Cómo te ven te tratan

Una youtuber de moda anuncia que va a tomarse un tiempo offline porque va a tratarse con su médico en privado. El deterioro físico es evidente. Pide respeto: en minutos se convierte en TT. "Mi cuerpo es mío pero está expuesto a comentarios gratuitos que lo vigilan y lo ponen en valor", escribe Florencia Lico.

Cómo te ven te tratan

12/03/2019

Por Florencia Lico

Abro Twitter: el último tweet de Eugenia Cooney, reconocida youtuber de moda, anuncia que va a tomarse un tiempo offline porque va a tratarse con su médico en privado. Pide respeto. Parece un chiste: en minutos se convierte en TT.

Desde 2013 Eugenia publica vlogs enfocados en moda y maquillaje. Se puede trazar en mosaico un recorrido desde el primer video hasta el último. Su  deterioro físico es claro: de muy delgada a cadavérica. Estamos hablando de más de un millón y medio de suscriptores viendo durante cinco años este proceso ininterrumpido. Casi al mismo tiempo de la salida de las redes de la youtuber, la modelo argentina María Vázquez publica en sus redes una foto en bikini y recibe a una turba de comentaristas con antorchas digitales.

No queda claro qué es peor: si los comentarios negativos o los comentarios a favor. Prácticamente se corre a María como receptora y dueña del cuerpo que es motivo de la polémica, y se desata un debate entre quienes la tratan peyorativamente de anoréxica y quienes defienden que esa figura hegemónica es un lomazo. En el medio, una ensalada argumentativa: que se tape porque esa panza ya es de vieja, que saltan todas por envidia, que para sus 44 años está perfecta, que ojalá yo tuviera esa panza chata. Mi favorito: qué orgulloso debe estar su marido porque tiene un minón que no descuidó su figura poniendo de excusa a los hijos. Están, ella incluída, los que se respaldan con los principios del fitness y el discurso médico hegemónico sobre buena la salud y la contextura física. Es claro que el revuelo tiene que ver con que esta vez el objeto de la toxicidad de estas intervenciones, cotidianas para muchxs, sea una persona que cuadra con las expectativas previstas para una bella mujer en los códigos convencionales.

Mi cuerpo es mío, pero está inmerso en múltiples redes de relaciones con lxs otrxs. Lo sabe cualquiera que haya bajado de peso: los comentarios no tardan en llegar. Abruman los “Qué bien que estás” que entrañan un cambio favorable de un estado previo que es mejor olvidar y dejar atrás con los kilos perdidos.

Si bajás de peso “se te ve muy bien” aunque estés lleno de quilombos. Y como te ven te tratan, asegura la número uno de los almuerzos en pantalla.

Mi cuerpo es mío pero está expuesto a comentarios gratuitos que lo vigilan y lo ponen en valor. Esta es la promesa de las dietas de cortísimo plazo: que se note. El santo grial de empezar el detox en septiembre para llegar al verano en navidad. Eugenia Cooney encarna (o descarna) la espectacularización del cuerpo. El comentario habilitado en el que cualquiera es capaz de dar una opinión sobre la corporalidad del otrx, consejos de alimentación no pedidos, apreciaciones que miden el estado y la valía de la persona.

Eugenia niega una y otra vez tener un trastorno alimentario. Más allá de lo aparentemente obvio, no se sabe con certeza qué le pasa.

Por el alcance de sus cuentas en comparación al promedio de la gente, la escala de interacción es absurda. Miles y miles de comentarios #nofilter sobre lo hermosa o monstruosa que parece, trolleos sobre su situación, seguidores desgarrados pidiendo que busque ayuda, apuestas sobre si pasa o no de este año.

Y no sólo eso: hay montones de videos de otrxs usuarixs taggeables como morbo (si existiera esa categoría) que se dedican a hablar de ella, de sus posibles trastornos, de su familia, y hasta teorías que postulan que en verdad ya se murió. Ese esqueleto que sigue siendo Eugenia para el público promedio se reduce a un objeto de consumo del que sólo queda roer los huesos.

Vuelvo sobre el diagnóstico gratuito y la prescripción evidente: “Tenés que comer”. Genius. No se me hubiera ocurrido.

Desde preescolar nos enseñan que es sano e importante comer. Cualquiera lo sabe. Menos nosotrxs, lxs anoréxicxs que parecemos habernos perdido esta lección temprana.

En mi experiencia las observaciones llegaron siempre por parte de cualquiera. Porque sí, porque pueden. Familiares, amigxs, completxs desconocidxs. Desde la “sutileza” de deslizar una opinión, hasta pedirme en la mesa que muestre las palmas a ver si me borré las huellas vomitando o enterarme de apuestas entre conocidxs sobre si tenía o no una enfermedad.

Las peores apreciaciones son las que aluden a que los cuerpos son corteza, que no me preocupe, que lo físico no importa. Retomo a Roxane Gay en Hambre: los cuerpos sí importan. Importan mucho.

En general quien porta esta sabiduría new age es la misma persona que aplaude, desea y persigue estereotipos hegemónicos y heternormados. Por eso es que en la anorexia hay una manifestación implícita contra la hipocresía de estos discursos.

Qué pasa cuando en casos como el de Eugenia se nota demasiado. Cuando la sobreadaptación a este modelo del que nadie escapa genera tal reflejo que espanta y entonces nos queda el argumento prozac: tiene un trastorno. Se pasó de rosca. Es patología. Se la deposita en el bote de los enfermos, de los inadaptados de siempre. En realidad, ella es el reflejo a gran escala de algo tan naturalizado que cuando se expone invoca el asco colectivo.

Entonces, qué hacer ahora, una vez que podemos reconocer y exteriorizar los perjuicios de esta vigilancia en la que rotamos entre jueces y enjuiciados. Cómo desarticulamos a la policía de los cuerpos.

Para acercarnos un paso más a sanar estas heridas sociales es importante observar hacia adentro qué discursos sobre las corporalidades nos calan profundo. Qué nos provoca ver en el afuera algo que llevamos tan internalizado. Cuáles son nuestros consumos al respecto. Y sobre todo, detenernos el segundo antes a hacer un comentario no pedido sobre el cuerpo del otrx.