¿Alguien puede pensar en les jóvenes?

La segunda ola de covid llegó a la Argentina con una sociedad más relajada con los cuidados. Les sub30 aparecen como el chivo expiatorio de todos los males y todos los contagios. ¿Qué piensan elles y qué estrategias armaron en estos meses?

¿Alguien puede pensar en les jóvenes?

Por Natalia Arenas
22/01/2021

Que son irresponsables, que no obedecen, que son egoístas, que no tienen miedo, que se autodestruyen, que se cagan en todo. Los estereotipos para definir a la juventud en cualquier momento de la historia volvieron ahora en forma de Covid-19. Con una catarata de lugares comunes, les jóvenes de clase media aparecen como la franja etárea del mal y todos los mensajes apuntan a que son quienes no se cuidan del coronavirus y, lo más importante, no cuidan a otres. Los medios, las redes sociales y el poder político encontraron un chivo expiatorio responsable de la segunda ola de covid que, post Navidad y Año Nuevo, ya parece estar en Argentina.

Los números no ayudan: esta semana la secretaria de Acceso a la Salud, Carla Vizzotti, informó que la curva de nuevos casos reportados de coronavirus que corresponde a la franja etaria de 15 a 19 años presenta desde las últimas semanas de 2020 un crecimiento “acelerado”. Desde el comienzo de la pandemia se notificaron 157.052 casos de menores de 20 años de los 1.8 millones de contagios totales. Es decir, menos del 10%. El 90,5% se recuperaron.

¿Sólo les sub 30 se amontonan en fiestas clandestinas, en bares, en calles y playas? ¿Son las únicas personas que usan el barbijo por el cuello o directamente no lo usan? ¿Todes les jóvenes se identifican con las imágenes de amontonamiento y descontrol? ¿Se pensó en elles en algún momento de la pandemia? ¿Qué estrategias de cuidado y de encuentros generaron mientras la economía y todo a su alrededor se relajaba? Y lo más importante, ¿qué piensan elles?

Leyla Bechara tiene 24 años y es politóloga de la UBA: se recibió durante la cuarentena. Vive sola en la Ciudad de Buenos Aires y la primera fase del ASPO no le resultó nada fácil. “Sentí mucha angustia y miedo del futuro. Pero, a pesar de la distancia, tuve mucha contención de la familia y les amigues. Me reconecté mucho con amigues a través de la virtualidad”, dice a Cosecha Roja.

Las estrategias de cuidados sin dejar de relacionarse con amigues fue y es un tema recurrente en muchos grupos de jóvenes, aunque no salga en los noticieros. “Muchas veces eso generaba ciertas tensiones: había algunes que querían relajarse más, otres que no. Y eso también generó un ejercicio muy cotidiano de decir: che, esto no da, por qué no hacemos otra cosa, veámonos en un espacio abierto, este bar no cumple el protocolo”, cuenta Leyla.

“Los primeros meses fueron como vivir en una película de apocalipsis. Fue como tener que caer en la cuenta de que era real: que había una pandemia, que tenías que aislarte de muchas personas que estabas acostumbrada a ver seguido”, dice Irene Ponzio, de 16 años, presidenta del Centro de Estudiantes de la Escuela Nigelia Soria, de Rosario. Instagram fue su vínculo social más fuerte. No veía a nadie por fuera de la virtualidad. Cuando empezaron a abrir algunas actividades, se animó a ver, con todos los recaudos, a un grupo de amigas.

Para ella la resocialización fue rara: “Las conversaciones eran siempre sobre la pandemia: qué hiciste, cómo la pasaste, si saliste o no. Dejé de hablar de un montón de cosas de las que antes charlábamos con mis amigas”, cuenta Irene.

La sexualidad no fue la excepción. Empezó a preocuparse por otras cosas y la sexualidad pasó a segundo o tercer plano. “Ya de por sí juntarse con alguien, en este contexto, es algo que pensás bastante. Entonces, pensar en tener intimidad ya es otro nivel… si no podés compartir un mate ¿cómo vas a pensar en besar a otra persona?”, analiza. Irene perdió “la visión sensual” sobre ella misma. “Eso me pareció gravísimo. Me costó bastante recuperar esa mirada sobre mi. Después, cuando empecé a recuperarla, fue mucho por redes”, dice. “En estos tiempos en que estás muy encerrada en vos misma es fundamental no perder la autopercepción ni la autoestima, hay que retomar esos temas”.

Durante la cuarentena estricta, Leyla estaba de novia. Su pareja estaba en el Conurbano y ella en Capital. Igualmente, le buscaron la vuelta para verse. “Nos dimos ciertas estrategias para estar aislades varios días antes de vernos, no tener contacto con otra gente por fuera de nuestros convivientes. Y en los dìas siguientes lo mismo, nos guardábamos para no contagiar. A veces se generaban ciertas tensiones, porque no dependía sólo de nosotres dos, pero fuimos bastante conscientes de los riesgos y no tuvimos mayores problemas. Fue fundamental confiar”, cuenta.

Gina Ferreti tiene 16, pero sólo por unos días más: el lunes cumplirá 17. Es de Rosario y sobrevivió la cuarentena a videollamadas con sus seres querides y clases online de teatro y canto. “Cuando en Rosario había pocos casos y las cosas empezaron a abrirse arrancamos a salir un poco, más que nada porque teníamos la cabeza quemada”, dice. Pero siempre con barbijo. Para ella, el uso del tapabocas es la mejor costumbre de cuidado que quedó instalada. “Y el alcohol en gel, que se volvió absolutamente esencial desde el momento uno”, agrega. Cuando veía a sus familiares o amigas nunca se saludaban con un beso. Incorporaron primero un codito y después el puño. Entre cada juntada Gina dejaba pasar unos días y armaba burbuja siempre con la misma gente. “Sigo extrañando mi vida en la que podía abrazar gente sin miedo”, dice.

El verano, como a la mayoría, la relajó más. “Pero tampoco la pavada”, aclara. “Relajarme para mi no es ir a Pinamar, como fueron todos estos chicos a hacer cualquier cosa y cagarse en el esfuerzo de todes durante todo el año. Me parece una falta de respeto y de conciencia. Jamás se me pasaría por la cabeza irme a una fiesta clandestina llena de gente mientras mi abuela está hace 8 meses encerrada. ¿Extraño salir de joda? Obvio que sí, pero bueno, cuando se pueda volveré a salir y la pasaré bomba porque no salgo hace mucho”.

Camila Martín tiene 18 años y le tocó egresar de la Escuela de Cerámica N° 1 de Buenos Aires en pandemia. En general, nunca fue de salir mucho así que los primeros meses de la cuarentena los pasó bastante encerrada. Salía una vez por semana a dar una vuelta por recomendación de su madre, que es psicóloga. Con sus amigues se comunicaba vía WhatsApp o Instagram. Las videollamadas no son lo de ella. Tuvo un par y después desistió.

“Desde agosto, cuando autorizaron juntarse en espacios abiertos, empezamos a salir a la plaza con un grupo de amigos, no somos más de seis. Todo muy tranqui. Nunca fuimos a clandestinas. Y hay otros que se están cuidando más, porque sus padres son de riesgo o viven con personas más grandes. Todos respetamos mucho la situación de cada uno. Y yo me mantuve en toda la pandemia más o menos igual, con los cuidados básicos: barbijo y lavarse las manos”, cuenta.

Para Leyla, “una vez que te das cuenta de que teniendo una serie de cuidados básicos evitás la situación de tener que encerrarte, se arma como un combo ideal del cuidado, del propio y de les otres”. “En la balanza prefiero mil veces saludar con el codo y estar a dos metros de distancia de mis amigues que pasar 15 días de aislamiento por tener síntomas”, concluye.

El adultocentrismo y el estigma de la juventud

Mientras la mayoría de los sectores de la economía vuelven a la actividad y las medidas de aperturas buscan activar el consumo en el país, el sector menos productivo y al que menos apuntan las políticas públicas, es el blanco de todas las críticas. Con más o menos cuidados y con más intensidad durante la fase de DISPO, las estrategias para verse se multiplican en todas las franjas etarias. Los estigmas, sin embargo, no son iguales para todes.

“Históricamente se apuntaba a les jóvenes como chivo expiatorio. Como que los peligros de la sociedad radican en la juventud”, opina Leyla. Para ella, lo novedoso de la pandemia es que “no discrimina clase social. Aunque se sabe que quienes más van a pagar los costos son les de las clases populares, porque son los precarizados, los racializados, son los que sufren la violencia institucional”.

Irene coincide con Leyla y le pone un nombre: adultocentrismo. “Es más fácil echar la culpa a otro grupo de la sociedad. Desde chiquites nos enseñan que son los mayores los que tienen la razón, la familia, las maestras. No nos enseñan que uno puede cuestionar sin faltar el respeto. El adulto siempre hace todo bien”, dice y agrega: “todas las personas podemos cometer errores y también podemos hacer cosas bien, no tiene que ver con la edad”.

“Siempre se cree que la juventud hace cualquiera y no sé si es tan así”, opina Camila. “Tampoco digo que hacemos todo bien. Pero culparnos sólo a nosotros es para sacarse la responsabilidad”.

Algo similar dice Gina. Reconoce la irresponsabilidad de muches jóvenes, pero alerta que “esos jóvenes no salieron de un repollo”. “No creo que sus padres sean muy diferentes en cuanto a responsabilidad social”, dice y remata: “La verdad que pelotudos hay en todos lados y sin límite de edad”.

Natalia Arenas