Diego Lereah2Sol Lereah y Cristian Calavia – Cosecha Roja.-

Michelle Mendoza pasó la noche del sábado en un calabozo orinado y con ratas en Rosario. La policía de Santa Fe le pegó y la detuvo sin motivo. “Las fuerzas policiales siguen torturando a los pibes y pibas por ser pobres y a los putos por ser putos”, escribió la militante trans en Facebook. En Argentina, las travestis, transexuales y transgéneros viven, en promedio, hasta los 41 años. La violencia institucional es una de las principales causas de mortalidad del colectivo trans, junto a los crímenes de odio.

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“Tengan cuidado con la sangre, toda esta gente tiene el bicho”, dijo una oficial el sábado a la madrugada en Rosario mientras le pegaba a Michelle. La detuvieron junto a dos amigos con los que iba en el auto en Francia al 5300 cerca de las 3 de la mañana.

– Quedan detenidos.

– ¿Por qué?

– Encontramos dos calzoncillos y un tupper en el auto – le respondieron.

Le retuvieron el DNI y le pegaron entre cinco oficiales. “Un hombre policia me sujetó la cara apretando mis mejillas mientras una mujer policía me pegaba con algo negro en la cabeza y otra me pateaba”, contó Michelle en Facebook. Uno de sus compañeros -también esposado y herido- quiso ayudarla.

– ¿Qué? ¿Te la cogés, puto? ¿Por eso la defendés? – le dijo el oficial. Después le pateó la cabeza mientras una agente le pegaba en los testículos.

Michelle seguía inmovilizada, con las manos adelante. La empujaron para que cayera de frente y se diera la cara contra el piso. Después se la llevaron a la Comisaría 18, en donde la recibió una oficial:

– ¿Estás loca? Yo no tengo nada contra los gays.

– No soy gay, soy trans.

– Vos decí lo que quieras, pero entre las piernas te cuelga un pito.

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El maltrato que recibió Michelle es cotidiano para el colectivo trans. La discriminación se vive en la falta de oportunidades laborales, en la mala atención en los hospitales, en el abuso policial y en los crímenes de odio. “Vos no sos vos, sos una persona totalmente diferente a lo que te hacen mostrar. Adolescés dos veces: una por adolescente y otra por el género”, contó a Cosecha Roja Ariana Cano, asesora jurídica en el INADI y parte de la comunidad trans argentina.

Según el informe de la Organización Mundial de la Salud de 2014, la esperanza de vida de los argentinos aumentó entre 1990 y 2012: los varones pasaron de 69 a 73 y las mujeres de 72 a 77. Pero las trans sólo llegan vivas -en promedio- a los 41 años, menos que los habitantes de Sierra Leona, que viven hasta los 46.

Varela Diversa es una organización por los Derechos Humanos de personas trans, lesbianas, gays, bisexuales e intersex. El primer caso que atendieron en Florencio Varela fue el de una trans que trabajaba detrás de la estación de trenes. Durante una madrugada de 2012 un hombre quiso abusar de ella y le clavó un destornillador en el estómago. Un grupo de cartoneros la llevó al hospital provincial. Las enfermeras y los médicos se burlaron de la escena. Ella esperó desde la una de la madrugada hasta las seis sin ser atendida, se enojó y se fue. Al día siguiente, su estado era muy grave y tuvieron que trasladarla al hospital de Berazategui. La operaron y le curaron las heridas.

Cuando Varela Diversa empezó a trabajar con la problemática, sus integrantes se dieron cuenta de que las trans que atendían eran sus propias vecinas. “La chica que sale y se para en la ruta 2 quizá es una compañera que vive a dos cuadras de mi casa y que usa la guita de la noche anterior para mantener a un pariente”, dijo a Cosecha Roja Marcelo Márquez, presidente de la organización.

Según la primera encuesta sobre población trans realizada por el INDEC en 2012, el 85,3 % de las trans femeninas ejerce o ejerció la prostitución. De 209 transexuales consultadas, 151 buscan otra fuente de ingreso pero eso las lleva a no contar con los recursos suficientes a la hora de satisfacer necesidades básicas y prostituirse se vuelve casi la única vía para subsistir.

Florencio Varela está a 24 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. Para Márquez, “el abismo es impresionante en términos de desconocimiento, reconocimiento y de derecho”. La gran tensión en el conurbano bonaerense es que gays y lesbianas todavía temen denunciar. “Como activista de la diversidad sexual creo que en los territorios donde la discriminación es tan fuerte que llega al asesinato de las travestis, el mejor activismo es la visibilización”, dijo.

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Lohana Berkins -fundadora de la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual-se escondió debajo de un auto para escuchar cómo su amiga, Mocha Celis, se defendía de un sargento de la comisaría 50ª que estaba ensañado con ella. Era una travesti tucumana que trabajaba en el barrio porteño de Flores y que un día se animó a enfrentar a su agresor: estaba harta del hostigamiento cotidiano.

– ¡Puto de mierda! ¡Vas a terminar con tres tiros!- dijo el oficial antes de irse.

Ese día no se la llevó detenida, pero tres días después Mocha desapareció. Encontraron su cuerpo en el Hospital Penna. La autopsia reveló que había sido asesinada de tres tiros, pero nunca se supo quién la ejecutó. La causa no prosperó. Mocha no sabía leer ni escribir: hoy el primer secundario trans de Argentina lleva su nombre.

El 29 de mayo, a tres años de la sanción de la Ley de Identidad de Género, el Poder Ejecutivo reglamentó el acceso integral a la salud de las personas trans. Se trata del artículo 11, que contempla el derecho de todas las personas trans a solicitar el acceso a intervenciones quirúrgicas totales o parciales y tratamientos integrales hormonales para adecuar su cuerpo a su identidad de género autopercibida.

“Con este decreto ya no hay excusas, las provincias argentinas, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, las obras sociales y las empresas de medicina prepaga deben cumplir con la votada por todos los sectores políticos en el Congreso”, dijo la legisladora porteña María Rachid en las redes sociales.Marcela Romero, presidenta de la Asociación de Travestis Transexuales Argentinas (ATTA) y Secretaria General de la FALGBT dijo: “La ley de Identidad de Género nos devolvió el derecho a ser ciudadanas y ciudadanos de pleno derecho. Esto es un paso más hacia la igualdad real”.

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Michelle pasó la noche incomunicada en la comisaría, en un cuarto orinado, oscuro y lleno de ratas.  La liberaron recién al día siguiente. Antes de irse le devolvieron su cartera: cuando la abrió, faltaba plata, el celular estaba roto y le habían plantado un arma. Ella no la tocó y pidió que le dieran el bolso vacío y que fueran poniendo de a poco lo que era suyo. “Me sentí quebrada. Me sentí nada. Sentí el peso de todas las otras veces que en mi juventud estuve en las mismas circunstancias”, escribió.

Fotos: Diego Lereah