Vivir en la calle y que te juzguen por mala madre

A partir de la historia de M., Jorgelina Di Iorio, de Intercambios, plantea el interrogante de cómo maternar en una situación de vulnerabilidad extrema. “Muchas mujeres-madres recurrimos a otros adultxs para las tareas de cuidado o consumimos alcohol u otras drogas de manera recreativa. Pero hacerlo en nuestras casas nos aleja de la mirada punitiva”.

Vivir en la calle y que te juzguen por mala madre

Por Cosecha Roja
19/03/2021

Por Jorgelina Di Iorio *

La desaparición de M. el lunes por la madrugada, una niña de 7 años que vivía junto a su familia en situación de calle, movilizó a organizaciones sociales y a un conjunto de la población. Frente a su exigencia de aparición con vida, generaron que se pusiera en funcionamiento un operativo de búsqueda articulado entre fuerzas de seguridad provinciales y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Ayer amanecimos con la alegría de que la encontraron con vida y que ya está con su familia.

El tratamiento realizado por los medios de comunicación y por la población en general a través de las redes sociales, interpela y genera algunos interrogantes más allá y más acá de M.: ¿De qué modo se ejercen las maternidades o cuidados parentales cuando se vive en la calle?

Desde una mirada moralizante, se culpabiliza a una madre pobre que deja a una niña al cuidado de otrx adulto o que “se descuidó y la dejó sola”. En un segundo se pierde unx niñx en una playa y nadie lxs culpabiliza. Muchas somos las mujeres-madres que recurrimos a otros adultxs, no necesariamente convivientes o con vínculo de consanguinidad, para las tareas de cuidado reivindicando las prácticas de cuidado colectivo. Otras tantas consumimos alcohol u otras drogas de manera recreativa, incluso cultivamos, pero hacerlo dentro de nuestras casas reduce –y decimos reduce porque por ser mujeres ya somos estigmatizadas- el alcance de las miradas punitivas.

Sin desconocer los efectos subjetivos y colectivos de las desigualdades persistentes, reducir a la pobreza la explicación sobre la situación de violencia a la que estuvo expuesta M., no sólo profundiza la estigmatización, sino que invisibiliza que las violencias de género atraviesan las clases sociales y se dan mayoritariamente en el ámbito doméstico.

Este hecho repudiable, vuelve a poner en agenda otras de las múltiples formas de violencias de los contextos urbanos: vivir en situación de calle. Esto no es nuevo. Las organizaciones sociales y comunitarias vienen denunciando el aumento y exigiendo respuestas en términos de políticas públicas. En un relevamiento reciente realizado por Intercambios AC, se registró que durante la pandemia aumentó la violencia institucional, lo que incluye el no acceso a políticas públicas además de la violencia policial. Solo por poner un ejemplo, la mitad de quienes participaron no accedió al IFE (Ingreso Familiar de Emergencia) siendo una población con más de un requisito para calificar. A esta violencia institucional, sumemos el estigma, la discriminación y la violencia física por parte de “vecinxs”.

Desde hace años, en Intercambios AC venimos denunciando el modo en que las miradas y enfoques punitivos afectan de manera exponencial a las mujeres, lesbianas, trans, travestis y no binaries. Y a la vez, exigimos que las políticas públicas incorporen enfoques interseccionales que tengan en cuenta las realidades de los grupos que acompañamos, sin jerarquías de opresión. La lente de la interseccionalidad implica incorporar en los análisis y formas de comprensión de las experiencias de las mujeres, la superposición entre las identidades de género, clase, etnia, entre otras. Será la praxis interseccional la que promueva evitar que las niñas y mujeres en situación de calle, como M. y su madre, sean aún más vulnerabilizadas.

*Jorgelina Di Iorio es coordinadora del Área de Intervención y Capacitación de Intercambios AC. Lideró el relevamiento Situación de Calle, Consumos y Pandemia.