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Como médiums, desde el viernes miles de mujeres de todo el mundo contaron en primera persona en las redes sociales el calvario de nuestras muertas. Ángeles Rawson, Lola Chomnalez, Anahí Benítez, Araceli Fulles y Lucía Pérez cuentan el horror: fueron secuestradas, violadas, empaladas, asesinadas. Todas fueron víctimas del machismo.  Las imágenes espectrales,  los gritos ahogados de las que no descansan en paz inundaron nuestros timelines. “Te lo cuento yo porque ella no puede contarlo”.

 

El mensaje impacta. Habla de ponerse en el lugar de la otra. De ser Natalia, Micaela, Araceli, Lucía por un rato. De entender que también nos puede pasar a nosotras, a vos, a ellas, a cualquiera. No importan los centímetros de la pollera ni los litros de alcohol en sangre. No importa el barrio ni la clase social. No importan la cantidad de libros que leíste ni de cigarrillos que fumaste. No importa si estabas sola o acompañada. No importa cuántas veces tu mamá te dijo que te cuidaras. No importa cuánto hicieron tus padres para cuidarte.

Tampoco importa cuánto te alejaste de tu casa ni la hora en que saliste. Porque también puede pasar adentro de tu casa. O en la casa de tu novio, de tu tío o de tu abuelo. El miedo te acecha de noche, pero también a plena luz del día, en la vereda y en tu habitación. El abusador es el cantante de tu banda favorita, es el chofer del taxi, es el vecino de la otra cuadra, es tu novio, es tu papá. El patriarcado no se revela en el hombre de la bolsa que nos mantenía guardadas en casa cuando eramos niñas. Se revela en el peligro que te vigila y te somete de cerca.

Por eso es necesaria la multiplicidad de voces, la reproducción de las historias. Para que se vuelvan cercanas. Tan cercanas como la voz de los abusadores. Como la voz de los machistas que nos susurran, que nos gritan, que nos manipulan. Tenemos que tapar esas voces con las nuestras y con las de las que ya no tienen voz.

 

 El #NiUnaMenos fue una bisagra en Argentina. Un estallido de bronca y tristeza. Un despertar. No llegamos a abrazar a las que faltan, pero por eso mismo les debemos esta lucha, esta repetición hasta el hartazgo. Les debemos la memoria.