Paola Gómez tenía 36 años, era asistente escolar y madre de dos hijos, uno de nueve y otro de 16 años. Vivía en La Brava, un pueblo de 600 habitantes, a 180 kilómetros de Santa Fe. Hacía 14 años había formado pareja con Carlos Vignatti, que tenía unas tierras que trabajaba en la zona. Se habían separado en septiembre y desde entonces Vignatti tenía una orden de restricción: no podía acercarse a menos de 200 metros de la casa de Paola. Pero se acercó igual.

El 12 de noviembre entró a la casa. Gritó. Y mató a machetazos a la mujer. Los hijos alcanzaron a escapar por una ventana. El hombre está imputado por el femicidio y detenido con prisión preventiva en Alejandra. Y el pueblo, que no sale del estado de conmoción, marchó el viernes con la consigna “Justicia por Paola”.

El cumpleaños

Ese sábado Paola se levantó temprano. Los chicos volvían al mediodía después de pasar la mañana en el campo de su papá. Minutos antes de las 9 llamó a su prima Gisela Gómez y la invitó a tomar unos mates, vivían a 20 metros de distancia y pasaban mucho tiempo juntas.

“Cuando estaba llegando a su casa salió en la moto y me señaló el celular. Me había mandado un mensaje que decía que le dé de comer a los pollos, que ella volvía enseguida”, recordó Gisela y agregó: “Al ratito llegó con una base con pie para la torta de cumpleaños del más chiquito de los hijos. La semana que viene cumple 10”.

Al regresar, Paola le contó que iba a hacer una torta con forma de pelota de fútbol blanca y negra. Le mostró los muñequitos de River y Boca que había comprado. Fueron a la parte de atrás del terreno que es un descampado y le dijo hasta dónde iba a cortar el pasto para que los chicos jueguen a la pelota. También le indicó dónde pensaba poner la mesa con la comida y que ese día iba a preparar hamburguesas.

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En los últimos meses Paola estaba concentrada solo en sus chicos. No salía más que para reunirse con su hermana y su prima, generalmente acompañadas por los hijos de las tres. Además de trabajar como asistente escolar en instituciones de La Brava, San Javier y San Martín Norte, había empezado a vender cosméticos por catálogo y tenía previsto sumar a esa oferta una serie de productos de bazar que una conocida iba a llevar desde Santa Fe.

“Trabajar para que a sus hijos no les falte nada, esa era su vida. Era lo único que hacía porque el papá de los chicos, pese a tener un buen pasar económico, no le daba nada”, aseguró su prima. Al mediodía, Paola le contó que a la tarde tenía que llevar a su hijo más chico a una maestra particular en San Javier, a 30 kilómetros del pueblo. Hicieron planes para la noche, iban a comer junto con Malvina –hermana de Paola– y los chicos, y se despidieron. “Iban a llegar sus hijos y tenía que preparar la comida. Si hubiese sabido que era la última vez que la veía, le hubiese dado otro beso”, señaló Gisela y recordó que a poco de llegar a su casa recibió un mensaje de su prima para decirle que, al final, los chicos se fueron a comer a lo de la abuela, que podrían haber almorzado juntas.

Lo siguiente que supo Gisela, a las 17.30, era que su prima había sido asesinada y que el padre de los chicos estaba detenido. “Si yo hubiese estado ahí la podría haber salvado”, lamentó.

Atrincherado

Estela Velázquez es auxiliar de Enfermería y vive, junto a su marido Ángel Quiroga, sobre calle Ruben Lockett, un camino sin asfaltar que se conecta con la calle principal de La Brava, al lado del lugar del crimen. Ese sábado la pareja estaba junto a otro vecino, José Luis “Capi” Dos Santos, tomando unos mates cuando vieron que Vignatti llegó a caballo a la casa de Paola. “Yo tenía conocimiento de que él no podía estar ahí, así que cuando lo vi entrar unos minutos antes de las 17, llamé a la policía. Pero llegamos tarde”, contó Estela.

Apenas dejó el celular en la mesa, escuchó gritos y los tres corrieron a la casa de Paola. Ángel intentó ingresar pero no lo hizo porque Vignatti le dijo: “No te acerqués porque a vos también te mato”. Entonces Capi le preguntó qué había hecho y él le confirmó que la había degollado y se estaba desangrando en la cocina comedor.

Los chicos habían escapado unos minutos antes por una ventana. Por el terreno del fondo, a unos 500 metros, se llega a la calle principal donde está la sede de la comuna, la escuela primaria, un par de casas y la comisaría. Ahí el más grande de los hijos de Paola avisó que su papá atacó a su mamá.

Cuando llegó el móvil con dos agentes, Vignatti se atrincheró e intentó atacar a uno de los uniformados. A cada uno de los vecinos que fueron llegando al lugar, les gritaba que no entren que ya la había matado. Luego logró salir de la casa y se quiso subir al móvil policial para escapar pero no lo logró. En ese momento, llegó otro agente en bicicleta al que también atacó y quiso quitarle el arma reglamentaria.

“Mi marido agarró la pistola que había quedado tirada en la calle mientras ellos forcejeaban. Vignatti tiraba manotazos pero no la alcanzaba, así que mi esposo la levantó. No sé qué hubiera pasado sino”, recordó Estela, la vecina.

Cuando llegó la ambulancia de San Javier, los agentes lograron detener al atacante y pudieron ingresar a la casa. El cuerpo de Paola estaba como lo había descripto su expareja.

“Es muy difícil que un vecino al que conocés hace tantos años te diga que mató a su mujer, que la degolló. Todavía nos cuesta muchísimo pasar por la casa de Paola, no verla y pensar que sus hijos se tuvieron que escapar para que no los maten”, dijo Estela.

Alcohol, rumores y control

Hasta ese sábado, si alguien preguntaba por Vignatti en La Brava, los comentarios no diferían mucho: era un hombre trabajador. Algunos, quizás, mencionarían su problema con el alcohol. “Tiene un problema de consumo de alcohol. De hecho, los primeros días de su detención sufrió síndrome de abstinencia”, reconoció Oscar Ferreiro, su abogado defensor.

“Tiene que haber una medida más rígida para que los agresores no maten a la mujer” – Oscar Ferreiro, abogado defensor.

En el pueblo también sabían que no tenía permitido acercarse a Paola pero que ellos se veían de manera frecuente. “Cuando estaba con él, Paola no levantaba la cabeza ni para saludarnos”, recordó su vecina.

El 18 de agosto el Juzgado de Circuito de San Javier emanó la orden de restricción de 200 metros por 90 días. De todas maneras seguían en contacto, a veces en buenos términos y otras no. El 31 de octubre, por ejemplo, Paola tuvo que escapar por una ventana porque él fue hasta la casa y rompió la puerta de algarrobo intentando entrar.

Para Ferreiro es necesario rever el accionar del Estado frente a los casos de violencia de género. “Con una simple notificación no alcanza para evitar lo que pasó. Tiene que haber una medida más rígida para que los agresores no maten a la mujer”, indicó y confirmó que, pese a la denuncia, no se accionó contra su cliente. En la comisaría dijeron que, como Paola hizo la denuncia en San Javier, recién al día siguiente se enteraron que Vignatti rompió la puerta de la casa.

“Creo que lo que hizo fue porque él se dio cuenta de que ya no la tenía más. Ella estaba sumamente segura de lo que quería. Estaba convencida de que lo más importante era que sus hijos se críen bien, que no lo hagan en ese ambiente. Ella no iba a volver”, aseguró la prima de Paola.

*Está nota fue escrita en el marco de la Beca Cosecha Roja en colaboración con Diario UNO de Santa Fe y será publicada en ambos medios. (28/11/2016)