colectivo vacíoSandra Saidman*.-

Celeste caminó hasta la parada como siempre y esperó el 106. Estaba muy cansada y todavía tenía casi una hora de viaje hasta su casa. Subió al colectivo y se durmió. Tal vez dio dos vueltas al recorrido. No sabe. Eran más o menos las 9 de la noche cuando un policía le dio una piña en el pecho. Abrió los ojos. No había ningún pasajero, sólo el policía y el chofer, parado en la puerta. El oficial la levantó de los pelos y, a los empujones, la bajó del colectivo. El chofer estaba nervioso y gritaba. Le decía a Celeste que lo había asustado, que pensó que estaba muerta y que por eso fue a pedir ayuda.

Mientras entraba a la comisaría el colectivero arrancó y se fue. Ella sabía lo que iba a pasar, lo había vivido tantas veces que conocía cada rincón del lugar. Le revisaron el bolso, le sacaron el cuchillo que siempre llevaba y le hicieron firmar un escrito que decía que estaba detenida por falta, por desórdenes y portación de armas. Nada le pareció raro. Sólo le preocupaba salir con tiempo para llegar al trabajo al día siguiente.

La liberaron a las 12 de la noche porque no había lugar donde dejarla. Tuvo que caminar hasta su casa: le habían secuestrado todo, hasta los pocos pesos que tenía en la cartera. Llegó, rompió con una piedra el candado de la puerta y al fin se acostó.

***

Ese día se había levantado muy temprano. La patrona le había dado permiso para que llegara a la verdulería unas horas tarde. Le había mentido a doña Patricia, como siempre y en todo lo relativo a su vida. Le dijo que tenía que ir a la salita a pedirle a la ginecóloga unas órdenes para hacerse análisis. La verdad era que hacía meses no tomaba su medicación ni iba al programa del hospital para ver al doctor ni a la psicóloga. Celeste tiene VIH y sabe que debe cuidarse pero no tiene tiempo. En el hospital siempre hay mucha gente y la espera es de toda la mañana. Ella vive lejos, trabaja de lunes a sábado de 8 a 18 y si falta a la verdulería, la echan. Se lo advirtió la dueña.

La verdulería queda bien lejos de su casa, en Resistencia. Cuando llegó nadie la conocía y a pesar de las advertencias la tratan bastante bien: descansa unas horas a la siesta y siempre le dan algo de comer.

Celeste es de Barranqueras. Ahí todos la conocen y en el barrio la esquivan. Nadie le daría un trabajo. La familia de Celeste no tiene buena fama. Ella lleva la marca de marginalidad y abandono desde que nació. A los 23 años es una sobreviviente, nada más que eso. En soledad muchas veces se pregunta si está viva o muerta: no alcanza a distinguir cuál es la diferencia.

Hace muchos años que no veía a sus viejos, no se acordaba cuántos. Él estaba preso por el homicidio de un pibe en Resistencia, un caso por el que se había hecho famoso y había salido en los diarios. Al pibe lo mató mientras estaba preso por robo: los canas lo dejaban salir para robar y en una lo agarraron.

Su vieja también estaba presa. Fue después de lo del padre. Estaba embarazada en esa época, Celeste nunca supo de quién. Después de tener al bebé en el rancho la madre lo ahogó en la laguna de al lado. De sus hermanos no sabía nada: a la mayor no la volvió a ver y  los dos varones más chicos, que tendrían ahora unos 10 y 12 años más o menos, estaban con un tía por decisión de los trabajadores de Desarrollo Social.

Celeste tuvo un hijo a los 17. Un amigo del padre la había violado una noche cuando estaban tomando en la casa. No dijo nada porque le dio vergüenza y cuando la panza comenzó a notarse el padre la golpeó hasta el desmayo. La madre le dio el niño a una enfermera de la salita. Era todo lo que supo en aquella época. Era consciente de que no podía hacer nada y de que no la iban a ayudar: no era nadie, no tenía buenos antecedentes y encima estaba enferma.

Ese día llegó al hospital y pudo retirar sus remedios a las apuradas. Habló con el médico que le volvió a recomendar que no tomara ni se drogara. Como si eso fuera fácil. Llegó a la verdulería más o menos a las 10 de la mañana y doña Patricia no la miró con buena cara. Ya había pasado el camión y había más de 50 cajones para mover. Le faltaba acomodar toda esa mercadería y atender a los clientes. No descansó esa siesta pero terminó con todo. Salió a las 7 de la tarde y se subió al 106.

* Jueza de faltas de Barranqueras y miembro de la mesa nacional de APP.