Villa 20 II

Cosecha Roja sigue la pista de la muerte de dos adolescentes en Villa 20, Lugano. Las versiones de la policía y los vecinos se contraponen. La policía asegura que fue un tiroteo y que los pibes dispararon. El dueño del auto robado dice que los puede reconocer ante la jueza. Los vecinos dicen que fue un anzuelo, que los pibes estaban desarmados y que fueron fusilados. La Procuraduría contra la Violencia Institucional investiga. “Puede ser una ejecución extralegal”, dijo el fiscal Abel Córdoba.

Julia Muriel Dominzain.-

El 7 de agosto la policía disparó a cuatro jóvenes que iban en un auto. Dos murieron, uno quedó con una bala cerca del pulmón y otro está preso. El parte de la policía dice que habían robado el auto, que los persiguieron, que los jóvenes dispararon. El que denunció el robo primero dijo que no los podía ni describir y luego que sí: habrá una rueda de reconocimiento el lunes que viene en el Juzgado de Menores Nº2. Lo que investiga la Justicia es el robo y no los asesinatos. Por eso la Procuraduría de Violencia Institucional comenzó una investigación preliminar y pedirá que se abra una causa. “Hay elementos para pensar que es un caso más de ejecución extralegal de las fuerzas policiales”, dijo a Cosecha Roja Abel Córdoba, titular de Procuvin.Los vecinos, amigos y familiares dicen que pudo ser un anzuelo, y que los pibes estaban desarmados y fueron fusilados.

Los indicadores a los que se refiere Córdoba tienen que ver con el accionar de la policía después de la balacera: no se detuvo preventivamente a los agentes que dispararon, no se preservó la escena del crimen, no se recogieron todas las pruebas, no apartaron a la fuerza de la investigación, no recogieron testigos y obstruyeron la atención de salud de los heridos.

A 15 días de los asesinatos, el abogado del adolescente imputado pudo ver la causa que lleva la jueza Marta Halperín. A la familia de Brian -uno de los pibes muertos- la rechazaron como querellantes. Córdoba consideró que hay que abrir una nueva causa: “Acá hay otro objeto procesal que son dos muertos y un herido”, explicó. Ayer diez personas testimoniaron ante la Procuvin y hoy presentarán la denuncia en la justicia.

Reina, la mamá de Jonathan, esperó a los fiscales con galletitas anillitos rosa y mate. En su casa Córdoba tomó testimonio a los vecinos y recibió videos y pruebas. El contacto con la familia y las organizaciones del barrio se había hecho a través del programa de Acceso Comunitario a la Justicia (ATAJO). “Hay que estar en el lugar y detectar situaciones. Una persona declarando en una sede judicial está aislada de todo contexto. Si uno se acerca, confía un poco más”, dijo Córdoba.

La noche de la balacera decenas de vecinos salieron de sus casas para ver qué pasaba. Cuentan que los policías estaban de civil, que tiraron a matar, que los tiros iban en una sola dirección, que no hubo enfrentamiento, que uno de los oficiales sacó un arma plateada, que Jonathan quedó tirado solo en un pasillo, que a Brian lo dejaron desangrar adentro del auto y no permitieron que lo subieran a la ambulancia. Rosa -la hermana de Jonathan- y Omar -el papá de Brian- dedicaron el día a buscar testigos, visitar vecinos, caminar el barrio. Querían aprovechar que el fiscal estaba ahí. “¿Era tu hermano, Rosita? No sabía. Lo siento mucho”, le dijo una vecina cuando la vio pasar. “Yo salí como loca, con una ojota de cada color, a buscar a mi hijo de 15 que no sabía si estaba en el quilombo”, contó.  Más tarde, cuando Rosa vaya a buscarla para preguntarle si puede testificar, alguien abrirá la cortina y dirá que no está. “No es solo la impunidad de la policía, también es la del barrio, la gente tiene mucho miedo”, dijo Rosa a Cosecha Roja.

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A Jonathan le decían el encantador de niños porque todos lo seguían. Tenía 17, nueve hermanos y diez sobrinos. Cuando estaba castigado los pibes se quedaban en la puerta de la casa haciéndole el aguante. “¿Cuándo sale el Yoni?”, le insistían a Reina, su mamá. Días antes de morir le había pedido a la familia que lo internaran para dejar la droga. Hacía un año que había empezado a consumir más. Ese jueves Reina volvió a las tres de la tarde. Había estado averiguando dónde internarlo. Subió al cuarto de Jonathan y charlaron sentados en la cama. A la noche él salió a comprar pollo y nunca volvió. Horas después ella recibió un llamado: del otro lado del tubo, le decían que podía arrancar los trámites para el tratamiento. “Es tarde, mi hijo está bajo tierra”, les respondió.

A Brian nadie le decía Brian. “Por siempre Papu” dice la pintada que hicieron los amigos sobre la Avenida Cruz. Tenía 19 años, había venido de Cochabamba a los 3 y era ansioso, caprichoso y burlón. “Te aparecía de atrás y te pellizcaba la oreja”, contó a Cosecha Roja Omar, el papá. Cursaba en una nocturna y hacía boxeo: entrenó primero en el club Yupanqui y después en Chicago. Fue al primero que balearon pero el último en llegar al hospital. Los amigos denuncian que lo abandonaron. Los vecinos cuentan que la policía no dejó que lo subieran a la ambulancia. Quedó en el auto. Miraba y temblaba. Agonizó casi doce horas. Murió en el hospital y se desangró hasta el entierro. “En el cajón había sangre”, dijo Omar.

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Rosa contó que los cuatro pibes se subieron al auto en Chilavert y Laraya y que creen que había tres más que se tiraron del auto cuando empezaron los tiros. Hicieron una cuadra y los empezó a perseguir y disparar la policía. Eran las 9 de la noche. En el volante iba Matías, que hoy está preso en un pabellón de menores de Marcos Paz. Al lado iba Brian, que quedó en el auto hasta que la policía desarmó la escena y arrastró el auto hasta la Avenida Cruz. Atrás, Jonathan y un joven de 17 que quedó imputado por el robo -fue herido y tiene una bala cerca del pulmón que no pudieron operar-.

Iban por la calle Pola cuando decidieron parar.“Si se va a terminar algo, que se termine acá, en la villa”, dijo a Cosecha Roja el único sobreviviente. El adolescente intentó escapar pero le pegaron dos tiros que entraron y salieron por la pierna y uno que quedó adentro del cuerpo. Matías, el conductor, bajó y se tiró al piso. Omar, el padre de Brian que había salido para avisarle a su hijo que el pollo con tuco estaba listo, dice que vio cuando un policía le puso la pierna encima a Matías y le apuntó a Jonathan. Tenía las manos en alto, pero igual le disparó. “Mi hermano tenía en la cara las marcas de las balas que lo rozaron. Por eso trató de escaparse”, contó la hermana. Entonces Jonathan se dio vuelta y corrió. El policía siguió disparando. El tiro le dio en el omóplato. Jonathan atravesó la cuadra entera de la calle De Los Sueños y cayó, herido, en un pasillo. Pasó un rato largo entre que los familiares escucharon los tiros y lo encontraron. Un amigo lo subió a un remis y Reina se metió. En el viaje le pidieron a Jonathan que aguantara. “No, papi, por favor”, le suplicó la mamá mirándolo a los ojos. Jonathan murió en el viaje.

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“Yo le dije que no se subiera”, dijo a Cosecha Roja un amigo de Jonathan que también dio testimonio ante Córdoba. La Surán, según Rosa, estaba hacía dos días estacionada enfrente de la Escuela técnica Ingeniero Delpini, en Chilavert al 5400. Dicen que los pibes “salieron a dar una vuelta villera”. “Para mí ese coche era un señuelo”, dijo Rosa.

A las 2 de la mañana, aunque los canales de televisión hablaban de “dos malvivientes fallecidos”, Brian (Papu) resistía. Murió al día siguiente. Sus papás vinieron de Bolivia en 1992 y unos años después se separaron. Ella trabaja de costurera. Él fue albañil y ahora es soldador: entra al trabajo a las 8 de la mañana y sale cuando puede. A veces Papu, que vivía en la habitación de abajo, lo esperaba para comer. A veces no y le hacía un té cuando llegaba. Sea como fuere, había una pregunta de rutina: “¿Qué me trajiste, Pá?”. Omar siempre caía con algo: chocolates, papas fritas, cualquier cosa. “Me revisaba el bolso ni bien llegaba”, contó. El cuarto de Brian salía 600 pesos: tenía una cama, un LCD, una compu, un calentador eléctrico y un roperito. Todo eso lo empeñó para enterrar al hijo.

El día de la balacera Omar había vuelto de trabajar a las 8. Papu andaba en la esquina, tenía puestas unas zapatillas azules casi nuevas, un pantalón deportivo y una camperita con capucha de la que Omar no se va a olvidar nunca porque después la policía la usó para tapar la herida de bala.

Cuando terminó de cocinar la cena, el papá salió a buscarlo y se encontró con Matías apuntado por la policía pero no lo vio. Ahí fue cuando escuchó los tiros y empezó a ver que todo el mundo salía de las casas. En medio de la confusión alguien le dijo que su hijo era ese, el que estaba adentro del auto. Papu tenía la mirada perdida y la cabeza floja, tirada para un costado.

Vio que llegaba una ambulancia y se ilusionó. La policía, dijo, no permitió que lo subieran a su hijo y arrastró la Surán con él adentro. Los vecinos tiraban ladrillos, palos, cascotes y Omar fue a la Comisaría 52 a preguntar a dónde habían trasladado a su hijo. Allí no estaba, le dijeron.

Tampoco estaba en la salita de Lugano I y II. Volvió a la comisaría. Lo tenían ahí. Lo trasladaron al Santojanni para operarlo. A la mañana siguiente le avisaron que murió. Lo reconoció en la morgue judicial por un tatuaje en el brazo.