“Yo me planto. Yo cultivo. Si tengo que pasar por diez, 20, 40 allanamientos hasta que consiga que mi hijo quede dentro de la cobertura, que él pueda usar aceite, los paso. Probé cultivando y tengo muy buenos resultados. Así que si puedo conseguir un fallo que me permita cultivar en paz, tranquila, voy a seguir haciéndolo”.

Mariela Coronel es mamá de Manuel, un chico de 16 años que necesita del aceite de cannabis medicinal. Ayer la Policía quiso entrar a la casa de los vecinos para sacar fotos de su patio. Ella cultiva: como ella no está afiliada al Instituto de Previsión Social, debe pagar 8500 pesos por cada frasco de aceite más 1500 pesos de envío a Buenos Aires, a donde debe viajar desde Salta Capital, donde vive.

“Si llegan a allanar mi casa, que se lleven las plantas. Pero el aceite… Yo voy a defender este aceite con mi vida”, dijo a Cosecha Roja. “Antes del aceite, Manu tomaba siete fármacos, 27 comprimidos diarios. Después del cannabis se redujeron las dosis y hoy toma dos fármacos y cuatro comprimidos diarios. Por eso nada, nada en este mundo me va a hacer retroceder”.

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Manu tenía una vida común y corriente. A los tres años y medio tuvo convulsiones por primera vez. Antes de los cuatro ya había sido sometido a baterías de estudios, medicaciones, cambios de dosis, cambio de medicaciones, cambios de dosis otra vez. Las convulsiones no cesaban. De la epilepsia refractaria pasó al síndrome de Lennox-Gastaut. “Cuando empezamos a buscar información sobre esa enfermedad nos dimos cuenta de que nuestro Manu iba a fallecer antes de la adolescencia siendo una plantita por la agresividad del síndrome. Es progresivo, rápido e irreversible”, contó Mariela.

La familia no pudo aceptar el diagnóstico y comenzó a probar todas las terapias alternativas a su alcance, además de la medicación. Pero Manu no mejoraba y las visitas a la guardia médica eran cada vez más frecuentes. Tenía convulsiones durante siete horas seguidas. La única manera de detener sus crisis era el coma farmacológico.

En su último estatus convulsivo, Manu estuvo 45 días en terapia intensiva, 20 en coma. Cuando salió estaba muy delgado, no tenía estabilidad para caminar, no podía hablar y mostraba un fuerte retroceso cognitivo. Quince días repitió el cuadro. El médico quiso volver a ponerlo en coma pero una doctora le habló a Mariela del cannabis. Le dijo que lo podía probar como “un acto de humanidad”. En tanta búsqueda, la mujer se había conectado con Mamá Cultiva y un papá le ofreció un goterito con aceite cannábico. Mariela le puso una gotita de aceite en las encías porque no tenía manera de dárselo sublingual. Manu no convulsivó por cinco minutos. Luego diez. A la hora se durmió profundamente y sin crisis . A las dos horas, Manu se sentó en la cama y miró a su madre.

-Mariela, quiero la comida.

“Eran las dos de la mañana. La doctora pidió que le sirvieran algo. Estuvo 20 días más internado en observación y recibiendo cannabis”, contó la mamá. “Siempre me convidaron el aceite hasta que pude cultivar y hacer el mío, el propio. Ahora pertenezco a la Asociación Autorregulada Soberanía Medicinal y por eso creo que empecé a ser investigada por la policía”.

Hoy Manu no tiene crisis. Luego del cannabis, la familia pudo alcanzar cierta calidad de vida. “Vamos a seguir luchando, por Manu y por todos. Lo único que le pido a los que tienen que regular estas cuestiones es que tengan un poco de corazón”.