Marilyn Méndez. La Prensa.-

Los vecinos lo vieron por última vez con vida alrededor de la 1:30 de la tarde. La mañana del 19 de noviembre de 1992,  Lawrence Goodine se despidió de su esposa Margaret Bennett y de sus hijas Karen y Jessica, quienes salieron al trabajo y a la escuela como era su rutina.

Esa misma tarde, Jessica, de apenas 10 años, regresó a la casa. Una vecina la vio salir en un Cadillac negro suponiendo que era el de su padre,  sin saber que el hondureño Seburt Connor había comprado meses antes un auto idéntico.

Lawrence y Jessica desaparecieron. De inmediato, Margaret avisó a la Policía y culpó de la desaparición de su esposo e hija a Connor, su examante de años atrás. La Policía llegó donde Connor y le preguntó por los desaparecidos. Él  aseguró que no los había visto.

La relación extramarital de Connor y Margaret había empezado en la década de los 70. Tiempo después, Margaret se casó con Lawrence Goodine y tuvieron dos hijas: Karen y Jessica. El ir y venir en el amorío de Connor y Margaret continuó por varios años. Cuando Margaret decidió terminar, Seburt comenzó a hostigarla, se explica con amplitud en el reporte policial.

“En una ocasión Seburt, originario de Roatán, Islas de la Bahía, pasó disparando por el vecindario de Margaret. La asediaba, amenazaba y hasta se produjeron varios robos en la casa de la mujer. En 1992 Margaret consiguió una orden judicial para que Connor no se le acercara”.

Pese a que Margaret volvió con Goodine, tras un periodo de ruptura en el que se involucró de nuevo con Seburt, el acoso no se detuvo. “Connor compró un auto Cadillac negro idéntico al que tenía el esposo de Margaret. Varias veces fue visto conduciéndolo lentamente por el vecindario”, informó en su momento la Policía.

La visita

Los controles de seguridad en el corredor de la muerte en Florida son diferentes a los de Texas.  En Union Correctional Institution no existen los cristales ni las comunicaciones a través de un teléfono. La plática con los condenados es frente a frente. Sin embargo, las fotografías y dispositivos de grabación son terminantemente prohibidos. Las revisiones son estrictas y apenas se puede ingresar un lápiz y una libreta.

“Agradezco tanto la visita de LA PRENSA. Estoy aquí en esta prisión, condenado a pena de muerte. Tengo 13 años de estar aquí y desde hace 20 fui condenado. Algunas veces me han golpeado, me han maltratado, aquí hay mucho racismo. Aunque ya me he adaptado y ya conozco a los guardias”, dijo de entrada.

Hace cuatro años el Consulado de Honduras en Miami supo de la condena a muerte de Seburt Nelson Connor, de quien no habían recibido notificación de su detención. Desde entonces lo ha acompañado en el proceso. En el momento en que denunció el maltrato, la abogada Tania Quezada, del Consulado, le preguntó si quería ser trasladado de prisión. Seburt se negó.

El doble asesinato del que fue hallado culpable tiene al isleño en el corredor de la muerte, en donde ha dejado toda una vida llena de sueños y proyectos que pensaba construir al regresar a Roatán.

Connor dice no haber perdido la esperanza y aunque habla pausado y hasta casi tartamudeando, juró que regresará a Roatán. “Me visitan mis hijos que están aquí en Florida. Mi vida completa la desarrollé aquí. Trabajé en el puerto de Miami y tenía un negocio que traía y llevaba mercadería a Honduras. Tenía un pequeño hotel en Roatán de 24 habitaciones”, contó Seburt.

Nació en Roatán el 5 de junio de 1942.  Casi 40 años después se embarcó como marino y llegó al puerto de Tampa. “Cuando me sucedió esa tragedia yo tenía mucho apogeo económico.

Estaba muy bien, lo único que quería era retirarme e irme para Roatán. Creo que no había evidencias en mi caso. Soy inocente. Voy a salir de aquí porque no he cometido ningún crimen, volveré a Roatán”, aseguró Seburt, quien espera en los próximos meses el desenlace de su proceso de apelación.

La temible inyección letal

Como Seburt hay más de 3,000 reos esperando la ejecución en el corredor de la muerte. En Florida, donde él está recluido, la inyección letal que está compuesta por pentotal de sodio, bromuro y cloruro de potasio, se sigue suministrando.

El compuesto deja a los condenados inconscientes e inmóviles. De inmediato se les paraliza el corazón y pierden el conocimiento. En otros estados la letal fórmula lleva tiopental sódico, bromuro de pancuronio y cloruro de potasio, que ocasiona pérdida del conocimiento, paralisis del diafragma e imposibilidad de respirar, antes del paro cardiaco.

Desde julio de 2012, la fórmula en Texas se lleva a cabo mediante una sola dosis de Pentobarbitol. Este químico es de acción corta, dilata la pupila, desaparecen los reflejos, el cuerpo se enfría, la respiración se detiene y llega la muerte cerebral, antes del cese de la actividad cardíaca.

Un estudio de la Universidad de Miami reveló que los ejecutados por inyección letal sufren una muerte lenta y dolorosa en algunos casos. “El reo no está siempre anestesiado durante todo el proceso, la parada cardiorespiratoria no siempre se produce y la muerte en esos casos es por asfixia”.

Los científicos mencionan que el reo sentiría dolor y sería consciente de su fallecimiento. “Algunas veces han tenido que utilizar más de una dosis para ejecutar a un condenado. El tiopental no consigue anestesiar al reo y el cloruro de potasio no causa un paro cardiaco fulminante, la muerte sería por asfixia. La inyección letal considerada como el más humano método de ejecución en comparación con la silla eléctrica o la cámara de gas, es cuestionable”.

En 2006, fue ejecutado en Florida con doble inyección letal el puertorriqueño Ángel Nieves. La primera dosis no le hizo efecto. Tras ese hecho, 11 estados estadounidenses suspendieron temporalmente las ejecuciones. La agonía de Nieves duró 34 minutos cuando se le proporcionó la primera dosis, razón por la cual los funcionarios estatales le suministraron una segunda dosis.

También está el caso del estadounidense Romell Broom, quien sobrevivió a la ejecución porque no le encontraron la vena. Broom sigue en el corredor de la muerte sin fecha de ejecución. Sólo dos hondureños han sido ejecutados  en Estados Unidos, José Villafuerte  y Heliberto Chi. La ejecución del primero duró tres minutos y la de Chi, nueve. 15 minutos pasaron para que fueran declarados oficialmente muertos.

Seburt Connor y los otros cinco hondureños condenados a muerte en Estados Unidos siguen aferrándose a esperanzas ilusorias para no entrar en el ‘death match’ o partido de la muerte, que son los tres meses antes al día en el que morirán por los efectos de la inyección letal.

La familia de Seburt

Mientras el hondureño continúa apelando para salir del corredor de la muerte ruega al personal consular que le lleven a sus hijos. “Tráiganmelos, quiero verlos. No sé por qué no los dejan que vengan a verme. Cuando fui condenado me sentí muy mal porque soy inocente, no había pruebas. No estoy resignado porque sé que voy a salir de aquí, tengo fe porque no cometí ningún crimen. Al salir me regresaré a las Islas”, dijo esperanzado.

Uno de los hijos de Seburt trabaja en el puerto de Miami como antes lo hizo su padre. Otra hija es enfermera y uno más vive en Roatán. Tras hablar de su familia insiste en que es inocente y que la Policía lo incriminó.

“De joven soñaba con venir a Estados Unidos a trabajar, ahorrar y regresarme. Estoy muy arrepentido de haberme venido. Quiero que mi familia sepa que los quiero mucho, que los extraño. Extraño la comida de mi país, la langosta, el pescado, el caracol. No le tengo miedo a la muerte porque sé que voy a regresar a Roatán, soy inocente”, agregó en tono pausado.
Connor aseguró que disfrutó mucho de la vida y que pensaba comprarse un edificio. “Con esa renta me iba a retirar a Roatán, ya tenía dos casas y en Miami me iba muy bien”, dijo a LA PRENSA.

El crimen y la condena

Los planes que recuerda Connor se vieron truncados en febrero de 1998. Ese día fue encontrado culpable de asesinar a Lawrence y a Jessica Goodine en Miami. Por el crimen de la niña recibió cadena perpetua y por el de su padre pena de muerte. Las apelaciones aún continúan.

Según el reporte policial, Seburt Connor contaba con amplios reportes de violencia doméstica. Margaret lo acusó varias veces, hasta el punto de mandar al hondureño a terapia decretada por el Estado.

Los vecinos denunciaban constantemente la presencia de Seburt en el vecindario, pese a las restricciones de no acercarse a la familia Goodine, según la ficha policial. El desenlace de esta historia de persecución y acoso fue funesto. En la misma tarde de las desapariciones, el 19 de noviembre de 1992, el cuerpo de Goodine fue encontrado en una zona boscosa cerca del aeropuerto de Fort Lauderdale, en Florida.

“El cuerpo tenía cinco golpes severos en la cabeza. En la casa de Margaret había sangre en la alfombra y una silla estaba rota”, según los detectives. Goodine fue asesinado a golpes con la pata de la silla.

Dos días después los policías regresaron a la casa de Seburt Connor para interrogarlo. El hondureño les pidió 15 minutos para cambiarse de ropa. Según los detectives, en ningún momento le mencionaron que estaba detenido, pero le preguntaron si podía acompañarlos a la estación policial. Seburt accedió.

De la misma manera le pidieron si podían revisar su Cadillac negro y la cabaña detrás de su casa. Connor también accedió. Los detectives encontraron manchas de sangre en la parte trasera y en el maletero del auto.

El isleño fue trasladado a la estación policial y accedió a todo lo que los detectives le solicitaban. El interrogatorio se llevó a cabo hasta altas horas de la madrugada. De repente, los detectives notaron que Connor tenía sangre en los calcetines y los zapatos.

“Las pruebas de ADN revelaron que la sangre en sus calcetines y los zapatos era de Lawrence Goodine”, según el informe policial. El hondureño fue detenido. Enseguida la cabaña de Connor fue registrada y allí fue descubierto el cuerpo de Jessica Goodine, envuelto en un edredón entre la cama y la pared.

La causa de muerte fue estrangulación manual, el 20 de noviembre en horas de la noche. La sangre encontrada en el coche de Connor  pertenecía a Goodine.

Un año sin ver a sus hijos

El hondureño tiene otra versión de los hechos  que lo tienen condenado a muerte. “Los policías llegaron a mi oficina, revisaron todo y no encontraron ningún cadáver. Regresaron a revisar y sí encontraron dos víctimas. La Policía puso la evidencia en mi carro y en mi oficina, para culparme”, manifestó Connor a LA PRENSA en el momento en que se le preguntó por el crimen.

La vida en el corredor de la muerte ha cambiado en el último año para Seburt. Hace un año no le permiten que sus hijos lleguen a visitarlo. “La prisión no los deja entrar. Las cosas han cambiado. Es muy difícil esto que me ha tocado. Aquí no comemos bien, ni frutas. La última vez que probé una fruta fue hace tres años y fue sandía”, lamentó.

Agregó que comen mucha carne de soya, nada de azúcar, arroz, frijoles, pan y papa.  “Eso es lo que comemos. Muy pocas veces nos dan vegetales”. De nuevo recordó lo mucho que extraña la comida de Honduras.

Tampoco recibe cartas y puso la queja al Consulado, ya que este es un derecho de todos los prisioneros, incluyendo los condenados a muerte. “Creo que me están decomisando las cartas.
Mi abogado me lo cambiaron hace poco, considero que no está haciendo nada, quiero que me lo cambien. Nunca me dijeron que debía de notificar al Consulado que estaba detenido”, informó cuando el personal consular le preguntó sobre la relación con su abogado y el proceso de  apelación que lleva a cabo.

El aislamiento de Connor es similar al de otros condenados a muerte en Estados Unidos. “Estoy solo en una celda y salgo dos veces a la semana a tomar el sol. Leo y escribo mucho, no hay nada más que hacer.

Así se pasa la vida en prisión. Estamos apelando y esperamos la respuesta de la Corte, tengo esperanzas de salir porque soy inocente. Las pruebas que me incriminaron las pusieron ahí, porque la primera vez que fueron no había nada”, dijo.

A raíz del aislamiento, Connor tampoco sabía que otro hondureño está condenado a muerte en la misma cárcel, la Union Correctional Institution. Se trata de Clemente Javier Aguirre. “Aquí no nos vemos unos con otros, me alegra saber que hay otro hondureño, pero es imposible que pueda hablar con él. Nunca lo he visto y agradezco que me lo hayan dicho”, confesó un poco emocionado.

Los funcionarios consulares le prometen hablar con el abogado y buscar que su familia lo pueda visitar de nuevo, al final de la visita de 45 minutos. “Les agradezco que se ocupen de mi caso, me interesa mucho que me ayuden para que mi familia pueda volver a visitarme.

No sé qué es lo que está pasando, pero antes venían con facilidad a verme y ahora hay trabas”, agregó Connor.

Antes de despedirse insiste en que la Policía puso los cadáveres de las víctimas en su cabaña y en su carro las otras pruebas que lo llevaron al callejón sin salida en que se encuentra. Sobre su expareja prefirió no hablar y ocupó el final de la conversación en enviarle saludos a su familia en Miami y Roatán.

Connor tiene que irse. En su semblante cansado se reflejan los 13 años que lleva atrapado en el corredor de la muerte. “Leo la Biblia todos los días, juro que soy inocente”, dice justo antes de regresar a su encierro.