Foto: Camila Pifano

Foto: Camila Pifano

Salir de casa para votar nunca fue tan difícil para una mujer en Brasil como este domingo. Nunca fue tan aterrador.

Por primera vez desde la dictadura, las elecciones en el país dejaron de ser una lucha por proyectos de sociedad y pasaron a ser una lucha por la vida. La candidatura a la presidencia de un político que en 27 años de vida pública lleva más declaraciones de violencia a los derechos femeninos que proyectos aprobados en el Congreso Nacional, impuso a las mujeres brasileñas un estado de permanente vigilancia y la necesidad sistémica de organización.

Jair Bolsonaro es una amenaza. Para él, las mujeres deben recibir menos porque necesitan obtener permiso de maternidad; tener una hija mujer fue un error; una violación es una cuestión de merecimiento.

Jair Bolsonaro es una amenaza porque lleva con él a personas como el candidato a vicepresidente General Hamilton Mourão, un hombre que declaró durante la campaña que hijos de madres solteras o criados por abuelas tienen más posibilidad de entrar en el crimen.

Jair Bolsonaro es una amenaza porque proclamó el machismo en Brasil como símbolo de orden y autorizó la diseminación del odio de género en las calles. Llevó hombres a apretar la urna con el cañón de un arma y a golpear mujeres por declarar su voto a opositores en el día de elecciones. Bolsonaro instauró un clima de miedo.

No por casualidad hizo emerger un movimiento impar de organización suprapartidaria de mujeres que comenzó en las redes sociales, movilizó a 4 millones de ellas y culminó en una marcha de cientos de miles el 29 de septiembre. Si hasta entonces la sociedad trataba al candidato del Partido Social Liberal (PSL) como un “loco” incapaz de reproducir en un eventual gobierno las atrocidades que disipó a lo largo de la carrera política, fueron las mujeres quienes hicieron que parte de Brasil comprendiera la dimensión real de esa elección: el fin de la democracia y la libertad.

Carolina Ferraz es la coordinadora del grupo Frida, de Género y Diversidad de la Universidad Católica de Pernambuco. Todo el sábado recibió amenazas en las redes sociales. El domingo amaneció decidida a ser parte de la resistencia. Escogió ropa de los colores del candidato que apoyaba, se pegó adhesivos en el cuerpo y se fue al lugar de votación. Encontró a una multitud amenazante, vestida de verde y amarillo: los apoyadores de Bolsonaro. Carolina votó llorando, sin saber si podrá volver a hacerlo.

“Las mujeres, a pesar de ser la mayoría del contingente electoral, tenemos el trato de minoría por la ausencia de empoderamiento femenino y políticas públicas. En la práctica, en Brasil, vivimos una desigualdad histórica nunca erradicada”, dice. Para la enfermera feminista y coordinadora del Grupo Curumim, Paula Viana, la amenaza es real. “No son amenazas montadas dentro de la estrategia de hacerlo mito, el movimiento feminista brasileño tiene un historial de embates con él en la Cámara de Diputados”, recuerda. Eso incluye la co-autoría de Bolsonaro en un proyecto de ley que desabriga el sistema público de salud a recibir víctimas de violación.

Ante el descompromiso con la verdad que impregna la campaña de Bolsonaro, que llegó el 46% de los votos válidos en la noche de este domingo, las mujeres se convirtieron en punto de resistencia. El movimiento, que salió a las calles el 29 de septiembre y permanece en acción en las redes sociales, hizo sangrar las heridas de la historia misógina brasileña, presionó sectores como las propias iglesias a posicionarse ante la amenaza a la democracia y evidenció la contribución de los medios tradicionales en el acortamiento de los ánimos.

No frenó la ola conservadora de ultraderecha, ya que la Cámara de Diputados electa el domingo ahora tiene como segunda mayor bancada los del partido de Bolsonaro, pero provocó un choque de realidad. Expuso las limitaciones de un pueblo que hasta entonces alardeaba de negar sus prejuicios. Ahora, las mujeres se convierten en la principal vía de concientización de los riesgos de esta elección. Si por la noche del domingo el sentimiento colectivo fue pérdida, a la mañana siguiente las mujeres despertaron aún más conscientes del rol que van a seguir jugando.