En este artículo para COSECHA ROJA, la psicoanalista, docente e investigadora brasilera Rose Gurski* narra de qué modo lleva adelante su trabajo con jóvenes y adolescentes en conflicto con la ley penal en Brasil, junto al equipo de Psicoanálisis, Educación y Cultura en la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS).
En los últimos diez años, la cantidad de jóvenes involucrados en situaciones de
violencia creció de manera continúa. No solo también como protagonistas: también en
su posición de víctimas. Los datos que aparecen en el Mapa de la Violencia de 2014
indican que la cantidad de homicidios de jóvenes dentro de Rio Grande do Sul creció
casi un 20 por ciento en el periodo que va de 2002 a 2012. Es decir, un incremento por
encima de la tasa media nacional, que es del 2,7 por ciento.
En nuestras investigaciones, desde principios de 2000, nos ocupamos de las
problemáticas que rodean a la adolescencia contemporánea. En este tiempo, vimos de
qué manera los jóvenes en conflicto con la ley se convirtieron en un imperativo para
nuestros estudios: sobre todo porque el escenario entre adolescentes y jóvenes, y aún
más dentro de de los contextos de vulnerabilidad social, se agravó de manera visible en
Brasil.
En la actualidad, las variables que se establecen a partir de los regímenes económicos y
políticos nos llevan a determinadas posiciones discursivas que capturan a los sujetos y,
también, claro, a sus discursos. Es, en este ámbito, donde encontramos a quienes viven
en situaciones de vulnerabilidad social: los refugiados de guerra, los extranjeros, los
inmigrantes y también, claro, los jóvenes en conflicto con la ley y que atraviesan el
sistema socioeducativo.
En nuestro trabajo, de manera más específica, nos proponemos trabajar con la escucha
de los adolescentes en conflicto con la ley y, también, con aquellos que se dedican a
ellos cada día en las instituciones socioeducativas que transitan (en Brasil se les llama
socioeducativas porque los jóvenes cumplen “medidas socioeducativas de privación de
la libertad”). Lo pensamos como acción y también, de manera simultánea, como una
intervención y una investigación. El método del psicoanálisis se desdobla en su ética,
una ética que se da en el propio quehacer del psicoanalista, de manera independiente del
espacio donde realiza la escucha. Para esto se toma, como propuesta metodológica, la
articulación de la escucha psicoanalítica (fuera del consultorio) con el concepto de
flaneur de Walter Benjamín.
El trabajo se inició, hacia finales de 2014, a partir de la construcción de un espacio de
escucha con adolescentes internos de una institución socioeducativa del RS: una
actividad que, en la actualidad, denominamos Ruedas de R.A.P. De manera cotidiana,
en esas ruedas, y las reflexiones que fuimos recogiendo en los espacios de discusión y
supervisión de la investigación, observamos que no bastaba escuchar solo los chicos:
también necesitábamos abrir un espacio para los trabajadores, los agentes
socioeducativos responsables de los mismos chicos en el día a día de la institución.
La idea de abrir un espacio de habla también para los agentes surgió al escuchar que se
operaba una especie de “demonización” de estos trabajadores: o sea, proliferaban las
quejas y los relatos de situaciones de maltrato. Lo interesante fue que además del habla
de los chicos tal demonización aparecía también en las narrativas de los becarios-
investigadores, para quienes los agentes, por un tiempo, representaban el problema.
Fue, en este punto, donde pasamos entonces a preguntaron: ¿Por qué los agentes eran
demonizados en sus discursos? ¿Cuál era el sufrimiento psíquico de estos trabajadores
que solo podían aparecer en formas de crueldad? Si, por un lado, sabemos que existe
una dosis importante de sadismo en este tipo de relaciones, por otra parte, era
importante preguntarse: ¿De qué modo los trabajadores vivenciaban el sufrimiento
derivado de las condiciones de su trabajo?
La idea inicial fue la configuración de una escucha sin un espacio físico delimitado: una
especie de atención rápida, para dar al investigador la oportunidad de vivenciar dificultades del quehacer diario de las instituciones. Fue, en este primer momento,
cuando comenzamos a circular por la institución ofreciéndonos a escuchar y conocer el
quehacer cotidiano sin ninguna formalidad.
“La gente finge que educa y la sociedad finge que cree”, fueron algunas de las frases
que escuchamos dentro de los muros de la institución. Lo interesante fue percibir que,
poco a poco, estas palabras que antes eran perdidas en las conversaciones, fueron
ganando densidad en el día-día: nos contaban que la percepción era de irse “aliviados al
poder hablar allí dentro”.
El proceso de escucha de los agentes fue cobrando más fuerza: nuestra mayor apuesta
fue, que en medio de ese ritmo desacelerado, no cronológico, se pueda pensar,
justamente, aquello que caracteriza lo que está en el centro de nuestra metodología de
trabajo con los pibes y los trabajadores de la educación. Al colocarnos en la posición de
fláneur y ofrecer la posibilidad de un decir libre y más implicado con el tiempo de cada
uno, dentro de la institución, provocamos la posibilidad de que surja una narrativa más
cercana a las cuestiones de cada uno de los sujetos.