera pasado si nos agarraban, de pensar que en 30 segundos tu vida iba a dejar de ser tuya para convertirse en un número de estadística y en un titular.

Hicimos la denuncia del hecho y de la actitud de la policía. Aunque pensemos que no sirve de nada, hay que denunciar, siempre hay que denunciar, no tenemos que quedarnos calladas, tenemos que dar a conocer todos los que nos pasa para cuidarnos entre nosotras. ¿Por qué sino qué no queda?”.

 

Foto: María von Zelko