Del aborto y otras interrupciones: ¿quiénes son esas mujeres?

Martha Rosenberg es feminista, psicoanalista, médica y una de las “históricas” de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Su nuevo libro (editorial Milena Caserola), es un recorrido de más de 40 años que compila sus textos, reflexiones, ensayos e intervenciones en el mundo del psicoanálisis, la política y las luchas feministas. Te compartimos un fragmento, a modo de adelanto.

Del aborto y otras interrupciones: ¿quiénes son esas mujeres?

Por Cosecha Roja
27/10/2020

¿Quiénes son esas mujeres? I*

Por Martha Rosenberg

1. Todos los años, en nuestro país, alrededor de 500.000 mujeres resuelven la crisis subjetiva provocada por un embarazo que no pudieron evitar y que no están en condiciones objetivas o subjetivas de llevar a término, mediante su interrupción voluntaria. Son los embarazos que llamamos no deseados, involuntarios, inesperados, no planificados, inoportunos, insostenibles. La constante es el prefijo “in” o el adverbio “no” que niegan su posibilidad de continuar el proceso que los conduciría hasta ser otra cosa que un embarazo. Medio millón de mujeres resuelven por medio del aborto el conflicto dilemático causado por un embarazo involuntario. Se sustraen así del cumplimiento del mandato social de la maternidad, que la postula como destino naturalizado para toda mujer y para todo embarazo.

Corroen con su práctica el ideal de femineidad maternal y socavan la creencia en la redención de la actividad sexual pecaminosa por la santidad de la procreación. Para estas mujeres, lo que se predica desde los púlpitos como “cultura de la muerte”, se revela, por el contrario, como condición de una vida posible para sí mismas y para sus más cercanos (sus hijos/as de corta edad).

Las posturas religiosas fundamentalistas construyen un otro simétrico y privilegiado en donde solo existe un proyecto biológico mudo que podría ser el sustrato del proceso de humanización si, y solo si, hubiera un deseo de hijo que acompañe y que infunda en esa realidad biológica un espíritu de continuidad y trascendencia de la propia vida y del vínculo sexual fecundante del que es resultado.

El deseo del Otro, materializado en el proyecto institucional de la Iglesia Católica de disciplinar la sexualidad –la de las mujeres– bajo el paraguas de la reproducción, no basta para inspirar efectivamente en cada embarazo, un proyecto de maternidad. Ni hablar del proyecto de paternidad según el supuesto canon de “la familia tipo”, cada vez menos “tipo” y menos abarcada por el artículo singular“la”.

Cuando se decide un aborto, surge en acto una crítica de los modos socialmente codificados de pensamiento y conducta, que subvierte los valores dominantes en crisis, abriendo espacios de posibilidad a nuevas posiciones subjetivas, en un nomadismo que no solo desplaza a las protagonistas de su situación de subordinación, sino que reformula el paisaje en el que transcurre la acción. En estas transformaciones, significadas de manera singular, se inscriben valores positivos y negativos, que deberán ser elaborados con los recursos simbólicos disponibles para cada persona y pasarán a formar parte de su biografía, es decir, de su identidad.

El “yo aborté” enuncia la asunción de responsabilidad por las propias acciones y detiene el borramiento de la imagen bifronte del poder femenino: dar la vida gestando y pariendo un hijo, o no darla, interrumpiendo el embarazo.

Este es el poder que está en juego en el derecho al aborto y, por lo tanto, en el control de la reproducción de la especie humana, inescindible de la reproducción de la vida social. La inveterada práctica del aborto, escena transhistórica del poder femenino, subyace a la espesa capa de silencio y ocultamiento que impone la conservación de la potestad patriarcal misógina sobre las vidas y los cuerpos.

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2. Una perspectiva histórica del procesamiento político del derecho al aborto
La primera solicitada del Foro por los Derechos Reproductivos, publicada en 1993 se titulaba: “Aborto ¡Basta de silencio!” Desde entonces, se ha construido un movimiento, que, con altibajos que no impiden su continuidad, ha horadado ese silencio y enuncia en voz alta y colectivamente la demanda por la legalización y la descriminalización de las mujeres que abortan. Y las articula a las condiciones imprescindibles para la prevención del embarazo involuntario y el aborto: educación sexual para decidir y anticonceptivos para no abortar.

Desde la interjección ¡Basta! se ha construido una voz colectiva y plural que interviene en la actual escena política.

Desde su inicio en 2005, la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito afirma: “La clandestinidad del aborto no impide su realización, aumenta los riesgos y atenta contra la dignidad de las mujeres y de toda la sociedad. No queremos ni una sola muerte más por abortos clandestinos”. De 2005 a 2011, 2.500.000 abortos clandestinos han sido vividos por las mujeres, enfrentando la criminalización que las amenaza. Ya han muerto en ese período, a causa de abortos mal realizados, alrededor de 500 mujeres. Esta deuda social, que se sostiene al precio de la libertad, la vida y la salud de todas las mujeres y que las segrega y vulnerabiliza en función de la carencia de recursos económicos y culturales, debe ser pagada. Por eso, la legalización del aborto es una deuda de la democracia.

3. […] El derecho a la interrupción voluntaria del embarazo califica éticamente la maternidad asumida. Construye humanidad para las mujeres, para sus hijas e hijos y para toda la sociedad, al destituir el automatismo biológico de la procreación y poner a su capacidad de gestar y parir un régimen de asentimiento subjetivo de la mujer.
Un movimiento social se ha hecho cargo de transformar la práctica del aborto, ocultada y silenciada, producto de una resistencia individual a imposiciones culturales, en soporte político de un movimiento de reivindicación de los derechos y la dignidad de las mujeres, que abarca muchos más actores sociales que sus protagonistas.

4. No me voy a centrar en la prevención de la práctica del aborto, objetivo que forma parte de sus consignas, ni en los aspectos legales, sino que trataré de reflexionar sobre la significación del aborto como síntoma social.

Foto: Victoria Gesualdi

Foto: Victoria Gesualdi

Con frecuencia se reduce a las mujeres a la condición de víctimas de las situaciones que las llevan a esa determinación, olvidando que son protagonistas y agentes de un cambio en las relaciones sociales de género. Desde una posición heterosexual –que es la de la mayoría de las mujeres que recurren al aborto– resisten el concepto de que la sexualidad potencialmente fecunda debe ser validada o pagada con la reproducción. No prestan su cuerpo al concepto de maternidad como sacrificio y destino femenino inexorable. Encuentran una forma de enfrentar un embarazo involuntario y tomar una decisión, que les resulta preferible a una maternidad que no desean o que no pueden asumir. […]

5. La acción de interrumpir un embarazo, que se revela en las estadísticas como persistente y extensamente difundida, se podría considerar políticamente irrelevante en relación con las formas políticas convencionales, dado que es común que permanezca oculta en la intimidad de la escena privada. A pesar de que es una decisión de la máxima importancia, su privacidad permite que quede banalizada y replegada en un limbo ético, en el cual evitar las represalias (por medio del secreto y el silencio), impide al mismo tiempo desplegar la plenitud de sus efectos políticos: -Ejerzo soberanía sobre mi vida. No permito que me sometan a planes o designios que no sean míos (el del violador, el de las políticas de salud ineficientes, el de la privación de educación y de educación sexual, el del ejercicio de mi sexualidad en el brete del sometimiento a la función reproductiva). En ese sentido, la IVE pone en acto la sustracción del propio cuerpo a un destino heterónomo. Y tal vez es por eso que las mujeres no se detienen ante la criminalización, ni lo hacen las creyentes católicas, que son una mayoría de quienes lo practican, aunque sea un pecado grave. Las cifras de abortos en Latinoamérica, el mayor continente católico, son proporcionalmente de las más altas del mundo. Según Marcela Lagarde, para muchas mujeres, es la primera decisión autónoma que toman en su vida. Y agrega que la lucha por el derecho al aborto es la batalla por la humanización de las mujeres.

Este carácter de sustracción del cuerpo femenino al mandato patriarcal motiva la férrea oposición, en la cúpula eclesiástica y los sectores conservadores que desde el poder, tienen que asegurarse el dominio de la reproducción social. Una de cuyas bases necesarias es el poder que otorga a las mujeres su capacidad biológica de dar vida, como condición del sostenimiento de las estructuras sociales de reproducción. Reproducción multidimensional: relaciones de género, familia, producción de fuerza de trabajo, distribución de la riqueza, todo se reproduce. Tanto los cuerpos como las relaciones en las que se construyen.

Para las mujeres el dominio de sus cuerpos, su avasallamiento por el poder patriarcal, la oscuridad totalitaria, son encarnados hoy, no tanto en los varones singulares (cada vez más sumidos y consumidos en la fuga de la pesada carga de tener y sostener el falo) como en la institución de la Iglesia vaticana y el Estado.

6. Paradójicamente, interrumpir un embarazo, impedir un nacimiento, proyecta un futuro para alguien, cuyo “credo consiste en negar los valores positivos vigentes, a los que (todavía) permanece vinculado”. ¿Quién? La mujer que toma la decisión de abortar y así funda su futuro: sobreponiéndose a la seducción de consagrar el pasado ancestral como destino. Espera poder escapar a la mimesis de la femineidad que la precede, e inventar una nueva forma de habitar su cuerpo y su genealogía, en la que se reconozca y se habilite para cursos de acción individual y propia. Busca la felicidad fuera del estereotipo.

El síntoma social aborto demanda una interpretación. Desde luego que desde los discursos que teorizan lo social, pero aún más, del sujeto (¿la sujeta?) que lo asume como acto propio. Se des-sujeta. Y queda disponible para crear otra significación para su vida. No necesariamente una “buena”, pero sí una oportunidad (¿nueva?) para crear una historia propia, aunque no necesariamente llegue a hacerlo. Señalemos que este es un arduo trabajo y suele requerir un diálogo con interlocutores/as dispuestos/as a facilitar la expresión y reflexión honesta y no a impedirla bajo un discurso culpógeno y pastoral (en el sentido de volverla al redil).

Si para muchas es la primera decisión de su vida que las recorta como sujeto, lo mismo puede predicarse de la decisión de maternidad, cuando se desea y se acepta, es decir cuando es decidida con libertad en el contexto de conflicto que habitualmente encuentra o crea la noticia del embarazo, tanto para la mujer, como para su pareja y su descendencia, si las tiene. Esta(s) decisión(es) son siempre performativas: crean una nueva figura en su biografía. Es la figura de alguien que realiza un trabajo de pensamiento, en el que objetiva su situación (diría Simone de Beauvoir) y discierne –opina, (diría H. Arendt)– qué puede elegir mantener y qué puede elegir perder. Pensamiento situado (diría Donna Haraway) que reconoce su parcialidad y declina la omnipotencia de poder realizar todos sus deseos.

Un nacimiento se anuncia. Cuando no es el de un niño o niña, será el de una mujer que le dice no a su determinación por los avatares biológicos de su función reproductiva, ya no más capturada sin remedio por las alternativas de su (hetero) sexualidad. Tanto la mujer como su entorno tienen que asumir los efectos. La decisión moviliza las relaciones más íntimas y significativas, públicas y privadas, y mientras se entablan nuevos diálogos, se cierran otros.

Foto: Helen Turpaud Barnes

Foto: Helen Turpaud Barnes

7. Se puede afirmar que cuando el embarazo involuntario es el problema, el aborto es la solución. En buena parte del mundo occidental y cristiano (Estados Unidos; Reino Unido; Francia, Italia, España; Alemania, Bélgica, Holanda, Portugal, Sudáfrica, etc.) así como en otras culturas, esto está instituido. Los Ashanti de África Occidental ven el aborto como un deber si el embarazo ocurre en circunstancias inadecuadas, y son culpadas si no abortan cuando ha habido un error: el compañero, el momento, la falta de consumación de ciertos rituales obligan al aborto. No es el aborto lo que está mal: se trata de un embarazo equivocado, no viable. Si no lo interrumpen, se sienten culpables y en deuda con la sociedad. En un marco cultural como el nuestro, el aborto crea culpa, y en otro, la elimina.

La cultura wichi no admite hijos ilegítimos: éstos se deben abortar. El aborto del primer embarazo prepara para la próxima gestación, ya sí destinada a completar su desarrollo. En algunas culturas las mujeres abortan cuando pelean con el marido, en otras cuando las abandona. Vemos que el aborto no tiene un significado universal, más allá de las singularidades individuales: lo que una cultura prohíbe, otra lo prescribe o lo tolera.

8. El acontecimiento previo al aborto suele ser un coito en el que existe algún nivel de de-subjetivación, compulsión o coerción. El olvido del método anticonceptivo, la desestimación de la potencia generativa propia o la del partenaire, el sometimiento a la violencia manifiesta o al maltrato latente auto o hétero-infligido, la falta de cuidado del cuerpo y el futuro, la ilusión de que un bebé permita salir de la soledad y la orfandad real o vivenciada, la llegada de la edad madura, los abandonos afectivos, pueden dar lugar a la temida situación de un embarazo inesperado y sintomático.

Todas estas contingencias indican que aunque hubiera circunstancias óptimas de cobertura anticonceptiva que los disminuyan, los embarazos involuntarios ocurren y ocurrirán.

El planteo del derecho al aborto se apoya en su práctica masiva: es el suelo de transgresión muda del mandato de maternidad por parte de las mujeres de todas las condiciones, la fuerza social en la que se afirma la defensa de estos derechos. La prohibición resulta ineficaz porque hay un sujeto que resiste –muchas y cada una – que denuncia que prefiere vivir la condena social o judicial por el aborto, que la condena a una maternidad desdichada. Es esta posición subjetiva, sostenida por el cuerpo de las mujeres, por su experiencia histórica, la que ingresará legitimada al código legal cuando se consiga cambiar la ley.

9. La transgresión es fecunda cuando una mujer puede incluirse como sujeto del acto de interrumpir la gestación y reivindicarlo como derecho, incorporarlo a su historia como una decisión posible que implica, como todas, consecuencias sobre el curso de su vida. Incluso poder descartar un aborto, tiene otro valor si no se hace bajo el imperio del miedo a morir o a la sanción penal. […] Son estas regulaciones las que nos enfrentamos cada vez que nuestras prácticas del cuerpo transgreden las normas establecidas y presionan sobre los límites que éstas han impuesto a nuestro goce, cuando nos “desclasificamos”. Y es a partir de este des-orden que se produce el concepto de derechos reproductivos y derechos sexuales, que surge de las luchas de las mujeres por su libertad sexual. Cuando se trata de las mujeres heterosexuales que viven según las normas de las culturas patriarcales, la libertad sexual incluye la libertad reproductiva.

10. Para que el hijo exista, el embrión –ese extraño– debe ser humanizado por el deseo de la mujer, que entonces sí, se vincula como madre con ese ser al que nombra hijo/a, parte del cuerpo propio y al mismo tiempo ajeno.
Madre es aquella cuyo deseo hace del embrión/feto una persona. El vínculo no puede ser humanizado desde otro lugar: la bendición de la iglesia solo es eficaz mediatizada por una mujer que la pide y la cree. El deseo del Otro (genitor, cultura ambiente del grupo social, discurso médico de la fisiología sexual y su oferta tecnológica) debe pasar por la instancia de ser incorporado por el yo de la mujer que se asuma madre. Una de las formas del trabajo civilizatorio que prescribe la máxima freudiana “Donde Ello era, el Yo debe advenir.” La elaboración del hecho traumático del embarazo inesperado, cuando tiene éxito, permitiría alojarlo en la trama representacional del yo de la mujer y tomar una decisión sobre su potencialidad para devenir madre, adoptando, o no, ese embarazo.

11. ¿Qué afirma una mujer en el acto de abortar?: “Esto no es un hijo para mí.” Y lo dice en un momento en que ha desarrollado y elaborado el conflicto ético provocado por un embarazo involuntario. La ley penal reduce a la insignificancia el deseo y la capacidad ética de las mujeres para decidir sobre sus embarazos: siempre deben ser aceptados, el mandato social desconoce que existen condiciones en las que las mujeres pueden y desean hacerse cargo de transformar un embarazo en hijo/a, y condiciones en las que no. Los embarazos involuntarios ocurren en un cuerpo femenino de-subjetivado por causas variables, y con variable peso de la violencia física o simbólica implicada: la coerción directa o indirecta, el apasionamiento sexual irreflexivo, la ignorancia, la violación, la ineficacia de los métodos anticonceptivos, las relaciones de poder desfavorables en la negociación del coito y la prevención del embarazo, la variabilidad de los eventos hormonales, la inestabilidad emocional, las carencias materiales. Todas circunstancias en las que el sometimiento a órdenes causales heterónomos se “castiga” con el embarazo. Se podría decir que el aborto es el rechazo del embarazo como castigo, de la maternidad como destino inexorable, del sacrificio como pauta obligada del comportamiento femenino. Recupera la agencia de la mujer sobre su vida y su sexualidad. Asume responsabilidad por lo que le ha ocurrido y lo que le puede ocurrir. Afirma también que ha tenido relaciones sexuales sin que su objetivo sea la reproducción. La decisión de abortar subraya –a alto costo– la dimensión del derecho al placer sexual y a un proyecto de vida en el que las decisiones sobre la fecundidad sean producto de un proceso de significación deseante y de un juicio ético consciente.

La maternidad por elección, que es la maternidad deseada de las humanas, implica obligatoriamente que esté habilitada la opción de no elegirla. El derecho al aborto es la contraparte lógica de una maternidad elegida y responsable.

*Este artículo fue presentado como ponencia “Sobre el Aborto No Punible” en el Congreso de países del Mercosur sobre Bioética y Derechos Humanos, convocado por la Secretaría de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia de la Nación (diciembre de 2010) y publicado en la memoria correspondiente en el Boletín de dicha Secretaría, y posteriormente en la Revista Topía (marzo 2011) http://www.topia.com.ar. Seguí trabajando este texto que dio lugar a ¿Quiénes son estas mujeres? II, que figura a continuación, presentado en el Congreso Bios y Sociedad I Jornadas Interdisciplinarias de Ética y Biopolítica en Mar del Plata junio de 2012 y en la XI Jornada Nacional de Historia de las Mujeres de San Juan en septiembre de 2012. Fue publicado poco después en el libro “El aborto como derecho de las mujeres. Otra historia es posible”, Herramienta Ediciones, que Ruth Zurbriggen y Claudia Anzorena compilaron con las ponencias presentadas en la mesa de dicho nombre que organizó la Campaña. En cada presentación efectué algunos cambios y conservé intactas algunas partes. Presento aquí un extracto que omite los párrafos repetidos en ¿Quiénes son esas mujeres? II. Estos escritos son emblemáticos de la lógica del ritornello vigente en mi escritura a la que aludía en mi introducción, que pone de manifiesto la necesidad de agregar algunas ideas sin perder los núcleos que se repiten sin variación. Es posible remitirse a los párrafos eludidos en este mismo libro.