Julia Muriel Dominzain – Cosecha Roja.-
“Cuando yo, esta humilde trava, se vaya,
no me habré muerto…
simplemente me iré
a besarles los pies a la Pacha Mama”
Diana Sacayán se subió a una silla, se levantó la remera, mostró las puñaladas y heridas de su cuerpo y gritó:
– ¡Esto hace la prostitución! ¡No me digan que es un trabajo!
Lo hizo hace años, en un encuentro en Europa, frente a un grupo que defendía el trabajo sexual. Generar revuelo, para ella era normal: cada vez que hacía algo se encendía un torbellino. Revolucionaria, terrenal, rebelde, combativa, consecuente, guerrera y provocadora: así definieron sus amigos y compañeros de militancia a la travesti que apareció asesinada a cuchillazos antes de ayer en su departamento de Flores.
Los resultados de la autopsia indicaron que Diana intentó defenderse y que murió de una puñalada en el abdomen. La descripción coincide con el cuchillo que encontró la policía en la escena del crimen. Durante todo el día, acompañados por la Dirección General de Orientación y Protección a Víctimas del Ministerio Público Fiscal (Dovic), sus conocidos declararon en la Fiscalía de Instrucción 4. A la noche la velaron en la Asociación Boliviana de Laferrere. En esa localidad bonaerense vivió desde que vino de Tucumán con pocos meses, hasta hace un año.
Siempre que podía, Diana denunciaba que la prostitución no podía ser la única opción para las personas trans. Nació en Tucumán en 1976 y a los 17 tuvo que irse de su casa en La Matanza y dejar la secundaria. Como no tuvo preparación para competir en el mundo del trabajo, durante mucho tiempo la única alternativa fue la prostitución. Estaba convencida de que había que construir otras alternativas.
En julio de este año viajó a Cuba, a la VIII Jornada Cubana contra la Homofobia y la Transfobia. Su discurso empezó así:
“Ayer me pasó algo: intentando acceder al yahoo veo que los fotógrafos buscaron la peor foto mía, como hacen los medios hegemónicos con las personas trans para presentarnos como desordenadas, psicópatas, viciosas, putas”
El humor, la referencia a sus raíces indígenas y su franqueza dejaron a todos con la boca abierta. Cuando volvió escribió en Página/12: “Las chicas me miraban extasiadas, ven a Argentina como paraíso travesti. Hay una diferencia grande entre las travestis argentinas y las cubanas. Estas últimas, aun sin nuestros avances, cuentan con una gran ventaja: tienen un nivel educativo maravilloso. Te discuten todo y de todo saben. Todas las travestis que conocí tenían el secundario completo”.
A mitad de septiembre la cámara legislativa de la Provincia de Buenos Aires aprobó la ley de cupo laboral para personas trans: al menos el 1 por ciento del personal estatal local debe ser del colectivo. “El proyecto lo hicieron cien por ciento Diana y su Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación (M.A.L), le ponía el pecho a lo que fuera”, dijo a Cosecha Roja Daniela Castro la primera mujer trans directora de la delegación de DDHH de Mar del Plata. La idea había surgido tres años antes.
– Che, ¿por qué no laburamos una ley de cupo? – le dijo a Emiliano Litardo, abogado de las organizaciones Abosex y Allita.
Él le dijo que sí y empezaron a trabajar, casi como si fuera un juego, un impensable, una utopía. Pero no: Diana se lo cargó al hombro en serio y no paró. “Era la maestra de poner amor en la política”, dijo a Cosecha Roja Litardo. Él la había conocido casi 15 años antes, un día que ella estaba en la plaza de Laferrere enseñando a usar preservativos. “La suya era una militancia que no estaba solamente el cuerpo ni en lo político: se jugaba una cuestión amorosa tremenda”, contó. Diana era de dar besos en el cuello de sorpresa, de mimar a los compañeros y de ponerse seria cuando hacía falta.
– Peleá por esto. Va a salir – les decía.
Flavio Rapisardi -Doctor en Comunicación y militante LGBT- contó que Diana volaba entre la sorna y la crítica. Pero cuando estaba tranquila, hablaba como silbando. “Cerraba la boca, hacía como un piquito, te hablaba como un pajarito tierno y te levantaba el ánimo”, contó a Cosecha Roja. “En esos momentos había que leer que te estaba hablando Diana pero la Diana personaje, la que se separaba de sus dolores”, agregó.
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Verónica Zapata es boliviana y era vecina de Diana en Laferrere. La conoce desde chiquita y fue testigo de cómo, a lo largo de los años, se bancó las puteadas del barrio. “Era cuestión de caminar unas cuadras que siempre -pero siempre- alguno la insultaba. Ella les contestaba, nunca se quedó quieta”, contó a Cosecha Roja. Muchos años después, cuando una doctoranda de Flacso estaba en la búsqueda de una definición de discriminación, Diana se la dio:
– Discriminación es esa pátina que recubre mi día, desde la mañana hasta en mis sueños.
Su amiga Verónica forma parte de la Asociación Boliviana de Laferrere, donde anoche la velaron. Ella militaba desde cerca. Una vez le dijo a Verónica:
– Nosotros tenemos mucho en común. Yo lucho por la identidad de género pero también por mi identidad de descendencia indígena. En definitiva nuestra lucha es la misma: que nos reconozcan nuestra diversidad.
Diana iba a las festividades de la colectividad y no se perdía cuando Evo Morales los visitaba. “Estaba fascinada por su discurso”, contó Verónica. Uno de sus proyectos era, alguna vez, ponerse el vestido y bailar caporales o morenadas, las danzas folklóricas bolivianas. También componía música y escribía canciones. “Una vez me cantó una de rap que me dejó sorprendida”, relató.
En su casa en Laferrere Diana y su hermana (Johana) organizaban reuniones políticas. Silvia Delfino -docente e investigadora de la UBA y la UNLP- y Rapisardi eran algunos de los que iban. “Ella y su hermana eran el alma de la casa, el sostén. Recuerdo cuando recibí la noticia de que estaban presas”, contó Delfino a Cosecha Roja.
Las hermanas estuvieron más de cinco meses detenidas en el destacamento 20 de Junio. Aquel día de julio de 2004, cuando unos policías las subieron a las piñas a un patrullero, ellas acababan de denunciar un prostíbulo de la zona. Aunque no se les hacía fácil la entrada, los amigos les llevaban puchos y comida.
Desde allí, las hermanas escribieron un mensaje que se publicó en Indymedia: “Desde este oscuro e inútil lugar, que jamás en la historia de la humanidad ha logrado los objetivos con las que fue creado, les hacemos llegar nuestro más cálidos abrazos y profundo agradecimiento por la actitud de compañerismo y afecto que surge de ustedes. Queremos hacerles saber que podrán encerrarnos a uno, dos, tres o veinte años, pero no besaremos nunca sus botas. Diana y Johana Sacayán”.
El día que las liberaron, el 22 de diciembre, fueron a comer a una bodega sobre Avenida de Mayo. No era la primera vez que se enfrentaban con las fuerzas de seguridad. “La lucha contra la represión policial en los ‘90 era ineludible. Hay que tener en cuenta que, incluso hasta hace poco, había 17 distritos del país que criminalizaban la homosexualidad y el travestismo”, dijo a Cosecha Roja María Rachid, legisladora porteña por el FPV. Recién desde 2003, con el gobierno de Néstor Kirchner, las personas trans y el Estado comenzaron a dialogar. “La muerte de Diana habla de todo lo que se hizo por los derechos de las personas trans y al mismo tiempo de todo lo que falta”, dijo.
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La ley de cupo no fue, ni por cerca, su primer logro. Antes había impulsado las resoluciones ministeriales de Salud y Educación que ordenaban al personal de establecimientos estatales a respetar el nombre de las personas trans, aunque en Argentina todavía no había sido sancionada la Ley de Identidad de Género. Y, todavía antes, Diana militaba.
Rodrigo Rotpando, compañero de militancia, la conoció en una fábrica recuperada, en 2002. Él tenía 20 años y estaba pensando en armar una agrupación LGBT. Ella se le acercó y le dio un volante, una fotocopia borroneada que informaba sobre una reunión. Él se tomó el bondi hasta González Catán y fue. Pasó a buscarla por una escuela en donde ella estaba terminando el secundario y fueron hacia un templo umbanda. Ahí se juntaron con diez chicas trans más: estaba naciendo M.A.L.
Ya en aquel momento el discurso de Diana era conciso. Hablaba de que la sociedad estaba mal, de que era machista, patriarcal, les decía a las compañeras que se merecían que las trataran bien, que reclamaran que las llamaran por el nombre que correspondía. “No tenía formación teórica pero tenía un sentido de la justicia visceral, impresionante. Tenía la viveza de la calle y sabía leer la doble moral, luchaba por todas las personas en situación de vulnerabilidad”, contó Rotpando a Cosecha Roja.
En esa época estaba dejando de ejercer la prostitución: hacía changas, se buscaba la vida, militaba en el Partido Comunista, trabajaba en el Mercado Central. Ahí fue que conoció a quien fue su pareja por una década. “Primero él era un chongo que la insultó pero después terminaron enamorados”, contó Rotpando.
Mientras tanto, escrachó al CEAMSE de La Matanza por contaminación, apoyó la lucha de los trabajadores, enfrentó a la Bonaerense. “En aquel momento no había ningún tipo de ayuda. A las pibas, la cana les pedía sobornos, les sacaba los paquetes de yerba de las bolsas de comida que recibían”, relató su compañero. También se movilizó frente al INADI para pedir que contrataran personas trans. Durante una de las Marchas del Orgullo se tiró en el piso delante de uno de los camiones para impedir que siguieran porque había compañeras detenidas. En otra de las movilizaciones terminó demorada en la comisaría de la calle Bolívar, con un grupo de anarquistas, por atacar la Catedral.
Diana se peleaba con el que se tuviera que pelear. Después se sentaba a dialogar. Si es que el interlocutor lo valía. Con los amigos, no había duda. Rapisardi contó la última discusión:
– ¡Che! La última vez que supe de vos fue cuando estuviste en Perio criticándome en una charla que organizó una agrupación estudiantil… – le dijo él.
Ella soltó una carcajada y le respondió:
– Vos sabés, loca, que yo te quiero.
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El mes anterior al triunfo de la ley de cupo -su gran último logro- fue intenso. “Una senadora me mandó a callar la boca. Es como pedir milanesas de faisán. Cupo trans ya”, tuiteó el 26. Al día siguiente, cuando esperaba el colectivo para ir al debate con un grupo de amigas, la Policía Metropolitana las atacó. A Bianca Moreno le dieron piñas en el tórax, a Sonia Pamela Díaz le pegaron en la pierna izquierda y la revolearon sobre un patrullero y a Diana la tiraron frente a un taxi que circulaba por la calle. Diana hizo la denuncia en la Procuraduría de Violencia Institucional (Procuvin) y en los medios.
Durante los últimos años fue parte del equipo de Programa de Diversidad Sexual de INADI, colaboró en Página/12 y trabajó en la revista. Daniela Ruiz la conoció ahí:. “Era periodista, fuimos compañeras y capacitadoras. Su mirada siempre fue guerrera, luchaba contra los estereotipos con la mirada travesti. Reivindicaba como muchas de nosotras esa palabra, como sudacas, como negras, como pobres”, contó a Cosecha Roja.
Juan Tauil trabajó con ella durante cuatro años, mientras filmaba su documental “T”. La definió como una militante de territorio que iba al frente, que pateaba la calle. “Todo lo que ella hacía estaba cargado de revolución. Era un nexo entre el barro del conurbano del tercer o cuarto cordón y el centro. Con su muerte, Diana deja huérfanas a un montón de chicas”.
Según la Asociación de Travestis Transexuales y Transgéneros de Argentina (A.T.T.T.A), el promedio de esperanza de vida de las personas trans es de entre 35 y 40 años. Como si supiera, el 11 de mayo del año pasado Diana escribió:
“Cuando yo me vaya no quiero gente de luto. Quiero muchos colores, bebidas y abundante comida; esa que de niñ* me hacía falta.
Cuando yo me vaya no aceptaré críticas, más razonable y serio sería que me las hagan en vida.
Cuando yo me vaya desearía una montaña de flores, esa que l*s mil amores por los que he sufrido nunca supieron regalarme.
Cuando yo me vaya no quiero farsantes en mi despedida, quiero a mis travas queridas, a mi barrio lumpen a mis herman*s de la calle, de la vida y de la lucha.
Cuando yo me vaya sé que en algunas cuantas conciencias habré dejado la humilde enseñanza de la resistencia trava, sudaca, originaria.
Cuando yo me vaya quiero una despedida sin cruces; tod*s saben sobre mi atea militancia.
Y sin machos fachos porque también saben sobre mi pertenencia feminista.
Cuando yo me vaya espero haber hecho un pequeño aporte a la lucha por un mundo sin desigualdad de género, ni de clase.
Cuando yo, esta humilde trava se vaya, no me habré muerto… simplemente me iré a besarles los pies a la Pacha Mama”
Fotos: Facebook e Indymedia
Foto de la concentración frente a la fiscalía: Mariana Leder Kremer Hernández
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