Cosecha Roja.-
Benjamín tenía dos años y apareció muerto en un descampado de Ostende la semana pasada. Su mamá, Claudia Ayala quedó detenida y acusada de asesinarlo de un golpe en la nuca. Los vecinos denunciaron que ella le pegaba al nene y lo descuidaba. Las mujeres también son hijas del patriarcado y a veces la violencia se convierte en la herramienta que gobierna el hogar. ¿Cómo es la maternidad en una vida atravesada por múltiples violencias? ¿Qué pasa cuando ser mamá no es una elección?
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Fabiana tiene 31 y es mamá de siete hijos. El primero nació cuando ella tenía 16 y todos llevan su apellido: ninguno de los varones con los que tuvo relaciones se hizo cargo de los niños (algunos son adictos y otros murieron). A cuatro de los hijos, la Justicia los fue a buscar a la escuela con un patrullero porque ella les pegaba. Al más chico, un bebé, se lo llevaron de sus brazos y no le dijeron a dónde. Ella vive alquilando piezas en el conurbano y consume pasta base.
– Usted tiene que tener una casa cómoda para que cada niño pueda vivir en condiciones habitables. Ese es el primer paso. ¡Va a tener que demostrar mucho! – le dijeron en la Justicia.
Sos las condiciones que le ponen para devolverle a los hijos. Sólo quedaron con ella el de 13 y el de 15. Aunque son adolescentes, hablan como si fueran grandes. Están “curtidos”, conviven con los golpes y creen que “a todos los chicos les pegan”.
– Si hace falta, nosotros podemos ir a instituciones, así a mi mamá le devuelven a los hijos – le propuso uno de ellos a la trabajadora social que lo atiende.
“¿Cómo podemos pensar una maternidad no violenta en una historia de vida atravesada por múltiples violencias?”, se preguntó Laurana Malacalza, coordinadora del Observatorio de Violencia de Género en la Defensoría del Pueblo de la Provincia de Buenos Aires. Ella escucha las historias de madres de sectores populares. “Las mujeres jóvenes y pobres de los sectores más excluidos fueron atravesadas por la violencia. Entonces, en el momento en el que les toca el rol de madre -o cualquier otro-, también ejercen esa violencia”, explicó a Cosecha Roja.
Cuando quedan embarazadas, a las mujeres se les exige que desaparezcan las marcas que la violencia dejó en sus historias. Se espera que convertirse en mamá sea lo mejor que les pasó en la vida, un cuento de princesas, la aparición mágica del instinto materno. “Eso no existe. Es como si no importara tu contexto, como si primara algo biológico aunque te hayan pegado tus papás, hayan matado a tus primos o la policía te haya clavado no sé cuántos puñales. Es como si hubiera una esencia femenina que se va a expresar en puro amor”, dijo a Cosecha Roja Eleonor Faur, doctora en Ciencias Sociales.
Malacalza coincidió: “Una niña que ha sido abusada sexualmente, que vive en un contexto familiar de violencias atravesadas entre todos los integrantes, rodeada de la corrupción policía en el barrio y se cruza con las redes de narco en el recorrido que hace de su casa hasta la escuela, tiene un sentido e interpretación de la violencia distinto a una de clase media urbana”. En cada clase social, los niveles de tolerancia son distintos. En algunos contextos es una herramienta de supervivencia que conforma la identidad y cumple un rol más “utilitario y pragmático”: se aprende a usarla, se convive con ella, sirve para negociar.
Cuando el violento es un varón, la primera explicación suele ser que es un hijo sano del patriarcado, de una sociedad que promueve relaciones de poder desiguales. Si es una mujer la que pega o mata, nos horrorizamos. “Las mujeres también somos hijas del patriarcado y reproducimos relaciones de poder y conductas violentas”, dijo Malacalza.
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Si bien en los últimos años se dio más visibilidad a las mujeres profesionales con acceso socioeconómico que deciden no ser madres, tener hijos no siempre es una elección. A veces es producto de falta de educación, de desconocimiento sobre los métodos anticonceptivos, de la imposibilidad de acceder a la información o a los medios para abortar. “Hay mujeres que sienten que las forzaron a tener hijos, que no tuvieron la posibilidad de debatirlo ni cinco minutos”, dijo a Cosecha Roja Miriam Maidana, psicoanalista e investigadora UBACyT en Consumos Problemáticos. Y contó: “Una cosa es la idealización del niño y otra es el bebé que llora, que agota con la teta, que te hace salir rajando a las tres de la mañana al hospital porque tiene fiebre”.
Micaela tenía 17 y cursaba el último año del secundario cuando quedó embarazada de gemelos. Ella y su novio Lucas decidieron dejar la escuela. Él prometió trabajar para juntar plata para la futura familia pero no lo hizo. “Hasta uno me bancaba”, le dijo él cuando se enteró de que eran dos bebés.
Para ella las cosas se pusieron difíciles. Según Lucas, “se tiró en la cama a dormir”. Pero lo que Micaela sufría era no poder ir a bailar como hacían las amigas de su edad, estar “gorda” y haberse alejado del colegio, de sus espacios, de sus vínculos.
Lo que siguió fue una historia de desapego: los gemelos nacieron prematuros y Micaela no logró conectar con ellos. Tampoco se desgarró cuando uno de ellos murió ni visitó al otro cuando le dieron el alta, apenas pisaba neonatología. En su casa no había un lugar preparado para el recién nacido. “No es un problema, nosotros estamos acostumbrados a ser muchos”, decía la mamá de la adolescente.
“El embarazo había suspendido un momento de su vida y, al dejar de estar embarazada, lo podía recuperar. Mientras, el equipo médico la quería forzar a ‘ser madre’ y a que sintiera que era lo mejor que le pasó en la vida”, dijo Maidana.
Micaela no quería ser mamá. Desde que quedó embarazada, su vida giró en torno a su nuevo rol: a partir de entonces todas sus acciones fueron juzgadas no como ciudadana, estudiante, adolescente sino como “mamá”. A los varones no se los mide con la misma vara: no nos espantamos porque Lucas abandonó a su novia y su bebé, no cuestionamos a los femicidas que matan a la mamá de sus hijos por no haber cumplido su “rol paterno” de protección. “Sí nos horroriza ver que la mujer no se comporte exactamente como la sociedad espera, que no cumpla su rol de cuidadora”, explicó Malacalza. Para la abogada Sabrina Cartabia, “una mujer que abandona a su hijo, para nuestra sociedad es un monstruo. Un tipo que abandona sucesivamente a sus hijos es, por ejemplo, Maradona”.
“Hay que desnaturalizar la noción edulcorada de que las mamás son necesariamente ‘buenas’ para los chicos. Que la sociedad haya legitimado más la violencia masculina que la femenina, no quiere decir que las mujeres no ejerzan violencia en el interior de su hogar”, dijo Faur. Los varones pegan más, pero no son los únicos que pegan.
Según un informe de UNICEF y el programa las Víctimas contra las violencias, de los 33 mil llamados recibidos entre 2009 y 2013 en la ciudad de Buenos Aires, 9.727 eran niños, niñas y adolescentes. El 76 por ciento de los agresores son padres, el 13 los padrastros y el 9 las mamás.
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La otra arista de este problema es el Poder Judicial: “Los abogados y abogadas, fiscales y jueces son de clase media y media alta, ricos, privilegiados. Tienden a encasillar las realidades de los sectores populares con sus propios ojos, no hablan el mismo lenguaje, no entienden la lógica de vida”, dijo a Cosecha Roja Sabrina Cartabia, abogada. Así, por ejemplo, las criminalizan por “no haberse ido de la casa” o por “no haber cuidado a los niños de sus padrastros”.
A Celina Benítez y a Yanina González las acusaron de “abandono de persona” por las muertes de sus bebas. En ambos casos los responsables fueron los padrastros. González tenía 23 años y un retraso madurativo, estaba en pareja con Fernández, un hombre que la golpeaba a ella y a su hija Lulú. Durante el juicio, la fiscal Carolina Carballido trató a González de “mala madre” y llamó a declarar al femicida de Lulú. Los jueces la absolvieron y la liberaron.
A Feliciana Bilat la maltrataron en todas las etapas judiciales de la causa en la que denunció a su ex marido de abusar de su hija. “Decían que yo era una madre sobreprotectora y que había una influencia muy grande sobre la psiquis de la niña”, contó a Cosecha Roja. El tribunal absolvió al hombre.
En Colombia le echaron la culpa a una mujer por abandonar a su hijo adolescente, que se suicidó tras ser víctima de reiterados episodios de bullying escolar. “Las mujeres son las primeras señaladas cuando chico en situación de riesgo o muere por accidente o descuido”, dijo Faur. Y agregó: “La imagen de la mamá buena, abnegada, que sólo quiere dulzura y bienestar para sus hijos sigue permeando nuestras cabezas, creencias y vivencias por más que la realidad grite que esto no es así”.
Foto: Lucía Baragli
Nota publicada el 28/10/2015
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