Anahí Benitez fue hallada muerta el 4 de agosto de 2017, con el cuerpo semienterrado en la reserva de Santa Catalina, en Lomas de Zamora. Había estado desaparecida seis días, durante los cuales su familia y compañeros de la Escuela Nacional Superior “Antonio Mentruyt” la buscaron sin descanso. El próximo domingo se cumplirán seis meses de la muerte. Así la recuerda Lautaro, su mejor amigo.     

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A ella le encantaba la lluvia. Muchas veces salimos a caminar juntos bajo la lluvia. Y ahora los días de lluvia la siento conmigo.

Anahí usaba collares y yo decidí quedarme con uno, para tenerla conmigo en todo momento y llevarla a todas partes.

Nos conocimos a comienzos del secundario. Ella venía a mi curso y saludaba y nadie le respondía, excepto yo. Así empezamos a hablarnos. Y a darnos cuenta de que teníamos un montonazo de cosas en común. Nos volvimos amigos tan cercanos que nos veíamos todos el tiempo. Si no nos veíamos estábamos conectados, nunca perdíamos contacto.

A pesar del día que uno tuviera, del humor que uno tuviera, ella te inspiraba siempre. Era una persona muy unida a la naturaleza. Por más que estuviese cansada nunca le faltaron ganas de ayudar a alguien. Era sensible y sencilla. Ana era una artista. A veces nos peleábamos, porque ella empezaba a dibujar unos cuadros y enseguida decía que no le gustaban ¡pero eran bellísimos!

La nuestra era una amistad pocas veces vista. Nos reíamos de cualquier cosa y jugábamos con cualquier cosa. Ella le veía la belleza a todo. Y así te enseñaba un montón de cosas.

Nunca me imaginé terminar en una situación así. Es como si un día uno está tranquilo, listo para seguir con su rutina y de repente te llega un mensaje al que no le das mucha importancia. El mensaje era de la mamá de Anahí y decía que ella todavía no había vuelto a la casa. Otras veces había pasado eso de que llegara tarde y no avisara, así que no me pareció grave.

De un día para el otro, Anahí estaba en un ataúd.

A los 16 años no esperás que algo te shockee así.

Yo nunca imaginé un mundo sin Anahí. Después de su muerte, no sabía qué hacer, no caía Para mí, esa que estaba en el cajón no era ella. Pensé que iba a encontrarla, que todo iba a ser un mal entendido. No podía entender que en un lugar tan lindo como Santa Catalina haya pasado eso, que ella aparezca muerta ahí. Nosotros habíamos pasado varias tardes ahí.

Quise dejar la escuela. No quería ir al salón y sentarme solo. No sólo faltaba alguien sino que ese alguien era una persona a la que le dabas prioridad en tu vida. Si tenía que dar la vida por Ana, yo la daba. Y por eso mucho tiempo me sentí culpable por no haber podido encontrarla con vida.

A veces me despertaba y pensaba: “Hoy voy a ver a Ana”. Y después reaccionaba y recordaba todo lo que pasó y era como un golpe. No sabía para dónde correr. No hay consuelo para una pérdida tan repentina y tan grande.

Anahí era una piba soñadora y estudiosa. Me imaginaba un futuro enorme para ella. De un día para el otro, alguien se lo sacó. Y me sacó a mi amiga.

Para mí, mi vida había terminado con la de ella. No podía seguir sin ella. Volví varias veces a Santa Catalina, capaz a modo de masoquismo. Había un montonazo de lugares por los que pasaba y me ponía a llorar. Todo me recordaba a ella. Mi mamá se preocupaba por mí, no sabía qué hacer tampoco. ¿Cómo le explicás a un chico de 16 años que no va a ver más a su amiga?

Fue muy duro todo para nosotros, prender la tele y ver su cara, escuchar a gente despotricar contra ella y contra nosotros, sus amigos. Nunca nos dieron paz. Ni siquiera en el entierro.

Fue tener que salir a la calle, porque el Estado no sirve, porque hay miedo, porque no hay nadie que nos proteja.

Todavía hoy me cuesta sonreír. En mis peores momentos,  en los que no tenía consuelo, ella era la que estaba. Y ahora, en el más triste de mi vida ¿a quién me aferro? Me quedo sin palabras.

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