Por Omar Rincón
Esta COSA. Las comunidades indígenas invitan a no nombrarlo, porque si se nombra se le atrae. Nombrar produce realidades, siempre. Lo llaman “el bicho”. Yo digo, LA COSA. La COSA nos debería obligar a la valentía del silencio, a la belleza de callarse. “Lo hemos dicho veces, tantas veces y recién ahora sabemos que no sabemos nada”, poetiza Caparrós.
Aunque los cuerpos y la vida estén en modo “parking”, la mente está a millón, está excedida como dice Baricco, el escritor de Seda (una historia en modo Instagram pero de 1996) y el ensayista de The Game (2019) como lógica para comprender la revolución digital. Ante la velocidad de la mente y la lentitud de la vida, hay que llenarse de paciencia y atención, de estoicismo como comenta Carrión, el ensayista más cooltural.
Y como vivimos en la piel digital y habitamos cuerpos digitales creando un communitas digital, se crea un pensamiento en cuadritos, en fragmentos, en pantallitas… hemos devenido seres de 4 por 6 cms. En esa vida débil, frágil y efímera surge un pensar de cositas, pequeñeces, miniaturas, cuadritos. Y este quiere ser un ensayito en modo cuadritos.
El 2020. El año que no existió. Los dueños de nuestros tiempos y destinos: nuestro capitalismo, nuestros políticos, nuestros empresarios quieren ya pasar la página de este año y borrarlo de la historia universal. Ya viven en el 2021. Borran el 2020. Y conectan el 19 con el 21. Y todo seguirá igual. Nada ha pasado. Nada debe cambiar. El fútbol fue genial: La Eurocopa y la Copa América pasaron al 2021 en los inicios de marzo. Para los dueños del mundo, nada ha pasado: un pequeño choque del capitalismo, nada más.
Estamos mal de gobernantes. Nos tocó en suerte Trump que cree que los gringos saben poner muertos en sus guerras, este nuevo terrorismo no sabemos cuál es, pero se le lucha y se muere como héroes. Y Bolsonaro (Brasil) que cree que es un asunto religioso y dios está con él. Y Bukele (El Salvador) que habla con dios, se va a marte y regresa para generar espectáculo matando jóvenes pandilleros. AMLO (México) que está cerca del pueblo y lejos del virus en un populismo negacionista. Lenin (Ecuador) quien se desapareció en su ideología de la silla de ruedas y ve los cadáveres de Guayaquil como una fake news de Correa. Duque (Colombia) que cada día cambia de parecer, decreto y medida mientras siguen matando líderes sociales. Piñera (Chile) que cree que los militares lo van a salvar de la historia y las marchas. LaCalle (Uruguay) que aprovecha la Cosa para vender al Uruguay con 502 decretos de emergencia sanitaria. Y podría seguir Johnson (UK), Sánchez (España), Macron (Francia)… Estos políticos no son líderes, en su mediocridad agradecen a La Cosa que les permite tener “un horizonte” de gobierno, sin La Cosa sus precariedades y mal-gobiernos serían visibles. En medio de tanta mediocridad, el presidente de la Argentina, Alberto Fernández es un ídolo. La Argentina siempre en contravía, gracias al pueblo argentino, que no les tocó con Macri.
Perrocracia. Y triunfó el mascotismo. Esa ideología de poner a los animales domésticos por encima de los humanos desechables. Y en el mascotismo está la dictadura del perro. El perro puede salir y puede salir varias veces a la calle. El perro es el rey. El perro además puede llevar amigues, sacar a pasear a humanoides en versiones diversas. Un perro puede pasear al día a toda la familia. Y los que no queremos perros, nos jodimos. Los perros están por encima de los niños y los seres humanos. ¡Qué vida tan perra la de los humanos!
La sociedad está quebrada. Estamos rotos. Estamos habitando un trauma. Y eso no se resuelve con nueva erismo, ni buena ondismo. No es ser optimista y pensar que de esta salimos. Es que no sabemos. Habitamos una desazón, esa de no saber nada. Esperamos poco, poder salir a la calle, tener algo que comer, lograr un abrazo, respirar y caminar, tan poco como un beso, tanto como un querer, demasiado como sexo real. Y se la pasan hablando de La Cosa y la economía. Y nosotros, ¿esos que somos humanos? Somos solo una preocupación en cuanto consumidores. Para salir de este trauma requerimos otra historieta, una que responda a otro ecosistema de necesidades y esperanzas. Ya aprendimos que se puede vivir con poco, que hay que salirse del consumismo. Pero, si huimos de ahí se quiebra la economía y otra vez seremos los malos: siempre somos los malos, menos cuando hay elecciones que somos bellos.
Una sociedad otra. Unos se imaginan el fin del capitalismo. Eso no va a pasar, si algo ha demostrado el capitalismo es que se reinventa siempre y siempre acoge toda vanguardia, idea, crisis, virus y las convierten en negocio de los que tengan capital. Ahora será capitalismo “ecosistémico” y “mafioambiental”. Otros dicen que ganamos una “conciencia ecosistémica”, y es verdad, pero de eso no vivimos, mañana tenemos que comer y queremos un poco de capitalismo para nosotros. Tal vez, donde si puede haber una revuelta es que vamos a gozar como nunca los cuerpos, nos vamos a querer más cuerpo a cuerpo, aprendimos que somos el cuerpo que habitamos. Y que un cuerpo es sus afectos, sus broncas, sus bailantas, sus sonrisas. Y que para que los cuerpos sean felices, alegres y contraculturales deben estar con otros formando un común. Tal vez regresemos a lo tribal de cuerpos, afectos, comunalidad que celebran la alegría de estar juntos, una espiritualidad de estar con otros. Tal vez.
La diversidad murió. El valor cultural mejor habitado del siglo XXI era la diversidad cultural. Había periodismos, músicas, librerías, teatros, performance en el margen y que desde ahí celebraban la independencia y las maneras otras de crear y actuaban el diálogo intercultural. Esos, nosotros los pequeñitos con experimento e ilusiones, nos quebramos. Los grandes de la tecnología, de la economía, de los mono y oligopolios, los grandes medios, los grandes del entretenimiento, los grandes de la cultura… aguantan. Tienen el capital. Dominan el mercado. Bienvenidos a la unicultura. Los pequeños, independientes y disidentes; los que buscaban la belleza, jugaban a las ideas, imaginaban humanismos… esos desaparecerán. Y los dinosaurios no desaparecerán.
Los inteligentes. Hay muchos muy inteligentes pensando. Unos dicen, vivamos sin tecnologías digitales, sin celulares, sin conexiones, sin redes: regresemos o reinventemos desde y en lo humano. ¿De verdad, él o ella lo van a hacer para dar ejemplo? ¿Humanamente le podemos pedir el sacrificio a los de abajo, otra vez? Otros dicen que esto es el fracaso del capitalismo (que lo es) y piden otra matriz productiva. ¿De verdad? ¿Alguien los oye, alguien del poder se entera? ¿A quién hablan? Y como es esa matriz productiva otra, nos hará felices a todes, o solo a los bienpensantes clasemedieros con contrato académico o editorial asegurado. Otros proponen “abrazar nuestra vulnerabilidad”. Y es verdad, abracémosla, pero con empleo, vivienda digna, salud, educación, agua y vida; primero lo primero, otra vez los que hablamos desde el privilegio pidiéndole a los otros que hagan lo imposible, para lo fácil nosotros los que habitamos el privilegio.
La virtualidad es un mito. Los vende humos de tecnología nos prometieron esta vida en cuadritos y desde casa, y se imaginaron un mundo feliz sin derechos laborales, sin jornadas de trabajo, con productividad al máximo, donde cada uno es un empresario, un emprendedor y un innovador. Y eso fue comprado en el mundo mundial por derecha e izquierda. Pues, esta Cosa lo logró. Y fuimos, y vimos, y no nos gustó. El chamuyo que más se cayó fue el de la educación, que decía que los jóvenes vivían en mundos digitales de redes, aplicaciones y videojuegos. Y que allí había que educar. Y fuimos, y nos dimos cuenta, que los nativos digitales habitan su mar para su vida íntima, divertirse, ritualizar sus subjetividades, no para educarse. Para eso, prefieren eso viejo llamado Escuela, Colegio, Universidad: eso jurásico llamado encuentros, cuerpos, joda, baile, sexo, músicas, drogas y amistad. Volvimos a recordar que a los niñes, adolescentes, jóvenes y mayores les gusta ir a esos sitios jurásicos pero no les gusta es entrar a clase. Eureka, la educación es socialización, encuentro, rituales… no educación virtual. La época educativa es para vivirla a full y marcar el cuerpo, no para estudiar. Estudiar es el peaje. Y así ha sido siempre.
Se cayó el internet. Solo nos quedamos nosotros, la guerra si hay es contra uno, contra el ciudadano… y desde abajo y con la gente y en el territorio podremos revelarnos e inmunizarnos ante el sistema porque como dice Patricia, el virus es el sistema. Los cuadritos pueden seguir. Ud los puede escribir. Y serán mejores. Y es que no sabemos. O mejor lo que sabemos, lo sabemos entre todos.