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Carolina Rojas.- The Clinic.-

Dilan Vera Parra, transexual de 26 años, murió tras ser apuñalado en el tórax en la comuna de La Pintana. Su madre dice que horas antes las mismas personas le rociaron bencina en el rostro e intentaron quemarlo. Ahora clama por justicia y asegura que la muerte de su hijo fue un crimen homofóbico. Aquí su historia.

El living de su casa fue el escenario improvisado, Dilan bailaba con los brazos extendidos y coreaba “Todos me miran” de Gloria Trevi, esa canción que habla de desengaño, revancha y una mujer con lentejuelas. Luego puso a Maciel, Palmenia Pizarro y Myriam Hernández. Todos bailaron y rieron y así pasaron la madrugada del 25 de diciembre: Elvira, la madre de Dilan, su hermano menor Edison (16) y un par de amigos de la familia.

Elvira (50) trabaja como asesora del hogar, tiene el pelo rubio cuidado, está sentada en el sillón de la sala con las manos entrecruzadas y recuerda que su hijo se había dedicado a preparar la cena de navidad, dejó un pollo al limón aliñado macerando desde el día anterior, ensaladas y heló unas cervezas. Días antes se había pasado armando el árbol de navidad, decorando con luces las paredes del living, detallista como lo era en todo. Elvira estaba Feliz.

-Este día, nada de salir a carretear con mis amigos, pasaremos la navidad juntos, mamita-, le dijo Dilan y cumplió.

Elvira esboza la única sonrisa durante la tarde al acordarse de esa noche y los detalles que hacían a Dilan un buen hijo (o hija), haciéndolas en ocasiones de padre de sus hermanos en medio de una infancia marcada por el abuso físico y verbal. Por él, ella tuvo el valor de separarse de Leo, padre de Edison, el menor de sus cuatro hijos. Maltrataba tanto al “hijo homosexual”, que la relación terminó por minarse. Un día la golpeó a ella, Dilan llamó a Carabineros y desde entonces se fue del hogar con sus hijos a otra casa en la misma comuna y los tres formaron una familia.
Es el año 2003, Dilan tiene catorce años, a su padrastro le tiembla la mano frente a él, quiere golpearlo.

-Mamá, soy homosexual y me voy de acá, porque así ya no puedo vivir- le dijo a Elvira.

A Elvira, en ese momento, se le cruzan los recuerdos y todo cobra sentido: Dilan no juega a la pelota, Dilan no encumbra volantín, a Dilan no le gustan los autos de juguete, al contrario, los desarma. La compañerita de curso que estaba enamorada de su hijo y que él siempre ignoró. Su sensibilidad, su apego a ella…

Ese mismo día su hijo hizo un bolso a la rápida y se fue unos meses a Rancagua a la casa de los parientes de una amiga. Elvira lo trajo de vuelta con un fuerte abrazo y la promesa de una vida tranquila.

Doce años después de esa escena, Elvira lo siguió protegiendo como lo hizo de su ex pareja violenta, de los gritos, de los profesores de la escuela nocturna del sector donde un inspector no le dirigía la palabra, de los vecinos de la población Pablo de Rokha que se reían de como Dilan caminaba o se peinaba.

También lo protegió en la calle. Dice que la noche que lo mataron –la madrugada del 29 de diciembre- partió mal desde la mañana en la feria, iban caminando con las bolsas con verduras y los ferianos le gritaban “¡mira la coliflor!” “está rica la coliflor” entre silbidos, gritos y risas. Ambos ya estaban acostumbrados y siguieron caminando indiferentes. Dilan se adelantó con zancadas apuradas, solía hacerlo, para que pensaran que andaba solo y no molestaran a Elvira. Hasta que un hombre mayor los enfrentó. “Mira el maricón como camina”. De nuevo las risas. Elvira se fue a negro.

-¿Qué te ha hecho mi hijo? ¿Qué te hicimos? Venimos tranquilos, ¿Te quita el aire mi hijo? – le gritó Elvira con un nudo en la garganta, mientras el anciano bajó la cabeza.

Ya era tarde, Dilan la miraba paralizado con las bolsas en la mano. Volvieron en silencio a la casa, no habló en todo el día, quedó sumido en el ostracismo en que quedaba cada vez que los provocaban.

Los hostigaron diariamente desde que la familia llegó hace cinco años al conjunto habitacional Alto Prado. Una mañana, camino al paradero para ir al instituto, Dilan fue golpeado con un trozo de zapallo. Todos rieron, el siguió caminando como siempre, como si nada.

Traje de sastre

En la pieza de Dilan aún está colgado su delantal de enfermero recién planchado, un peluche café se mantiene sobre el velador y la cajonera está decorada con stickers de todas las princesas de Disney. En otro mueble hay cajas rosadas apiladas, más peluches y rosas de goma eva que el mismo hacía.

Elvira abre una agenda blanca, ahí están los diseños de los vestidos de gala rojos y negros con los que siempre soñó Dilan, que cosía a la perfección.

Lee un mensaje que dice que vio hace un día, una especie de carta de despedida. “Te amo, mamá, siempre te amaré. Te adoro, tú eres todo. Ojalá el Edison viva en paz…” Elvira se quiebra por primera vez y hace un alto para llorar. Luego sigue ordenando los cajones con delicadeza y dobla un corpiño rojo, un vestido de malla lila y una escotada polera rosada.

-Esta es la ropa con la que se vestía cuando se arreglaba, la escondió porque iban a venir sus tíos de visita- dice y cierra la cajonera.

Tocan la puerta. Al living entran Pamela y María, dos vecinas que lo conocieron de niño, “las tías” que junto a Elvira forman una especie de aquelarre. Vuelven a revivir su historia en las canciones que interpretaba Dilan. Ponen un CD y comienza a sonar fuerte “Así no te amará jamás” de Amanda Miguel y, mientras reparten vasos de Coca- Cola, revisan antiguos álbumes de fotografías. Allí están las únicas mujeres que lo entendieron. En las imágenes aparece Dilan disfrazado de chilote a los diez años, recién nacido en los brazos de Elvira y abrazado a un peluche gigante y rosado, la foto más reciente antes de que fuera asesinado.

La aceptación social de Dilan, como mujer, se reduce a un perfil de Facebook con el seudónimo de Yeimi Andrea. Ahí organizaba sus salidas y también recibió propuestas sexuales por dinero, que le llegaban por montones. Allí también descargó sus penas de amor. “El que más lo hizo sufrir fue un hombre bien macho”, dice Paula, una mujer robusta, una de las tías-vecinas que más lo conoció.

En ese mismo Facebook, Dilan se alejó de la vida que creó para otros, que escondió como decía él “por respeto a su hermano y su madre”. Su verdadera identidad cobra vida en las fotos. Yeimi Andrea es extrovertida, sexy y aparece con un diminuto vestido de malla morado que deja entrever pedazos de piel blanca. El pelo crespo acomodado a un lado, las pestañas largas y la boca roja dan vida a Yeimi. Hay decenas de comentarios en cada post, todos son de hombres, que la piropean y se declaran, tiene más de dos mil seguidores.

Los asesinos de Dilan

Las zapatillas plomas se traslucían por la sábana celeste que cubría su cadáver. Cuando Elvira vio asomarse el cordón verde flúor supo inmediatamente que era Dilan. Retrocedió llorando. Eran las tres de la mañana del día lunes veintinueve de diciembre. Ella supo que no iba ser capaz de enfrentar sola ese momento y le pidió a un amigo que la acompañara en la sala. Cuando un enfermero le descubrió el rostro, miró la cara aún enrojecida de su hijo y una mancha que se extendía hasta el cuello. Pese a todo, dice, su semblante se veía apacible. Lo enterraron el primero de enero en el Cementerio Parroquial de San Bernardo. Durante el camino sus “tías de corazón”, volvieron entonar sus canciones preferidas de Gloria Trevi, Gilda y Palmenia Pizarro.
Desde la Fiscalía Sur, comentaron que Dilan murió de una herida en el tórax hecha con un objeto corto punzante y hoy están a la espera del resultado de la autopsia. “No podría afirmar ni descartar que se trate de un homicidio por razones homofóbicas, evidentemente es una consideración que hay que tener presente por la condición que él tenía”, señala Marcos Pastene, Jefe de Asesoría Jurídica de la entidad.

Santiago arde. Hay 36 grados y en la población Pablo de Rokha un hombre con un carro con verduras parece derretirse mientras un perro herido lame sus heridas. Un grupo de chicos reggeatoneros se reúne en una esquina y algún auto enchulado pasa cada tanto, con la música a todo volumen, rompiendo el silencio de un sábado asfixiante. Cerca, hay una plaza con juegos donde abunda más la tierra que el pasto.

Elvira recuerda que después del incidente de la feria, su hijo no logró reponerse, dijo que saldría un rato y Elvira fue a ver un amigo. Cuando llegó cerca de las doce de la noche, vio a Dilan llorando en la banca del jardín de su casa. Tenía la cabeza apoyada en el antebrazo derecho, mientras con la mano izquierda sostenía una bolsa de hielo.

-Mira lo que me hicieron. ¿Por qué me hicieron esto mamá?- le preguntaba llorando.

Elvira pensó que era ácido, Dilan decía que era bencina, que lo encendieron, y que parte de su pelo estaba “chamuscado”. Ella quiso llevarlo al consultorio, Dilan se negó. Fuera de sí, tomó sus camisetas, la ropa de mujer, una petaca con un poco de ron, la metió en una cartera y se fue donde una amiga que vive a cuatro cuadras de la casa en el pasaje Sofía Larraín. A las 2:30 llegó la noticia que ninguna madre quiere recibir.

-Al Dilan lo apuñalaron- le dijo un vecino al otro lado de la línea. Elvira quedó entumecida con el teléfono en la mano.

Cinco minutos después una mujer del barrio le llevó los anteojos de Dilan. A medio vestir Elvira buscó un radio taxi por toda la población, caminaba desorientada. Elvira, con los ojos vidriosos, dice que los vecinos comentan que los asesinos de su hijo fueron un hombre y una mujer, una pareja del mismo barrio. Sus amigas guardan silencio.

Vivir como trans en Chile

Dilan estudió enfermería en la OTEC José Obrero y terminó su practica con nota siete. El año pasado trabajó en una casa de reposo y desde entonces estaba dedicado al cuidado esporádico de algunos ancianos en el barrio alto. De su anterior trabajo se tuvo que retirar por los contantes hostigamientos de un jefe y sus compañeros de trabajo. Antes solo tuvo oficios ocasionales como guardia en un supermercado, vendedor de ropa en un mall. Como guardia tuvo que “disfrazarse” de hombre para “encajar”, impostar la voz, explica su madre.

-Si no escondía lo que era, no conseguía trabajo, ahí sufría, debía cortarse el pelo- recuerda Elvira.

El XVII informe anual de Derechos Humanos de la Diversidad Sexual en Chile asegura que sólo en el año 2013, ocurrieron cuatro asesinatos, 13 agresiones ocasionadas por civiles, 10 casos de discriminación laboral y 10 casos de discriminación comunitaria del entorno cercano por motivos de homo y transfobia. Sumado a esto aborda la falta de oportunidades que los obliga a ejercer la prostitución.

Un documento elaborado por el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) también aborda el tema y explica que, por su marginalidad social, las personas transexuales están expuestas a violencia por parte de personas particulares, entre ellos a grupos neonazis y que, si bien el Estado reacciona de manera adecuada para investigar los hechos de violencia y castigar a los responsables, “son brutalmente discriminadas, sin posibilidades de insertarse laboralmente por lo que su única forma de subsistencia es la prostitución. Quedan no sólo expuestas a la violencia de neonazis, sino que también a la violencia humana de enajenación y discriminación”, dice el apartado del INDH.

Andrés Rivera es consultor internacional de Identidad de Género del Observatorio de Derechos Humanos y Legislación. Hoy tiene 50 años, pero supo que era transexual a los 30, luego que una sicóloga le confirmara la certeza que siempre tuvo. Critico de esta realidad que ha vivido en carne propia, dice que en Chile aún no existe una legislación sobre identidad de género, solo una ley que permite el cambio de nombre cuando “son risibles y menoscaben la mora” y ellos aprovechan ese artículo para cambiar de nombre y sexo. Según Rivera, el actual proyecto ,que fue ingresado el 2013, está siendo discutido en la Comisión de Derechos Humanos e incluye un cambio de nombre por la mera voluntad sin operaciones, sin tratamiento hormonal, sin certificados sicológicos ni psiquiátricos, inclusive una indicación sobre el respeto a la identidad de género de los niños y niñas trans.

Para Andrés, la historia de Dilan se repite todos los días, desde que las personas transexuales salen de su casa donde enfrentan discriminación en miradas, burlas, amenazas y las agresiones de la gente más violenta. “No hay políticas públicas para ellos, porque ni siquiera existe una para que se respete la identidad de género en los colegios. La mayoría de las niñas transexuales desertan del sistema escolar porque son los típicos “mariconcitos vestidos de mujer”, ahí se van terminando las oportunidades, de vida laborales y culturales. De ahí en adelante la vida solo se hace cuesta arriba y la única alternativa para las mujeres trans es la prostitución, lo que es un doble estigma. ¿Qué tanto te violentas a ti mismo para poder sobrevivir? Te tienes que cortar el pelo, actuar como hombre para ser guardia de un supermercado como Dilan, eso muestra que estamos mal como sociedad”, explica Andrés.

El sol cae más pesado a las tres de la tarde, afuera ladra Gary, el fox terrier de la familia, que está tendido sobre sus costillas en la tierra. En La Pintana, podría quedar el fin del mundo, a ratos eso parece. Las tías de Dilan hablan de Rafaella, la transexual que murió de VIH el año pasado y que alegraba la vida de las vecinas paseando en la población empinada en sus tacones. De cómo acá el destino de algunos jóvenes es la cárcel o la muerte y el de las mujeres sortear golpes y maridos alcohólicos. Dilan al medio de ambas realidades, parecía tener un destino signado.

Pese a todos los malos momentos, Dilan soñaba con ser cantante. Su vecina Paula recuerda que la primera vez que lo vio vestido de mujer, llevaba una minifalda ceñida, unas extensiones y un delineado de gato en los ojos. Interpretaba a Amanda Miguel en un circo de Santa Rosa y lo hizo a escondidas. Ahí se sentía realmente como Yeimi, la chica del Facebook con más de dos mil seguidores.

-Le encantaba, cuando la imitaba, la interpretaba con el corazón- dice Paula y se emociona.
En el escenario se olvidaba de las solicitudes de trabajo que le rechazaron, de la vida despiadada en una población donde hoy algunos lo lloran. Cantaba sin acordarse de nada, tampoco de los hombres que la negaron. Cantaba como la mujer que siempre fue.