El caso de “la ruta de la efedrina”, que puso al descubierto las renovadas conexiones del narcotráfico mexicano en Argentina terminó hoy, después de cuatro años y dos juicios en los que se analizó la responsabilidad que tuvieron 32 implicados en el tráfico de efedrina y metanfetaminas. La principales condenas, a 14 años de prisión, fueron para el mexicano Jesús Martínez Espinosa y el argentino Mario Segovia, los supuestos jefes de las bandas narcos que en 2008 fueron bautizados por la prensa como “los reyes de la efedrina”.  Ricardo Martinez, el padre del actor Mariano Martinez, fue condenado a cuatro años. La investigación dejó en claro que el itinerario de la producción de metanfetaminas comenzaba en Buenos Aires, atravesaba el continente y hacía una escala en territorio mexicano, desde donde los cárteles distribuían a Estados Unidos. Las ganancias eran millonarias. Como resultado de esta causa, por primera vez en la historia un grupo de mexicanos fue condenado por el delito de crimen organizado en Argentina. 

Por Cecilia Gonzalez – Especial para Cosecha Roja.-

La mañana del miércoles 16 de julio de 2008, el Teniente Primero Abel Enrique de la Cruz atendió el teléfono que sonaba insistentemente en la Dirección de Investigaciones de Tráfico de Drogas Ilícitas de la Delegación Zárate-Campana.

-Parece que hay un laboratorio de drogas, huele muy raro, vengan a investigar.

La voz anónima dio la dirección de una casa ubicada en la calle de Echeverría, entre Quemes y Las Retamas, en la localidad de Ingeniero Maschwitz, una tranquila zona residencial del municipio de Escobar. Los habitantes del barrio pertenecen, en general, a la clase media y suelen reconocerse entre sí. La repentina presencia de tantos extranjeros les parecía sospechosa.

El caso recayó en el juez federal de Campana, Federico Faggionato Márquez, quien esa misma noche ordenó un operativo de vigilancia. El policía Luis Eduardo Peralta se apostó en la esquina de la casa y, horas después, escuchó una pequeña explosión, seguida de humo blanco que se esparció hacia el cielo. Sintió un olor parecido al quitaesmalte y ardor en los ojos, pero aun así alcanzó a sacar algunas fotos.

Faggionato Márquez recibió el informe al día siguiente. Algo, efectivamente, olía mal. Por la noche decidió adelantar un allanamiento, sin tener siquiera idea de lo que le esperaba.

Lo que encontró fue el primer laboratorio de metanfetaminas detectado en Argentina y manejado, además, por narcotraficantes mexicanos.

El operativo marcó el inicio de una historia que fue bautizada como la “megacausa de la efedrina”. La revelación más importante fue que los narcotraficantes mexicanos habían creado la nueva ruta Argentina-México para traficar efedrina, el codiciado precursor químico indispensable para la elaboración de drogas de diseño y que, incluso, habían comenzado a procesar aquí mismo las metanfetaminas, los estimulantes que provocan elevados niveles de euforia y son de fácil adicción.

Si algo quedó claro fue que los narcotraficantes habían inventado todos los medios posibles para llevarse la efedrina o las metanfetaminas. Las enviaban desde Buenos Aires por barco, ocultas en toneladas de azúcar o en materiales de construcción; escondidas en pequeñas dosis en suelas de zapatos; metidas en el doble fondo de maletas; o disueltas en botellas de vino torrontés blanco que no despertaban sospecha alguna en el aeropuerto de Ezeiza, porque llevar vino de Argentina es como comprar tequila en México: una tradición.

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La causa de la “ruta de la efedrina” tuvo muchos problemas desde el principio. Era tal el cúmulo de detenidos, prófugos, expedientes y cargos, que el caso de dividió en dos juicios, pese a las impugnaciones de los acusados que pidieron ser juzgados en un solo proceso. Entre ellos, los dos supuestos “reyes de la efedrina”.

Uno era Jesús Martínez Espinosa, el empresario mexicano dueño de la quinta de Maschwitz que fue señalado como el líder del Cártel de Sinaloa en Argentina, aunque nunca se comprobó su pertenencia a ninguna organización criminal específica. El mismo que hizo negocios con el farmacéutico Sebastián Forza, quien terminó ejecutado, tirado en una zanja junto con sus amigos. Martínez Espinosa no fue detenido en la casa el día del allanamiento porque estaba en México, pero se dictó orden de captura internacional en su contra y en octubre de 2008 fue extraditado desde Asunción, en donde estaba escondido, a Buenos Aires.

El otro “rey de la efedrina” era Mario Segovia, un empresario rosarino que fue detenido en noviembre de 2008, acusado de haber utilizado una identidad falsa para enviar toneladas de efedrina a cárteles mexicanos y de convertirse en su principal proveedor argentino.

Presos en los penales de Marcos Paz y de Ezeiza, Martínez Espinosa y Segovia estuvieron pendientes del primer juicio de la “ruta de la eferina, que comenzó el 4 de agosto de 2010, dos años después del allanamiento de Maschwitz.

En esa ocasión, el proceso involucró únicamente a actores secundarios de esta historia: los nueve mexicanos detenidos en la quinta, a otros dos mexicanos detenidos con metanfetaminas en Ezeiza y a nueve argentinos imputados como cómplices de la red de tráfico. Sólo dos meses después, el 8 de octubre, el jurado del Tribunal Oral Federal 2 de San Martín condenó con penas de cuatro a seis años a 15 de los acusados y absolvió a cinco. Todos eran considerados como subordinados, empleados de Martínez Espinosa o de Mario Segovia.

Aunque las condenas fueron mínimas –se les podían haber dictado penas de hasta 20 años-, el fallo fue histórico porque por primera vez un grupo de mexicanos fue juzgado en Argentina por el delito de producción de estupefacientes agravado por la participación de más de tres personas. Es decir, por crimen organizado.

El segundo juicio fue muy diferente. Tardó mucho en empezar, pero, por fin, el 21 de octubre de 2011 los imputados como jefes del tráfico de efedrina se sentaron frente a los jueces María Lucía Cassain, Alejandro de Korvez y Lidia Soto, en un proceso que también incluyó a 10 de los presuntos socios principales de la cadena de narcotráfico.

Fue un juicio más complicado. A diferencia de la brevedad del primero, duró casi 10 meses porque sólo se pudo realizar una audiencia semanal y los jueces tuvieron que escuchar a más de 400 testigos.

Un ausente fue omnipresente: Federico Faggionato Márquez, el primer juez que tuvo la “ruta de la efedrina” y que en marzo de 2010 ya había sido destituido por mal desempeño de sus funciones. Audiencia tras audiencia, se escucharon testimonios y acusaciones sobre las pruebas que escondió, sus extorsiones contra varios de los acusados, sus detenciones arbitrarias, la mediatización con la que contaminó la investigación, las filtraciones que hizo a los periodistas en pleno secreto de sumario y el uso político que dio al caso.

Las condiciones de los “reyes de la efedrina” también fueron muy diferentes.

En cada audiencia, Segovia pudo sentarse al lado de su esposa, Giselle Ortega, también procesada, pero en libertad. Se tomaban las manos. Hablaban. A veces hasta reían. Su equipo de abogados, encabezado por Mariano Cúneo Libarona, argumentó durante nueve horas en dos audiencias para tratar de convencer al tribunal de la inocencia del empresario. El alegato parecía interminable.

Martínez Espinosa, por el contrario, estaba solo. A sus 51 años, caminaba enfermo, demacrado, arrastrando los pasos con lentitud, cabizbajo, avejentado, ya sin el abundante bigote ni la confianza que había presumido cuando fue detenido en Paraguay. En cada audiencia se mantenía aislado y en silencio, con la vista perdida. Su esposa y su hija, que habían venido en noviembre de 2008 a Buenos Aires y realizado una campaña mediática para defenderlo, regresaron al año siguiente a México y no volvieron más. Dicen ellas que porque él se los pidió, para evitarles el dolor de verlo preso. Dicen abogados y familiares de otros detenidos que ellas, simplemente, lo abandonaron.

Su abogado, Francisco Chiarelli, le puso el dato de color al juicio. Literalmente. El día de los alegatos, pidió permiso para pegar en un pizarrón dos cartulinas de un amarillo intenso en las que había frases y dibujos hechos a mano, que nadie alcanzaba a leer. Parecía un infantil trabajo escolar, pero en realidad era su apoyo para explicar el proceso de fabricación de las metanfetaminas. Si el equipo de Cúneo Libarona cansó por lo extenso de su alegato, el de Chiarelli sorprendió por su brevedad. Defendió a Martínez Espinosa, principal acusado del tráfico de efedrina, apenas durante una hora.

-No quiero ser cruel, pero no creo que este señor esté en condiciones de organizar nada-, dijo señalando a su defendido enfermo, el mismo al que años antes ya había comparado con Heidi “por su evidente inocencia”.

De poco sirvieron los argumentos de los abogados. Los jueces concluyeron que Segovia y Martínez Espinosa eran culpables y, con sus condenas, pusieron fin, después de cuatro años y 23 días de juicio, a “la ruta de la efedrina”.

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